No es fácil etiquetar 'Piranesi', la novela con la que Susanna Clarke rompe 16 años de silencio. Y eso que su autora está sólidamente instalada en la nómina de estrellas del género fantástico, una etiqueta que ya desbordaba «Jonathan Strange y el señor Norrell» (Salamandra, 2005), su primera novela. Es cierto: el proyecto literario de Clarke persigue la magia, pero tendríamos que revisar si tal propósito permite encasillar a esta escritora en los límites de un género frecuentemente desdeñado. Con 'Piranesi' queda claro que podemos mandar la etiqueta a la porra.
La historia, contada además con una prosa nada enrevesada (sorpresa), tiende tantos puentes simbólicos con lo real que bien podría pasar por una metáfora de la vida confinada (cuando tu mundo cabe en una casa) dentro de una parábola sobre el conocimiento (entendido como poder) dentro de una exploración ontológica (cómo es ser solo, prácticamente el único, en el mundo). Todo contado con una sencillez desarmante.
No conviene avanzar mucho de la trama, pues gran parte del placer de leer 'Piranesi' reside en dejarse sorprender por una narración que nunca va donde imaginas. Clarke te saca inmediatamente del carril de previsibilidad tranquilizadora al que nos va acostumbrando Netflix y precocinados del ramo. Su protagonista, Piranesi, resulta el único habitante de un mundo contenido en una enorme e intrincada casa solo habitada por estatuas (de ahí su nombre, un homenaje al arquitecto del siglo XVIII obsesionado con los laberintos).
Conviene tener en cuenta que poco después de publicar su primera novela, la primera en la historia que ha recibido el Premio Hugo y el Man Booker, Clarke tuvo que retirarse de la vida pública al diagnosticársele el síndrome de fatiga crónica. La reclusión a la que tuvo que someterse la autora sin duda explica los afectos que mueven esta historia, según Neil Gaiman ya mucho más cerca de 'La tempestad' o 'Sueño de una noche de verano' que de 'El señor de los anillos'. Podemos decir algo más de 'Piranesi': se devora como un diario encontrado.
En realidad, Susanna Clarke comenzó a escribir 'Piranesi' con 20 años, pero no supo seguir con la historia. Solo en su confinamiento obligado encontró un sentido a los personajes: «Cuando enfermé, pasé mucho tiempo enfadada por la injusticia, por todo lo que me quitaba la enfermedad. Ahora, trato de enfocarlo de otra manera: me fijo en todo lo que me queda. Todavía tengo la historia, la literatura, la espiritualidad, las matemáticas, el arte, la ciencia…». Esa decisión se vuelve oración (o mantra) cuando Piranesi dice: «La Belleza de la Casa es inconmensurable. Su Bondad es infinita».
La adoración de Piranesi por su casa nos hace pensar, y mucho, en la manera en la que nuestra civilización habita este planeta, nuestra casa al fin y al cabo. Acaso tanto desencantarla, tanto despojarla de su propia magia, tenga algo que ver con el agotamiento y la explotación a la que la sometemos. Acaso Bernardine Evaristo, presidenta del jurado que acaba de conceder a 'Piranesi' el prestigioso Premio Femenino de Ficción, pensaba algo parecido cuando dijo que Clarke «ha creado un mundo más allá de nuestra imaginación más salvaje que también nos dice algo profundo sobre lo que es ser humano».