en el foco
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En la foto para la historia de su segunda toma de posesión como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ni siquiera aparecía. Otra imagen, más poderosa y elocuente, eclipsó al protagonista de la jornada: la de los tres hombres más ricos del mundo ocupando la primera fila y coqueteando, sin complejos, con el mandatario. A Elon Musk –CEO de SpaceX, Tesla y X–, se le esperaba. Jeff Bezos, propietario de Amazon, también había hecho méritos para ocupar la silla. Mark Zuckerberg, sin embargo, era una incorporación de última hora.
Todo se aceleró en vísperas de la inauguration: primero con su generoso donativo para costear la fiesta, después con el anuncio (luciendo un reloj de un millón de dólares) de que Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp) daba marcha atrás en su política de verificación de datos y, por último, adoptando la retórica más radical de Trump. Remató la faena en el podcast del gurú conservador Joe Rogan, donde predicó sobre la necesidad de que las empresas tuvieran «más energía masculina». La operación de rebranding y su ritual de iniciación para ingresar en el movimiento MAGA [Make American Great Again, haz a Estados Unidos grande otra vez] se habían completado.
«Lo hace con cada cambio de administración. Ha pasado de admitir que la desinformación es un gran problema y que la compañía tiene que ser una fuerza positiva para la sociedad a dar marcha atrás en sus políticas. Da bandazos», explica Frances Haugen, la ex empleada de Facebook que en 2021 destapó los secretos más incómodos de la compañía, en una filtración de miles de documentos al Wall Street Journal que dio lugar, entre otras cosas, al cambio de nombre (de Facebook a Meta), pero también a una gravísima crisis reputacional que aún colea.
Efectivamente, la tendencia del ejecutivo, en su día muy próximo al presidente Obama, a acercarse al sol que más calienta no es nueva. «Meta ha oscilado según el viento político en otras ocasiones. Está claro que su anuncio estaba calibrado para ganarse el favor de la administración Trump y parece obvio que Zuckerberg está más cómodo con esa posición libertaria sobre la moderación de contenidos. Pero si los demócratas volvieran a ocupar el Congreso dentro de dos años, es muy posible que pivotara de nuevo hacia el otro lado», opina el periodista John Wihbey, que ha trabajado para The New York Times o The Washington Post, y que ahora es profesor asociado de la Northeastern University.
Donald Trump y Mark Zuckerberg en la Casa Blanca en 2019. /
El viraje ideológico, en realidad, era la confirmación de algo que ya era evidente en el seno de la compañía: los perfiles conservadores estaban ganando peso frente a los moderados. A la salida en 2022 de su directora operativa, Sheryl Sandberg, toda una leyenda en el sector tech, se suma ahora la de Nick Clegg, exviceprimer ministro del Reino Unido conocido por su perfil centrista y jefe de Asuntos Globales de Meta hasta enero. Sus recambios tienen un evidente sesgo ideológico. Dana White, magnate de la lucha libre, amigo personal y aliado político de Trump, es uno de los nuevos miembros del consejo; Joe Kaplan, ex asesor de Bush y principal artífice del giro conservador de la compañía, es la nueva mano derecha de Zuckerberg.
Y los resultados del nuevo organigrama no se han hecho esperar: a finales de enero, Meta anunciaba un acuerdo con Trump para saldar la demanda que el republicano interpuso contra la compañía en 2021 por cerrar su cuenta tras el asalto al Capitolio. 25 millones de dólares sellaron el trato. Y todos tan amigos.
Haugen cree que, detrás de esta operación, también están las más de 40 demandas estatales en curso acerca de los efectos nocivos de las redes sociales de Meta en los menores de edad. «No tiene demasiadas opciones para evitar las consecuencias que, finalmente, han acabado por alcanzarle. Una de las cosas que puede hacer es congraciarse con Trump. Y de una manera totalmente servil está tratando de complacer a la nueva administración. Entiende que se le ha dado carta blanca para operar durante 20 años y que se han tomado muchas decisiones asumiendo que no habría consecuencias».
Pero su acercamiento al republicano, que en 2020 le amenazó con «mandarle a la cárcel de por vida», no ha ocurrido de la noche a la mañana. Tras el intento de asesinato de Trump en julio, Zuckerberg expresó públicamente su admiración por la reacción del candidato. Poco después, se reunió con él en su mansión de Mar-a-Lago y le ofreció una demostración de sus gafas de realidad virtual. Allí, según el New York Times, también departió con Stephen Miller, actual número dos en la Casa Blanca, al que le aseguró que su compañía no obstruiría la agenda contra la diversidad con la que Trump aspiraba a la presidencia. También culpó a Sheryl Sanderg, su mano derecha en Meta hasta 2022, de la cultura progresista de la multinacional.
Junto a Joel Kaplan, ex asesor de Bush y su nueva mano derecha en Meta. /
Ya se estaba cocinando lo que el dueño de Meta anunció en su famoso vídeo del 7 de enero: la sustitución de su programa de verificación de datos por un sistema nuevo y más laxo. Y mucho más barato, por supuesto. Pero eso no lo dijo. Lo justificó explicando que el anterior había devenido en una censura excesiva y que la decisión pretendía recuperar la libertad de expresión en la plataforma. «Si deciden que los usuarios campen a sus anchas, eso se convertirá en una gran reto que Meta tendrá que gestionar en los próximos años. Este movimiento es parte de una tendencia más amplia: en general la verificación de datos se está enfrentando a un fuerte viento en contra a nivel global», analiza el periodista John Wihbey.
