Si el criterio se construye también por comparación, puede que esta sea la película con la que comparemos todo lo que veamos en 2022. Incluso más allá de 2022. La crítica ya ha acordado que debería arrasar en los Oscar al estilo de la coreana Parásitos (2019) y llevarse, al menos, el Oscar a la mejor película del año, al mejor director y a la mejor película internacional. Más importante aún es la magia que opera en la sensibilidad de quien se atreve con ella, inmediatamente restaurada de la distracción intrascendente y muchas veces bruta a la que nos somete prácticamente todo lo que suministra el streaming. Drive My Car es el último filme del japonés Ryusuke Hamaguchi (43 años), el director que firmó también en 2021 la película más perfectamente romántica que se ha visto en este siglo, La ruleta de la fortuna y la fantasía. Rezamos porque llegue pronto a Filmin, la plataforma donde sí se puede ver Happy hour (2015), otro prodigio de introspección sobre la vida y el amor a los 30 que no aburre ni un segundo. Drive My Car reflexiona de nuevo sobre el amor, pero con una óptica mucho más grande.
Existe un morbo colateral en Drive My Car que no es insignificante: el guión se basa en un relato de Haruki Murakami publicado en 2014, pero propone una corrección clave: convierte las mujeres planas e intrascendentes del escrito japonés en el motor de la sensibilidad y la inteligencia del filme. ¿Un ajuste de cuentas? Si es así, es maravilloso. Logra que una mirada interior a la relación de una pareja que ha perdido a su hija se convierta en una conmovedor reflexión sobre la culpabilidad que desata la cobardía a relacionarse de manera honesta con aquellos a los que queremos. Pero, cuidado, nada se trata aquí con la pesadez del arte y ensayo o el desbordamiento habitual de lo comercial: Hamaguchi nos toca la fibra con la delicadeza de un miniaturista, sabiendo lo delicado que se trae entre manos, que somos nosotros. Lo que precisamente engancha de su cine es la ligereza de un ritmo contemporáneo para tratar asuntos eternos. Ejemplo: los títulos de crédito entran a los 40 minutos de película.
El protagonista es Yusuke Kafuku, un famoso actor y dramaturgo que se queda viudo justo cuando tiene que montar una versión de Tío Vanya, la obra de Chéjov, en Hiroshima. Allí debe dejarla las llaves de su adorado Saab 900 rojo a una chófer con la que compartirá mucho más que horas de viaje. La manera en la que las líneas de diálogo de la obra de Chéjov describen lo que vive y piensa Kafuku nos muestran, además, cómo los clásicos continúan hablándonos hoy, cómo la interpretación nos permite seguir recibiéndolos y por qué no podemos prescindir de su poder sanador catártico. Gran parte de la magia que obran las palabras de Chéjov a través de la mirada de Hamaguchi tiene que ver con el lenguaje de signos. Una de las actrices de la obra, interpretada por Par Yoo-rim, es muda. El vuelo de sus manos dibujando palabras en el aire es de lo más emocionante que vas a ver en en el cine este año.
20 de enero-18 de febrero
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