«Tienes que ser un asesino». Así terminaba la segunda temporada de 'Succession', la serie de HBO que ficciona los quebraderos de cabeza de Logan Roy (Brian Cox), magnate de los medios de comunicación inspirado en Rupert Murdoch, cuando debe resolver cuál de sus tres hijos (o acaso su hija) le sucederá al frente de su imperio. Para el patriarca, Connor (Alan Ruck), Kendall (Jeremy Strong) Siobhan (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) carecen de la mordida necesaria para hacerse cargo de un negocio global-brutal, algo que se pondrá en tela de juicio en la tercera temporada de las serie que llega ahora al 'streaming'.

Solo puede quedar uno en la cruenta guerra por el poder corporativo, algo que hemos visto ya relatado en las páginas de los diarios económicos y hasta en la prensa del corazón. Ahora mismo, Carolina de Mónaco hace encaje de bolillos para que su hija pequeña no pierda comba en la herencia de Ernesto de Hannover, embarcado en una pugna legal a cara de perro con su hijo mayor. Es el dinero, amigos.

'Succession' ha arrasado en premios (nueve Emmys y dos Globos de Oro) y crítica (89 puntos sobre 100 en Metacritic) por retratar desde el filtro de la parodia la crueldad infinita de personas que, efectivamente, están por encima del bien y del mal. De hecho, aunque sus atropellos incluyan el asesinato, jamás terminan compareciendo ante la justicia: siempre sale al paso un pacto, un cobro de favores debidos o una cabeza de turno. Puede que esta sea la primera serie sobre los ricos que nos confronta, sin paños calientes, ante la gran paradoja de nuestra adicción a la contemplación del lujo: aunque 'Succession' nos ofrecen la adictiva experiencia vicaria de vivir sus inalcanzables vidas, no esconde cómo los Roy han llegado hasta ella. Lo dijo Balzac en 'La comedia humana': «Detrás de cada fortuna se encuentra un gran crimen».

Una escena de 'Succession', con sus actores principales. / d.r.

No existe fortuna sin víctimas y en el imperio de los Roy, el, emporio Waystar, las víctimas colaterales son referidas como 'NRPI', las siglas de «No real person involved», o sea, «ninguna persona real involucrada». No son personas reales. Ese joven que es atropellado por el heredero drogado, el migrante que trata de llegar de polizón en un barco o la prostituta que fallece prestando servicios para Waystar son NRPI: material fungible. Figurantes sobrantes. En el final de la segunda temporada, cuando Kendall aparentemente acepta ir a la cárcel por los delitos de su padre, lo justifica diciendo que debe pagar de alguna manera haber atropellado y matado a un joven. Su padre, sin embargo, le disculpa: «Ninguna persona real se vio involucrada. Eso no es nada».

Ningún dilema moral se expresaba con la brutalidad de 'Succession' en las tres grandes series que inauguraron este subgénero de ricos y herederos en los años 80: 'Dallas', 'Dinastía' y 'Falcon Crest'. Aquí, las tramas más sustanciosas casi siempre tenían que ver con las relaciones sentimentales de los magnates, su progenie y los adláteres, ingrediente principal de todo tipo de intrigas para hacerse con el control de algún suculento negocio, una propiedad o cierta empresa. En Dinastía, Los conflictos financieros se ventilan entre matrimonios de conveniencia, relaciones extramatrimoniales, homosexualidad encubierta e hijos ilegítimos.

'Dallas', la serie que inauguró el filón de las series sobre el poder y el sexo a finales de los 70, exponía toda la crueldad de los magnates del petróleo, pero en tramas tan increíblemente enrevesadas, que la sorpresa terminaba eclipsando cualquier interpretación moral. Ante tanto embrollo intrigante, solo cabía pensar que la ficción era un imposible. 'Succession' tiene algo de 'Dallas': en ambas, los ricos tienen mucho de patético, rozando en no pocas ocasiones lo abiertamente ridículo. No nos reímos con ellos sino, directamente, de ellos. El personaje que los hermanos Roy tienen que interpretar para estar a la altura de la crueldad de su padre es lamentable.

En las décadas posteriores, el relato de ficción sobre los más ricos y aristócratas se dulcificó aún más, cambiando tramas inverosímiles al más puro estilo culebrón por el romanticismo victoriano, el relato histórico o el universo 'life style' de postadolescentes influencers. Ahí están las tres series que han logrado hacer del privilegio un lugar de disfrute aspiracional absoluto: 'Gossip Girl', 'Downton Abbey' y 'The Crown'. Aquí, la riqueza es una herencia que se disfruta incuestionada. A lo sumo, se nos presentan las tristezas y quebraderos de cabeza de unos ricos que, aunque vivan entre algodones, también lloran. Las niñatas herederas de Nueva York sufren por amor y por su reputación, lo mismo que la familia Crawley llora el fin del mundo terrateniente. Y qué decir de los Windsor: en 'The Crown', de momento, se habla de todo menos de dinero.

No debe ser casualidad que sea esta década, la de la máxima desigualdad entre los ricos y todos los demás, la que produce series como 'Succession'. Otra ficción sobre el dinero global, 'Billions', muestra la misma crudeza a la hora de retratar no ya a los magnates de los viejos imperios, sino a los tiburones del negocio financiero. Son los cachorros del nuevo negocio de la especulación, un salvaje oeste en el que hombres con jet, mansión y fondo buitre se conducen como los antiguos mafiosos con la aquiescencia de modernos héroes.

No conviene perderse las seis temporadas de 'Billions', y no solo por el increíble duelo interpretativo entre Paul Giamatti y Damian Lewis . El estudio sobre las prácticas financieras en los negocios actuales es de tal minuciosidad, que ell diario británico 'The Guardian' reveló que algunos billonarios enviaron cartas a los creadores de la serie felicitándoles por su realismo. No te la pierdas.