Para Frances Haugen, en cambio, las razones son puramente económicas. «Compañías como Google o Microsoft siempre están creciendo, pero Meta se puede convertir en una compañía terminal si no es capaz de adquirir más redes sociales o si la gente deja de utilizarlas. Es lo que ha pasado con Facebook. Cuando eso ocurre, te vuelves despiadado con la gestión de los costes», opina la denunciante de los conocidos como Facebook Files.
¿Se percibe Zuckerberg como un actor político? «Lleva mucho tiempo siéndolo y ha desempeñado un papel clave en muchas elecciones. Probablemente, envidia la capacidad de Elon Musk para dar forma al debate, pero también su personalidad libre. Ha intentado ganar en el juego del establishment y ahora, que siente que no puede hacerlo, quiere adoptar el personaje del magnate de la tecnología liberado y sin ataduras. No es su mejor versión. Es un ingeniero inteligente con muchos intereses culturales. Es un innovador y un genio empresarial. Ojalá fuera feliz con lo que la vida le ha dado, en lugar de tratar de hacer giros dramáticos hacia la reinvención personal», opina Wihbey.
Sus problemas de reputación, muy dañada tras la filtración de Haugen pero también por las acusaciones sobre el controvertido papel que jugó Facebook en la elección de Trump en 2016, también podrían explicar su cambio de rumbo. «Hace 10 años, Mark hizo una gira por Estados Unidos y mucha gente asumió que quería entrar en política y en 2016, durante un viaje a África, le organizaron un desfile en su honor en Nigeria. Seis meses después, le acusaban de destruir la democracia. Desde su punto de vista, se merece desfiles por cambiar el mundo y, en cambio, solo recibe odio», analiza la activista. Pero el giro copernicano de Zuckerberg no es solo ideológico. La manera en la que está gestionando su vida privada también resulta irreconocible en los últimos tiempos.
Del magnate treintañero que se casó con su novia de la universidad en el jardín trasero de su casa de San Francisco ante menos de 100 invitados y que en su luna de miel fue cazado comiendo hamburguesas de McDonald 's en las calles de Roma, ya no queda prácticamente nada. De hecho, el famoso reloj del millón de dólares es solo la última de una larga lista de excentricidades. Antes, llegaron los dos Porsche personalizados y a juego (uno más deportivo para él; una minivan para ella) que exhibieron, por supuesto, en Instagram; su presencia en la mediática boda del heredero multimillonario indio Anant Ambani; la estatua romana erigida en homenaje a su mujer, creada por el artista Daniel Arsham y plantada en el jardín de su casa...
Por no hablar del superyate valorado en 300 millones de dólares con el que el año pasado veranearon en Mallorca o la propiedad megalomaniaca (dos mansiones, un búnker autosuficiente y 500 hectáreas de terreno) que la pareja está construyendo en Kauai, la isla menos habitada y más salvaje de Hawái. Cuando su construcción finalice, será una de las residencias privadas más caras del mundo. Además, según el Financial Times, el empresario estaría buscando una casa en Washington para estar más cerca del poder político. En algo hay que gastarse una fortuna que ya supera los 218.000 millones de dólares.
«En San Francisco compró las casas que colindaban con la suya para no tener vecinos y en Hawái no tiene que ver a nadie que no sea su familia. Mucha gente me ha contado que, cuando anunció su apuesta por el metaverso, pasaba entre 10 y 12 horas ahí metido», desvela Frances Haugen sobre el estilo de vida del fundador de Facebook. Ni siquiera el look inalterable de antaño –la camiseta negra oscura que jubiló a la sudadera con capucha de los primeros años– ha resistido al cambio. Ahora, las cadenas doradas y el estilo rapero han tomado el control de su armario.
Pero Mark Zuckerberg tiene problemas más acuciantes que su imagen personal. Su empresa se enfrenta a un dilema existencial: decidir lo que quiere ser de mayor. ¿Es una compañía de redes sociales y poderosos algoritmos o una plataforma de realidad aumentada?
Los tres hombres más ricos, en primera fila durante la toma de posesión de Donald Trump. De izq. a dcha., Mark Zuckerberg; Lauren Sanchez y su prometido, el dueño de Amazon, Jeff Bezos; Sundar Pichai, director ejecutivo de Google; y Elon Musk. /
«No están a la cabeza en inteligencia artificial y ven la realidad virtual como la próxima plataforma potencial, pero la tecnología aún no está lista. Se encuentran en una fase de estancamiento. Su situación financiera es muy buena, pero están buscando una estrategia para inventar la próxima ola tecnológica y no están seguros de hacia dónde deberían tirar», explica Wihbey sobre Meta, que en 2024 obtuvo un beneficio de 59.830 millones de euros.
«Quieren ser el iPhone de la realidad aumentada, pero está por ver si lo lograrán. Va a ser difícil monetizarlo. Y hay muchas incógnitas: ¿cuál es su ADN corporativo? ¿Podrán construir las gafas adecuadas?», ilustra Haugen, para quien, en términos más personales e históricos, Zuckerberg aspira a equipararse a Steve Jobs. «Pero no al Jobs de la primera etapa en Apple, sino al del iPhone».
De momento, los próximos cuatro años serán decisivos. Habrá que observar, desde luego, su dinámica con Trump, pero también la que le une a Elon Musk, con quien alimenta desde hace años una rivalidad más que pública. «Me intriga la idea de un encuentro entre ellos –explica Frances Haugen–. Elon es un troll y Mark, un blanco fácil. Cuando di un paso al frente como denunciante, apenas recibí emails o mensajes. Nadie me acosó. Si lo hubiera hecho con Musk, hubiera recibido amenazas de muerte. Elon es dios para mucha gente; Mark no es dios para nadie».