reimagina a juana de arco
reimagina a juana de arco
«Lo que permanece lo fundan los poetas». Lo sabía Hölderlin (1770-1843), un poeta no suficientemente reivindicado, y lo sabe Marta Pazos (Pontevedra, 1976), aunque, en su caso, habría que extender la poesía a lo dramático, a lo puramente teatral. Estamos entre bambalinas, sobre las tablas de un teatro, que es donde la Pazos se mueve como pez en el agua, atenta siempre a la embriaguez sagrada y la fiesta celestial. Como tocada por el dios Dioniso. Difícilmente entrará el moscardón del aburrimiento en estos territorios.
Nos ha convocado en un espacio escénico tan contemporáneo como la Nave 10 Matadero, en Madrid, para presentarnos a una Juana de Arco nueva, la suya ( del 3 de octubre al 3 de noviembre), pero de pronto nos hemos sentido en el viejo Epidauro. Los clásicos son así, aunque parezcan tan modernos.
Se nota a la legua que Marta Pazos es gallega, que estudió Bellas Artes, que en algún momento de su vida quedó marcada por el Lorca de «El público», que ha visitado y revisitado Shakespeare, que tiene al duende (o al ángel o a las musas) de su parte, que hace no mucho estuvo con «Safo» en Lesbos ( Christina Rosenvinge y compañía), que ama la ópera y lo popular, y que no se quita los poemas visuales de Joan Brossa de la cabeza. En su teatro, Sócrates volvería a tomarse la cicuta.
Para dar vida a la Doncella de Orleans, esa «llama de amor viva (evocando a San Juan de la Cruz) en este periodo de oscuridad aplastante», ha contado con la actriz Joana Vilapuig. Compartiendo escenario, Macarena García, Georgina Amorós, Katalin Arana, Lucía Juárez, Bea de Paz y Ana Polvorosa. Seis mujeres representando las distintas caras del poder en modo alegórico, como si fuera un auto sacramental. Atención, porque todo en esta «voadora» (nombre de su compañía teatral) es muy literario.
La trama rescata a Juana de Arco de los renglones de la historiografía y el mito para llevarla a los de la poesía y la mística. No busquen tribunal de la Inquisición porque no lo hay. Tampoco heroína doliente pues no la encontrarán. Al final las batallas, más allá de la guerra de los Cien Años, las libramos con nosotros mismos. Sergio Martínez Vila en el texto, Hugo Torres en la música, Leandro Cano en el vestuario, Nuno Meira en la iluminación, Belén Martín Lluch en la coreografía y Max Glaenzel en el diseño del espacio también han hecho lo suyo.
La historia que nos han contado es la de una heroica Juana de Arco que, a sus tempranos 17 años, se pone, por mandato divino, al frente del ejército que acabará con el asedio inglés a la ciudad francesa de Orleans, y que más tarde es denunciada por hereje, llevada a juicio y condenada a morir en la hoguera. Marta Pazos no se ha quedado ahí. Donde nos lleva es otro sitio. Es ese teatro que no se puede ignorar.
MUJER HOY: ¿Cómo es su Juana de Arco? ¿Una santa, un soldado…?
MARTA PAZOS. Mi Juana es una niña conectada con su intuición y que no entiende lo que le está pasando, pero es sabedora de su destino. Como si supieras que tienes un don y que eso va a servir para mejorar tu contexto, y entonces pasas por encima de ti misma incluso. Hay algo que te conecta con el amor hacia la luz, con el amor hacia algo más positivo, hacia la mejora. Ella sabe que le va a costar la vida y ahí va. Yo quería trabajar la conexión con el personaje, la mística. Ahí quería poner el foco.
¿Y qué representan todas las actrices que rodean a Juana?
En la dramaturgia, me lo planteé como un auto sacramental: cómo serían Juana y los poderes. Las otras actrices encarnan esos poderes: la monarquía, la justicia, lo divino, lo espiritual, lo salvaje, lo bélico.
Entonces no son el tribunal de la Inquisición.
