Aseguraba el ingeniero Ray Kurzweil en La singularidad está cerca que el cambio tecnológico propiciaría el nacimiento de una civilización capaz de superar cualquier limitación. «No importa el dilema al que nos enfrentemos, siempre hay una idea que nos puede hacer salir victoriosos. Y además, esa idea puede ser hallada; y cuando la encontremos, tendremos que ponerla en práctica». Y si el hombre vivo que mejor predice el futuro –como le definió Bill Gates– conserva ese optimismo radical , ¿quiénes somos nosotros para llevarle la contraria? Lo peor que se puede hacer por el futuro es no creer en él.
Tenemos la certeza de que estará definido por la Inteligencia Artificial . «La adquisición de cierta cultura tecnológica será imprescindible para entender qué puede hacer por nosotros y anteponernos a sus efectos», señala Amparo Alonso, catedrática de Ciencias de la Computación e IA de la Universidade da Coruña, que destaca sus posibilidades ante la lucha climática, la gestión del agua o la eficiencia del campo. Incluso hay organizaciones ambientales que la utilizan para mapear y recoger la basura oceánica.
¿Lograremos también que sea ética e igualitaria ? «Se le está prestando más atención a los datos para detectar y corregir los sesgos. Antes, los asistentes virtuales sólo tenían voz de mujer y ahora empiezan a tener voces masculinas. ¿Estamos siendo perfectos? No. ¿Lo estamos haciendo mejor? Sí. El objetivo es empoderar a las personas para hacer mejor nuestro trabajo».
La medicina ha evolucionado tanto como para hacernos soñar con la longevidad. La Inteligencia Artificial, la genómica o la neurociencia nos acercan a una medicina de precisión en la que cada paciente recibe un tratamiento específico. Las herramientas CRISPR de edición genética [las mismas que se utilizaron para desarrollar las vacunas contra la Covid] «nos han proporcionado una manera de modificar nuestro genoma a voluntad, con una precisión y una fiabilidad antes desconocidas», asegura Lluís Montoliu, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas CNB-CSIC, que destaca sus posibilidades para corregir anomalías o mutaciones genéticas y evitar el desarrollo de una enfermedad.
El pasado febrero, la Agencia Europea del Medicamento aprobó la primera terapia CRISPR para tratar enfermedades graves de la sangre, como la anemia falciforme o la beta talasemia. Montoliu apunta también sus posibilidades frente al reto alimentario. «Podemos incorporar modificaciones genéticas en plantas y animales para tener cereales adaptados al cambio climático, o resistentes a plagas e infecciones».
«El siglo XXI es el de la inmunoterapia», reconoce Luis Álvarez-Vallina, jefe del Grupo de Investigación Inmuno-Oncología e Inmunoterapia del Instituto de Investigación del Hospital 12 de Octubre. «Se basa en estimular al sistema inmune del paciente para que reconozca y destruya las células tumorales». ¿Encontraremos la cura para el cáncer? El experto destaca la capacidad de las vacunas preventivas para reducir el riesgo de desarrollar algunos, como el de cérvix o el hepático, así como técnicas diagnósticas más sensibles, para detectar y seguir la evolución de forma más precisas. «Las células CAR-T están funcionando extraordinariamente bien en algunos tipos de cánceres hematológicos, pero aún necesitan ser mejoradas para poder emplearse con éxito y seguridad en el tratamiento de los tumores sólidos», afirma.
«La agricultura regenerativa es y será fundamental, ya que nos permite cultivar y producir alimento respetando el suelo, el agua y la biodiversidad, tres variables esenciales para mitigar el cambio climático», señala Remedios Arrés, presidenta de la cooperativa almeriense Alvelal. Frente a un sistema alimentario que exprime los recursos, proyectos como éste se enfocan en la salud de la tierra para devolver el equilibrio a la naturaleza, lograr cosechas más resistentes y reducir las emisiones de carbono.
La agricultura regenerativa no es nueva, insiste la experta, consiste en recuperar las buenas prácticas que se perdieron en la revolución industrial, como los cultivos rotativos o el uso de abonos naturales y especies polinizadoras que mantengan las plagas a rayas. En la despensa del futuro primarán los alimentos naturales, de temporada y de proximidad.
Tampoco es casualidad que los grandes conglomerados de moda estén invirtiendo en el campo para conseguir tejidos naturales y reducir su huella de carbono. La industria textil vive su propia revolución para adaptarse a la economía circular, la gran esperanza ambiental. «Nos vestiremos con tejidos que todavía no existen, con propiedades saludables para la piel, que sustituyan al poliéster», asegura Gema Gómez, directora de la plataforma de formación en moda y sostenibilidad Slow Fashion Next, que destaca las posibilidades de las algas y los hongos. También cambiará la relación con la ropa. Según la experta, utilizaremos servicios de alquiler y crearemos vínculos emocionales con la que compremos: «Las tendencias se personalizarán y, si nos uniformamos, será por convicción».
