Mary Ann Sieghart: «De un hombre se asume que es competente hasta que se demuestra lo contrario. Con las mujeres sucede al revés»

Fenómenos como el manterrupting son la manifestación de la llamada brecha de autoridad. La prestigiosa periodista ha analizado sus efectos con líderes como Hillary Clinton y Mary Robinson.

La anécdota con la que Mary Ann Sieghart arranca su libro The Authority Gap (editado en Reino Unido por Doubleday y que en castellano se traduciría por La brecha de autoridad) es su resumen perfecto de la tesis que defiende. En 2003, la presidenta irlandesa Mary McAlees viajó al Vaticano para conocer a Juan Pablo II. «El Papa pasó de largo y le extendió la mano a su marido.

«¿No preferirías ser tú el presidente de Irlanda en lugar de estar casado con ella?». McAlees le contestó: «He sido elegida por los irlandeses, le guste a usted o no». «Me habían dicho que tenía usted sentido del humor», le respondió el pontífice. Es un clásico. Haces un comentario sexista y a continuación dices: ¿Es que no sabes aceptar una broma?».

Para Sieghart, una prestigiosa periodista británica, ex directora asistente de The Times, es una manifestación evidente de la brecha de autoridad, un concepto que define así: «Somos más reacios a admitir la autoridad femenina. Asumimos que un hombre es competente y sabe de lo que está hablando hasta que se demuestra lo contrario. Con las mujeres a menudo ocurre al revés».

Para documentarse, Sieghart entrevistó a más de 40 mujeres de reconocido prestigio. Entre ellas, Hillary Clinton o la ex presidenta de Irlanda Mary Robinson. «Lo hice deliberadamente: si ellas habían sufrido la brecha de autoridad era una prueba sólida de que todas las mujeres la han padecido». Cuando el fenómeno afecta a líderes políticas viene con un agravante añadido. «Algunos estudios han demostrado que las mujeres que persiguen el poder resultan antipáticas. Y por definición una política es alguien interesado en el poder. Además, cuando esas líderes se muestran confiadas, asertivas y demuestran dotes de liderazgo se les percibe como agresivas y autoritarias», explica la periodista.

Pero los ejemplos, según Sieghart, están por todas artes. «Se cita a más expertos que expertas en los artículos de prensa, hay más hombres que mujeres columnistas, más hombres editando periódicos y más críticos literarios. Eso trasmite el mensaje de que los hombres tienen más autoridad y debemos escucharles más». Aunque, para casos paradigmáticos, el que afecta a las magistradas del Tribunal Supremo de Estados Unidos. «Según un estudio, aunque las mujeres solo son un tercio, sufren dos tercios de las interrupciones. Eso significa que tienen cuatro veces más posibilidades de ser interrumpidas que los hombres.

El manterrupting es una manifestación clásica de la brecha autoridad. Por un lado, se asume que lo que vas a decir es más importante que lo que va a decir una mujer. Por otro, estás silenciándolas, literalmente», explica Sieghart. El mansplaining (la tendencia de algunos hombres a explicarse de manera condescendiente y paternalista) es otro.

¿La prueba irrefutable de que la brecha de autoridad existe? Según Sieghart, la experiencia de las personas trans. La periodista cuenta la historia de dos prestigiosos profesores de la universidad de Standford que, por casualidad, hicieron la transición contraria al mismo tiempo: él sentía que le trataban con un respeto renovado; ella tuvo la experiencia opuesta. «Le decían cosas como: «no has leído la literatura» o «no entiendes la estadística». Eso nunca le había pasado siendo un hombre», explica la periodista, que aclara que no es un caso anecdótico.

«De un hombre se asume que es competente hasta que se demuestra lo contrario. Con las mujeres sucede al revés».

Diferentes estudios con personas transexuales han alcanzado los mismos resultados. Aunque el avance de la igualad está estrechando la brecha, Seighart considera que se trata de un sesgo inconsciente difícil de atajar «por muy inteligentes, liberales o muy mujeres que seamos». De hecho, un estudio particularmente deprimente demostró que l os padres británicos tendían a estimar un coeficiente intelectual más alto para sus hijos que para sus hijas. «Incluso cuando las niñas desarrollan antes que los niños, tienen un mayor vocabulario y mejores resultados académicos.

Los padres tratan a los niños como si fueran más inteligentes que las niñas. Y los niños lo interiorizan». Sin embargo, cree que podemos reconocerlo y corregir sus manifestaciones más flagrantes. «La gente que dirige reuniones debe ser consciente de eso», explica. Y de manera muy particular los hombres. «Hay que preguntarles: ¿Cómo te sentirías si a diario te trataran con paternalismo, te interrumpieran constantemente, se ignoraran tus puntos de vista o alguien no quisiera leer un libro tuyo solo porque eres un hombre? Pues así nos sentimos las mujeres».

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