María Porto y Leticia Hervás: «El arte tiene una parte romántica y una parte creativa, que se plasma en su vertiente comercial»

Decididas a acercar el mundo del arte a un público que no añade cuadros y esculturas a su carrito de la compra, han abierto un espacio para los coleccionistas que aún no saben que pueden serlo.

María Porto y Leticia Hervás. / MARÍA PORTO & LETICIA HERVÁS ART.

Noelia FARIÑA

Son más de tres décadas en el mundo del arte, María Porto (Madrid, 1969) se ha propuesto acabar con el aspecto intimidatorio y un tanto elitista de las galerías tradicionales, derribando las barreras y prejuicios que frenan a muchos a cruzar las puertas. «Durante una época, las galerías tuvimos un carácter distante, solo atendíamos al que quería comprar una obra», reconoce la experta, recordando sus propios esfuerzos a la hora de iniciarse en el coleccionismo.

Empezó a principios de los 90, cuando era becaria en la madrileña Marlborough –acabaría dirigiéndola a partir del año 2000–, y su primera adquisición fue una acuarela de José María Sicilia con unas flores acuosas, por las que pagaría 5.000 pesetas (30 €), financiada a plazos.

Esta es una de las medidas que defiende ahora desde su disruptivo espacio, María Porto & Leticia Hervás Art, inaugurado a principios de diciembre en la primera planta de El Corte Inglés de Paseo de la Castellana, en Madrid. Allí dan cobijo a nuevos creadores, acercan a los artistas más importantes del siglo XX o asesoran tanto a curiosos como a potenciales compradores.

Con un portfolio cuidadosamente seleccionado, a imagen de los espacios expositivos más exclusivos, pero sin imponer ningún tipo de fronteras. Ni siquiera puertas. «Intentamos tener un punto didáctico, que el acercamiento a la obra no solo sea a los coleccionistas o conocedores del arte», explica su socia, la comisaría y marchante Leticia Hervás (Madrid, 1973), con la que comparte larga trayectoria y misma perspectiva universal. «Se puede empezar a coleccionar arte con poco dinero. Todos pensamos que un Picasso debe valer millones, pero no es así. Existe también la parte de la obra seriada. La gente puede comprar grabados de grandes nombres a unos precios asequibles», defiende la galerista, responsable de otros proyectos transformadores como Art to Rent, una empresa que colgaba grandes artistas de las paredes de nuestras casas, alquiler mediante.

A la hora de hablar de obstáculos, las dos se sienten unas privilegiadas. «Hemos tenido suerte, porque el comercio del arte ha estado siempre en manos de mujeres. Nuestro camino ha sido mucho más fácil que el de otras compañeras, donde han recibido otro tipo de mirada. Sin ir más lejos, en el mundo de las artistas, que es muy sacrificado para hacer carrera y tener a alguien que te ayude a conciliar para seguir pintando… Las grandes artistas han estado muchas veces a la sombra, pero en el comercio no nos hemos encontrado con esas circunstancias», reivindica Porto.

«El arte tiene una parte romántica y una parte creativa, que se plasma en su vertiente comercial. Al ser algo que produce emoción, lo difícil es cuantificar su valor».

Ambas coinciden en que el galerismo en España no se percibe como una actividad lúdica, al contrario de lo que ocurre en Nueva York o Londres. Una narrativa que intentan cambiar, provocando el encontronazo fortuito, entre bolsos, zapatos o perfumes, con piezas de Joan Miró, Antoni Tàpies, Luis Feito, Manuel Rivera o Eduardo Chillida. Que tampoco nos confunda la extravagante escena: no se trata de desacralizar el arte, sino de llevarlo a un entorno más cotidiano y desprejuiciado.

Dado que la pandemia ha provocado la aceleración digital y la investigación de nuevos formatos, estas dos galeristas han esbozado una fórmula pionera que reivindica, desde el mismísimo centro comercial, el lado terrenal y mercantil del arte. «Un artista lo que quiere es vender, es una manera de llegar a más gente», defiende Porto que, en ese acercamiento real con el público, resalta su decisión de acompañar cada obra de cartelas con el precio. «El arte tiene una parte romántica y una parte creativa, y todo eso se plasma en su vertiente comercial.

Al ser algo que produce emoción, lo realmente difícil es cuantificar ese valor», zanja Leticia Hervás. Describen su trabajo como un enlace entre los que se buscan pero no llegan a encontrarse, desempeñando funciones que van desde el comisariado, la búsqueda de piezas y la tasación, a labores de decoración y hasta un servicio de obras personalizadas. «El arte siempre ha tenido un punto ornamental y no creemos que por estar decorando tu casa se devalúe. Al contrario, tu ojo se acaba educando», defiende Porto. Con esa misma lógica histórica resuelven la extrañeza (incluso narcisismo) que pueden producir las obras por encargo. «El Prado no existiría si no hubiera habido una corte que encargara retratos a los grandes pintores de la época. Después de las vanguardias, el arte personalizado quedó denostado, pero solo porque unos pocos podían acceder a él. Nosotras queremos demostrar lo contrario», dice Hervás.

En esta batalla cultural, el IVA no queda fuera. «El 21% es un IVA que no hay quien lo goce culturalmente. Se da la paradoja de que hay galerías extranjeras con artistas españoles con precios mucho mas bajos que los nuestros. Yo salgo en todas las manifestaciones protestando por un porcentaje más justo», bromea Porto. Basta una búsqueda en Google para ver a la galerista frente al Reina Sofía con una pancarta que reza: «La cultura no es un lujo». El arte tampoco.

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