Parece que los androides serán lo bastante inteligentes como para negarse a trabajar por nosotros. « La fuerza laboral seguirán siendo las personas que trabajarán con máquinas, aunque más sofisticadas», asegura Valentín Bote, director del centro de estudios del Mercado Laboral Randstad Research. «Otra cosa es que la faceta personal o familiar de los humanos gane peso a la profesional, algo que ya sucede. Los trabajadores se podrán beneficiar de jornadas más reducidas, o de entrar y salir del mercado laboral según sus intereses».
Para el experto, las organizaciones jerárquicas darán paso a modelos más colaborativos, que ponen en valor la comunicación horizontal y la participación activa. Aunque es difícil calcular su impacto, Bote asegura que la IA acelerará la desaparición de tareas mecánicas y la creación de puestos más cualificados.
Mediante un complejo entramado de sensores y tecnologías, las smart cities tratan de conocerse mejor para ser más eficientes, ecológicas y humanas. Farolas capaces de optimizar el gasto eléctrico, semáforos que miden la densidad del tráfico para reforzar el transporte público, contenedores monitorizados para mejorar la recogida de residuos, tejados fotovoltaicos o baterías biotecnológicas que abastecen a los vecinos...
Ni es ciencia ficción ni tecnología radicalmente nueva. Málaga o Santander han sido pioneras en este tipo de soluciones para colocar a los habitantes en el centro de las decisiones urbanísticas. La premisa es noble, pero requiere una ingente cantidad de datos. ¿Quién gestiona esa información? Defensor de que estas decisiones determinarán el futuro, el experto en ética algorítmica Ben Green reivindica, en The Smart Enough City, la necesidad de aplicar la tecnología con una visión holística de justicia y equidad. De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en una «herramienta para aumentar la vigilancia, las ganancias corporativas y hasta el control social».
Luis de Garrido, arquitecto y urbanista, sitúa el futuro de las ciudades en su descentralización. «No creo que vayan a crecer mucho, la tendencia es que la gente no tenga hijos y la migración se está distribuyendo. El problema es que están paralizadas y se vive peor. Cuando una ciudad alcanza los 200.000 habitantes, surgen las deseconomías de escala y las aglomeraciones. Hay que partirlas en confederaciones de microciudades autosuficientes». El experto propone transformar los distritos en ayuntamientos que defiendan las necesidades de cada comunidad. No se trata de la ciudad de los 15 minutos: «La idea es ofrecerles todo para vivir bien y que no necesiten salir».
«La vivienda es un bien de uso no de especulación», reclama María Asunción Rodríguez, presidenta y cofundadora de Axuntase, el primer cohousing intergeneracional de Asturias, un proyecto que impulsa un modelo de convivencia colaborativo y solidario. «La clave es la cesión de uso. Los cooperativistas ponemos el dinero que cuesta construir, pero la propiedad es de la cooperativa, no se puede hacer una división horizontal», explica.
El éxito del movimiento, en palabras de Rodríguez, es que también ofrece una solución a la epidemia de soledad y la crisis de cuidados. Los cohousing son comunidades en las que el espacio privado y el comunitario se organiza en base a valores comunes y redes de apoyo. «Los cuidados se han resentido porque todavía entran en el ámbito familiar y los edificios no invitan a socializar».
La investigadora y escritora Coral Herrera, creadora del Laboratorio del Amor, coincide en la importancia de una educación basada en la filosofía de los cuidados para hacer frente al individualismo. «Fantaseo con un sistema educativo que enseñe a cuidar nuestros vínculos. Si nos dieran herramientas para gestionar el duelo o resolver conflictos sin violencia, habríamos avanzado mucho».
Si se cumplen las predicciones del futurólogo Ian Pearson, quizás no tengamos que esperar mucho para asistir a las primeras bodas entre humanos y robots. Este verano, la performer Alicia Framis planea casarse en Holanda con AILex, un holograma generado por Inteligencia Artificial. Se trata de una obra de arte contemporáneo, pero pretende ser un adelanto de esta sociedad híbrida.
Herrera defiende que nos acabaremos cansando de novios digitales que siempre nos den la razón. «Valoraremos más lo auténtico, personas reales que te quieran de verdad y no que estén programados para ello». La autora de Mujeres ya no sufren por amor asegura que «la gente está construyendo nuevas formas de relacionarse, creando redes de apoyo y de amistad, que recojan lo mejor de la soledad y la compañía».
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?