No, trabajo en un contexto más abstracto para que esas palabras resuenen y nos lleven a pensar cómo somos juzgadas las mujeres hoy, cómo nos queman. Fíjate, hace unas semanas han quemado a una atleta; esto continúa pasando. Hacer teatro desde lo esencial permite que no sea una historia de 1400, sino una historia de 2024 también.
¿Quiénes serían las Juanas de hoy?
Greta Thunberg sería una Juana. Lo sería Gisèle Pelicot, la mujer que está en un juzgado de Francia enfrentándose a los 51 hombres que la violaron. Estas mujeres que cambian el curso de la historia, que nos inspiran, que dicen: «Esto hay que hacerlo de otra forma».
¿Su teatro es político?
Todo teatro es político porque el teatro es para la polis. Entonces, consciente o inconscientemente, si tú materializas una idea sobre un escenario estás haciendo política. Lo que no me interesa es el teatro panfletario, aquel que te dice aquello que tienes que pensar. Como creadora aspiro a crear espacios de pensamiento.
Y siempre con mujeres como protagonistas, ¿por qué?
Siempre mujeres o personajes no privilegiados de la historia, como la ópera que hice en el Liceo de Barcelona el año pasado, «Alexina B», sobre esta persona intersex que cambió el curso de la historia. Me conmueve esto porque detecto como mujer que nos han escrito desde una perspectiva, desde una historia única. Entonces el teatro me parece una oportunidad de reescribir la historia y de generar nuevas perspectivas. Es lo que pasa con Juana de Arco, hay muchísimos referentes porque es cultura pop, pero siempre son escritos y dirigidos por hombres, que presentan una Juana doliente, víctima, y a mí esto no me interesa. Lo que me interesa de Juana, por ejemplo, es el poder que tenía, de dónde le viene la información, qué le permite inspirar y liderar a un ejército; la luz que está en nosotras.
Ha trabajado a Lorca, Ionesco, Shakespeare…
Sí, y el año que viene hago «Orlando» ( Virginia Woolf) y también hice «Safo». Todo es un mismo latido. Son identidades que quieren ir hacia otro lugar, pero desde el respeto, y romper la estructura para ampliar los límites, pero no desde algo destructivo, sino desde aquello que permite el camino hacia la libertad.
¿Haría una Antígona?
¿Haría una Antígona? ¡Sí!
¿Y qué le sugiere el coro como elemento actoral?
¡Guau!, imagínate, me acabas de lanzar un guante. Es algo que no he experimentado, pero tengo que hacerlo.
¿Qué le dice el nombre de su paisana María Casares?
¿Sabes que los premios de teatro en Galicia se llaman María Casares y yo tengo cuatro? Una mujer que es máxima inspiración, también «juanesca». Es gente que emana de sitios muy pequeños, periféricos, y que de repente con su fuerza interior, con su poder, consiguen ampliar límites, consiguen hacer la revolución. Y María, para nosotros en Galicia, es todo un icono.
¿Cómo le ha marcado el hecho de ser gallega?
En todo, en la retranca, en la querencia por los sentidos, por la tierra, lo invisible, la intuición. Yo voy tras lo excéntrico, lo que está lejos del centro, el elogio de la periferia y los umbrales, aquello que no está aquí, ni está allá, sino que está en el medio, los espacios de conexión.
¿Qué es para Marta Pazos el teatro?
Es un espacio de libertad, de posibilidad, y un espacio que nos hace libres.
¿Cuánto tiene de sagrado?
El espacio escénico es sagrado porque conecta lo real con la fantasía, por lo tanto también con lo espiritual, con lo invisible, con aquello que percibo pero que no puedo ver. Y también permite la abstracción, que hace posible trabajar otros lenguajes y captar la esencia de las cosas. El teatro es mi vida.
¿Hemos perdido la comunicación con la belleza, con lo divino?
Creo que, como estamos precisamente en un momento de la historia de tanto individualismo, de comunicarnos no estando presentes, hay una resignificación y un auge de la búsqueda de la presencia. Por eso, el teatro no va a morir nunca, porque en el teatro vamos a ver a humanas como nosotras. Energéticamente es muy potente. Es toda una platea reunida sintiendo la pulsión de aquello que tiene enfrente. Es algo muy grande que tiene más de dos mil años. Hay una necesidad de encuentro y de vivir la emoción del arte en comunidad.
