
Mientras el mundo entero contenía la respiración ante de la perspectiva de cuatro años más de Donald Trump en el poder y la noche electoral se alargaba por la resistencia del presidente a asumir su derrota frente a Joe Biden , Melania Trump dormía plácidamente en su dormitorio de la Casa Blanca. «Llamé a la puerta varias veces, primero suavemente, luego más fuerte. Cuando finalmente abrí la puerta de la habitación la encontré profundamente dormida (...) Para entonces, ya sabía lo importante que descansar era para ella y aún así, no podía creerme que estuviera dormida en un momento así», escribe Stephanie Grisham, ex secretaria de prensa de la Casa Blanca y ex jefa del gabinete de la oficina de la primera dama en su libro I'll take your questions now, que llegó a las librerías norteamericanas en octubre. Aquella noche, cuando el escrutinio estaba más avanzado, Melania se despertó de su siesta reparadora, compuso su impoluto look de primera dama y acompañó a su marido en una comparencia pública a las 2.30 de la mañana en la que Donald Trump se autoproclamó vencedor de las elecciones mientras denunciaba un fraude en las urnas.
Un año después de uno de los momentos más infames de la historia de Estados Unidos, la anécdota desvelada por Grisham resume de manera gráfica los cuatro años que Melania Trump vivió en la Casa Blanca y ejerció, de manera esquiva, el cargo de first lady. «Se le puede clasificar como una primera dama reticente. A veces, pasaban semanas sin que se la viera. Y como ex primera dama sigue manteniedo un perfil muy bajo», explica Katherine Jellison, profesora de la Universidad de Ohio y especialista en primeras damas norteamericanas. «Era increíblemente reservada, pero creo que también estaba muy poco preparada. Su marido no tenía experiencia política y, por eso, creo que las responsabilidades y las altas expectativas le pillaron desprevenida. No es un puesto fácil: no está remunerado y no hay una descripción clara de en qué consiste el trabajo.
Además, los estadounidenses esperan que la primera dama lo sea todo para todos», resume Kate Andersen, periodista y autora del libro First women: The grace and power of America's modern first ladies. El libro de Grisham, que dimitió de su cargo horas después del asalto al Capitolio por parte de simpatizantes de Trump el pasado 6 de enero, es un compendio de anécdotas jugosas sobre la dinánica íntima del matrimonio durante su tiempo en la Casa Blanca. Escribe Grisham que la primer pasaba horas organizando sus álbumes de fotos y que, como su propio marido, leía obsesivamente todo lo que la prensa publicaba sobre ella: «No se le escapaba ningún detalle.Tenía configuradas las alertas de Google para los contenidos sobre ella y lo leía todo». Melania, además, nunca pisaba su oficina y jamás daba señales de vida antes de las 10 de la mañana.
Por su tendencia a recluirse en la residencia presidencial, el Servicio Secreto le llamaba Rapunzel a sus espaldas. «Ella creía que la relajación era fundamental en su ritual de belleza, al igual que, por supuesto, los tratamientos faciales y de spa», escribe Grisham, que también confirma rumores mil veces repetidos sobre la mala relación de Melania con Ivanka Trump. También dedica un capítulo al episodio de la archifamosa chaqueta de mensaje incendiario sin proporcionar una explicación convincente sobre la motivación de la primera dama.
Para mí, lo más interesante que desvela el libro de Grisham es que Melania no quiso condenar a los asaltantes del Capitolio mientras el ataque estaba sucediendo. Alguien de su entorno le propuso escribir un tuit censurando la violencia y Melania dijo que no.
También apoyó la tesis de que la elección le había sido robada a su marido. Se mantuvo fiel a él durante aquellos días. De hecho, nunca se ha distanciado públicamente de él. Al fin y al cabo, están casados todavía», explica Daniel Lippman, periodista de Politico que cubre la actualidad de la Casa Blanca y Washington. Sus apariciones públicas desde enero son contadas: una breve visita en julio a Nueva York, donde fue fotografiada saliendo y entrando de la Trump Tower, un partido de beisbol junto a su marido en octubre y... poco más. «Desde que abandonó la Casa Blanca en enero no ha vuelto a visitar Washington», explica Lippman. «Está muy concentrada en su hijo, imagino que todavía lee todo lo que la prensa dice sobre su marido y sigue siendo una de las principales confidentes de Donald Trump. No ha lanzado ninguna iniciativa nueva y no parece que esté escribiendo un libro de memorias ni nada parecido. Está disfrutando de su tiempo lejos de los focos después de cuatro años de intenso escrutinio público», explica el periodista.
Trump reparte su tiempo entre Palm Beach, Florida, donde su hijo Barron asiste al colegio, y el club de golf privado de su marido en Bedminster, Nueva Jersey. En Mar-a-Lago, el club privado que sirve de residencia familiar, sus padres, Viktor y Amalija Knavs, tienen su propio apartamento privado.
En febrero, Trump anunció a través de Twitter la apertura de su oficina, con un staff de tres personas. «La señora Melania Trump anuncia la apertura de la Oficina de Melania Trump. Para más noticias y actualizaciones, sigan esta cuenta», explicaba escuetamente el perfil que, desde entonces, se ha limitado a recordar momentos de su etapa como primera dama, felicitar fiestas nacionales como el 4 de julio o recordar a las víctimas del 11-S. «¿Pero llegó a abrir una oficina después de aquel anuncio? No se ha vuelto a saber nada al respecto. Así que diría que el público estadounidense no tiene ninguna expectativa puesta en ella», explica Katherine Jellison.
Lippman coincide al respecto en esa valoración: «No creo que vaya a tener una actividad pública ni que vaya a dedicarse a la defensa de ninguna causa concreta». Su iniciativa más famosa, la polémica campaña contra el bullying Be best, también ha caído en el olvido. «Era un proyecto demasiado amplio. Las primeras damas más exitosas de la historia reciente son las que se centran en objetivos muy específicos: la campaña Let's move de Michelle Obama, por ejemplo. O la de alfabetización de Barbara y Laura Bush. Cuanto más específica sea la plataforma, mejor», explica Kate Andersen.
Trump no fue una primera dama covencional y tampoco es una ex primera dama al uso. «Como ex first lady se está comportando de manera parecida a como lo hizo mientras estaba en el cargo: no vemos ni oímos mucho de ella. Tampoco invitó a Jill Biden a tomar el tradicional té en la Casa Blanca después de las elecciones. Fue una oportunidad perdida y un hecho sin precedentes en la historia moderna». Mientras Michelle Obama o Laura Bush se pusieron a escribir sus memorias nada más abandonar la Casa Blanca y Hillary Clinton hizo carrera política, lo único que se conoce de la actividad cotidiana de Melania Trump es que invierte gran parte de su tiempo en reparadoras sesiones de spa.