Fracasar en la seriedad es complicado, pero en el humor es realmente sencillo, ha dejado escrito Eduardo Mendoza. En momentos de convulsión social en los que los fracasos se amontonan, la sonrisa se ha marcado una bomba de humo digital. Las sonrisas artificiosas de las presentadoras de la Fox eran antes las más deseadas, pero en el universo 3.0 reina ahora una solemnidad impostada que responde al prestigio millennial de la seriedad, que vincula respeto con severidad.
Retomamos la pregunta del Joker y nos preguntamos por qué estamos tan serios y qué (o quién) ha borrado la sonrisa de las redes. Hay personas a las que no sonreír les sirve como arma empoderadora con la que revelar su vulnerabilidad, como es el caso de Ana Gallego, creadora del personaje Miss Beige, a quien la artista se refiere como «el antiselfie» y que se caracteriza por su semblante serio. Por otro lado se esconde una impronta generacional, pues los nativos digitales otorgan a los emojis connotaciones sarcásticas que a los boomers se les escapan, un problema comunicativo intergeneracional que traspasa lo digital. ¿Cómo vamos a sonreír con normalidad si ahora hasta las sonrisas virtuales encierran dobles lecturas?
También existe cierto esnobismo en el actual rechazo a las sonrisas. Fue en 2015 cuando E.C. van der Laan publicó su tesis acerca de por qué las modelos no sonríen. Alegó que las maniquíes adoptan lo que designa como «un abatimiento estetizado con el que se diferencian de los demás y de las modelos comerciales que veríamos, por ejemplo, en un catálogo de Ikea». Así es cómo engloba a los rostros carentes de sonrisas dentro de un campo cultural más restringido del que ya hablaba Bourdieu y que busca atraer a quienes aprecian una belleza rarificada, frente a quienes prefieren sonrientes rostros dignos del mainstream. Se vincula de esta forma la risa con las clases populares y se relaciona la seriedad con el carácter reflexivo que se atribuye a las élites sociales y culturales. No sonreír es, en definitiva, guay. Así lo cree el rey de las no sonrisas, Kanye West. «Cuando estás viendo cuadros en un castillo antiguo, la gente no sonríe porque no parecerían tan cool», ha asegurado. Suponemos que al rapero La Gioconda le parecerá una auténtica pringada…
Hay otros motivos ocultos tras la desaparición de las sonrisas. Están quienes, para luchar contra la sobreexposición, reservan sus sonrisas para la vida ajena a la pantalla del móvil. También hay quienes se niegan a sonreír como método de castigo. Kim Kardashian explicó que había dejado de hacerlo en las fotos al darse cuenta de que los fotógrafos y los medios se habían reído de su peso durante su embarazo. «No quiero sonreírles. Aunque me sentía segura, no quería ser la chica que iba a sonreír en cada foto», señaló. En otro extremo están quienes no sonríen para convertir sus redes en espacios capaces de ofrecer más lecturas, como asegura Javier de Rivera, sociólogo del Grupo de Investigación Cibersomosaguas (UCM). «A medida que las redes sociales se normalizan y se convierten en una forma más de expresarse, la gente tiende a mostrar más facetas de sí misma, y se sale de la clásica foto posando con una sonrisa», explica.
Para algunas mujeres es la forma de blindarse ante el fenómeno resting bitch face, que es como algunos llaman a la expresión natural de miles de mujeres, que es percibida como gesto de enfado o aburrimiento. En los hombres (¡sorpresa!) se relaciona con el poder y la profesionalidad. En otros casos la ausencia de sonrisas tiene motivos comerciales. Un estudio publicado en Journal of Marketing indica que quienes sonríen incesantemente durante sus sesiones de live streaming venden menos, pues la permasonrisa empuja al público a desconfiar, como le sucediera a Hillary Clinton al comienzo de su campaña electoral.
De hecho, el uso de la sonrisa constante es lo que caracteriza a la obra de Yue Minjun, el artista chino que critica a su país mediante las exageradas sonrisas de sus personajes. En qué momento el reflejo más claro de la alegría ha pasado a ser otra cosa? Si Martín Caparrós escribía en Una luna (Anagrama) que le gustaría saber «cuándo empezamos a creer en la sonrisa, cuándo supusimos que era un fracaso mostrarse sin mostrar los dientes», a nosotros nos encantaría descubrir cuándo empezamos a desconfiar de las sonrisas y a prescindir de ellas como fórmula de sanitizar nuestras emociones.
20 de enero-18 de febrero
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