¿Supone la vuelta a lo catártico y lo telúrico?
Completamente. El teatro es el rito para la explicación del mito, para entender aquello que somos. Yo conecto mucho con eso y no solo en lo que hago sino en cómo lo hago. Hay también un pensamiento de ritual a la hora de materializar los espectáculos, empezando por cómo entramos a la sala de ensayos. Nos separamos del mundo ordinario para entrar en un mundo extraordinario.
Que, sin embargo, nos explica a nosotros mismos.
Para mí tiene esa magia. Muchas veces a través de las historias de las otras, a través de los cuerpos de los otros, podemos conectar con nuestra humanidad y salir de la sala trasformados. El buen teatro te eleva, te levanta de la silla, te puede producir una experiencia, un stendhalazo.
¿Y considera que se está haciendo ese «buen teatro»?
Estamos en un momento muy rico, en el que hay un teatro muy diverso. La escena se ha amplificado y se ha democratizado también, y entonces hay teatro para todos los públicos.
En su caso, detrás de toda la modernidad, del estallido de color, hay un teatro muy clásico, muy de tragedia griega.
Hay algo de estructura, como de hueso, que es así. El Niño de Elche me dijo: «Tú eres clásica porque lo clásico es lo digno de ser imitado». No se puede quitar nada, no se puede poner nada y nunca se agota. Es una fuente, es un manantial. Por eso también estudio mucho la época clásica. No tengo voluntad de romper estructuras ni de dialogar con el legado, que es aquello que ha permanecido a través de los años tan puro, tan fuerte, tan eficaz y tan útil para nuestras vidas, porque lo clásico es la médula y a mí me gusta mucho trabajar ahí, en lo esencial. Y hacia allá voy aunque a veces la caligrafía parezca de otra forma.
¿Se identifica con la palabra provocadora?
Me identifico con la palabra honesta. Pero entiendo que mi trabajo pueda ser percibido como provocador. No lo hago conscientemente, pero entiendo que suceda. Es un trabajo profundamente libre dentro de mí. Tengo el privilegio de poder hacerlo de esa manera y eso a veces produce molestia en el otro.
Y además es muy poético.
La poesía es fundamental. Antes hablábamos del teatro como ese lugar de posibilidad, de abstracción, de conexión, de contemplación, y la poesía es eso, así que mi trabajo está altamente vinculado con lo poético.
¿Qué reflexión le provoca el desnudo sobre el escenario?
Cuando he hecho Lorca no ha sido, claro, un desnudo gratuito. Viene de su conferencia sobre el duende, de traje, cuerpo, ceniza. A mí particularmente me disturba cuando el desnudo es sexualizado, generalmente cuerpos de mujeres. Pero una mujer desnuda en el escenario también puede ser poder y libertad. Yo lo he hecho con las intérpretes de «Safo» porque Safo es erotismo y conectaba con eso, con la libertad de qué hacer con mi cuerpo. Tiene que ver con cómo se haga.
¿Qué tiene en su cabeza? ¿De dónde salen sus ideas?
Van manando. Intento no saturarme de información. Vigilo mucho para no tener atrofia, un exceso de documentación. Sí que trabajo con documentalistas, que me filtran la información para que yo permanezca en un estado de pureza máxima. Mis referentes proceden de las artes visuales, las artes plásticas, porque de ahí vengo y ahí voy. Para mí las catedrales son los museos, allí es donde voy a libar. Me relaciono con los conceptos o con los textos desde el cuerpo, desde mi propia percepción y es esta la que genera las imágenes. En mi estudio -en Santiago de Compostela- grabo el texto con las actrices, después mezclo sus voces con la música y pinto, voy pintando cuadros abstractos y componiendo una dramaturgia visual en la pared con recortes, collages y escritos.
¿Qué hay en esa pared ahora mismo?
Estoy preparando una pieza que estreno el 31 de octubre en la Fundaciò Joan Brossa de Barcelona que se llama «Astral» dentro del ciclo «Exorcismos». Se trata de generar performances a partir de su obra. Yo voy a convocar al teatro a una médium.