Han oído que allí hay boîtes donde van las francesas. Entran en una, observan el panorama. El pinchadiscos pone una canción que neutraliza todos los códigos de decoro: los franceses se agarran, ponen ojitos, suenan gemidos explícitos. Mi padre y Juantxu escuchan, ese vinilo ha entrado de contrabando, es pornografía auditiva, incitación. Mi padre comprende que debe hacerse con ese 45 y entregarlo al Kabaua, la discoteca de Lekeitio. La canción facilitará las artes de la seducción en el terreno más difícil del mundo para el ligoteo (el País Vasco), tendrá barra libre todas las noches y la gratitud eterna de su cuadrilla. Negocia con el encargado de la boîte, promete hacer todas las consumiciones que haga falta a cambio de ese single. El barman dice que tendrán que beber hasta morir si quieren llevarse esa canción; no sabía que se enfrentaba a dos bilbaínos sedientos. Mi padre amanece sin dinero y resacoso, pero tiene consigo el Je t'aime, moi non plus, de Gainsbourg y Birkin: es Prometeo, trae el fuego prohibido de los dioses a los suyos.