
Mi entrevista con Priscilla Chan (Braintree, Massachusetts, 1985) tiene lugar durante otra semana complicada para la compañía que preside su marido. Facebook, la red social que Mark Zuckerberg fundó mientras ambos estudiaban en Harvard, vuelve a copar titulares y no precisamente para bien. Doy por hecho que Chan cancelará nuestra cita, pero no lo hace. En cambio, desde su oficina me piden que evite hacerle preguntas sobre Facebook .
Satisfacer esa petición no será fácil, considerando la tormenta política y mediática que envuelve a la compañía, acusada de anteponer sus beneficios a la salud y la seguridad de sus clientes, y de utilizar algoritmos cuyo fin es promover contenidos extremistas y potencialmente dañinos. Me cito con ella en el epicentro de Silicon Valley, no muy lejos de la casa que la pareja comparte en Palo Alto, en la nueva y flamante sede de la organización benéfica Chan Zuckerberg Initiative (CZI) en Redwood City. A través de la CZI, ella y su esposo planean donar el 99% de su fortuna y, dado que son los mayores accionistas de una empresa valorada en casi un billón de euros, eso es mucho dinero. Su objetivo es ambicioso: «Ayudar a curar, prevenir o controlar todas las enfermedades antes de fin de siglo», y crear una sociedad más equitativa, en la que todos los niños tengan las mismas oportunidades.
Decoradas con murales de colores vistosos, pinturas de artistas lo cales y pantallas que proyectan historias de mujeres inspiradoras, las oficinas recuerdan a una escuela primaria generosamente financiada. Cuentan con una cafetería gratuita y salas de reuniones temáticas bautizadas con nombres como Pizza y Falafel. Me encuentro con Chan en el jardín de la azotea, mientras posa para la fotógrafa.
Ella se muestra relajada y sonriente mientras afirma, en tono bromista, que esta es la primera vez que usa zapatos de tacón desde que comenzó la pandemia. «Por favor, escribe que subí dos tramos de escaleras con estos tacones de aguja», me pide, antes de cambiarse los Manolo Blahnik por un par de deportivas. A pesar de ser una de las mujeres más ricas del mundo (el patrimonio neto estimado de la pareja es de unos 100.000 millones de euros) no exhibe signo alguno de ostentación. No lleva ninguna joya aparte de una sencilla alianza de oro, y su maquillaje apenas es visible.
Chan y Zuckerberg se casaron en 2012, solo un día después de que Facebook saliera a Bolsa y la misma semana en la que ella se graduó en Medicina. Cuatro años después, Priscilla dejó su trabajo como pediatra para convertirse en codirectora ejecutiva de la CZI. «Al principio sentí pánico –confiesa–. Pero, ¿sabes qué es lo más tierno y a la vez lo más exasperante de Mark? Que cree en mí más que yo misma. Siempre me dice: 'Lo tienes todo bajo control».
La pareja tiene dos hijas, Maxima (Max), de cinco años, y August, de cuatro. Zuckerberg anunció la creación de la CZI a través de una carta abierta a Max el mismo día de su nacimiento. De hecho, seguía tratando de consultar a Chan sobre la redacción del documento mientras ella estaba de parto. Al final, ella le contestó: «Termina la carta tú mismo... Ahora mismo estoy ocupada con otro asunto». ¿Cuál de los dos tuvo la idea de ponerla en marcha?. «Mira, Mark y yo nos conocemos desde hace 18 años, justo la mitad de mi vida –responde–. Él siempre ha sabido que mi misión en este mundo es devolver a la sociedad lo que he recibido de ella. Y cuando en 2005 quedó claro que nosotros o, mejor dicho, él iba a ganar algo de dinero con Facebook, decidimos que teníamos que practicar la beneficencia».
Observo que Chan aparece antes que Zuckerberg en el nombre de la organización. ¿Fue un gesto feminista? «No –responde ella–. Ambos tenemos un profundo sentido del orden, incluido el alfabético».
La relación comenzó durante el primer año universitario de ella, por entonces una estudiante becada con problemas para adaptarse. Hija de refugiados vietnamitas, había crecido en un barrio irlandés de clase trabajadora de Boston. Sus padres apenas hablaban inglés y, a pesar de estar pluriempleados, tenían problemas para llegar a fin de mes. Cuando su padre, Dennis, ganó el dinero suficiente para abrir un restaurante chino, tanto él como su esposa, Yvonne, empezaron a pasar en él 18 horas al día. A la pequeña Priscilla la crió casi en exclusiva su abuela.
En el instituto sufrió acoso y solía almorzar en los baños de las chicas para evitar el patio. Uno de sus profesores, el señor Swanson, la ayudó a presentar la solicitud para estudiar Biología en Harvard. ¿La animaron sus padres? Se ríe mientras recuerda que, para ellos, Harvard solo era una parada en la línea del metro de Boston. También allí sintió que no encajaba. «Todos hablaban igual, se vestían de forma parecida, sabían estudiar...». Las chicas más ricas, recuerda, llevaban bolsos Longchamp. «Nunca los había visto antes y no podía entender por qué algo hecho de plástico y un poco de cuero costaba tanto dinero».
Durante su estancia en la universidad tuvo diferentes trabajos a tiempo parcial. «Harvard se basa en el mismo modelo que Cambridge y Oxford, parecido al que se retrata en Harry Potter –explica–. Una de las tradiciones de mi residencia era que, cada jueves, los estudiantes estaban invitados a tomar el té. Mi trabajo consistía en hornear dulces y preparar el chai para el resto». Un curso por encima de ella estaba Zuckerberg, por entonces un fanático de las matemáticas que llevaba programando desde la adolescencia. Se hizo famoso por crear una web llamada Facemash, que categorizaba a las estudiantes de Harvard según si eran «atractivas o no». De hecho, cuando conoció a Chan se enfrentaba a un proceso disciplinario y estaba prácticamente convencido de que lo iban a expulsar.
Esa, opina ella, es una de las razones por las que se apresuró a invitarla a salir después de conocerse en la cola del baño de una fiesta. ¿Conectaron de inmediato? «Teníamos un sentido del humor muy similar», asegura Chan. A él le impresionó que ella entendiera sus chistes de programación. Las dos siguientes citas se sucedieron con rapidez; ella se sentía atraída por él, pero le horrorizaba su falta de respeto por las reglas. «Yo no soy una infractora de las normas... Me había abierto camino hacia Harvard y allí estaba aquel niñato, a punto de ser expulsado».
En la segunda cita, Zuckerberg la sorprendió al explicarle que aunque debía estar estudiando para un examen que tenía al día siguiente, prefería pasar tiempo con ella. «Para mí, Priscilla la mojigata, él era un poco rebelde», comenta riéndose. Al final Zuckerberg no fue expulsado de Harvard, pero dejó la universidad para trabajar en la red social que acabó convirtiéndose en Facebook. Por su parte, Priscilla ocupó su tiempo libre en la universidad haciendo trabajos de voluntariado.
Su primer empleo después de Harvard fue como profesora de ciencias en una escuela secundaria. No puedo evitar sentir que ella y Zuckerberg son como el yin y el yang. Cuando finalmente se casaron en 2012, en su casa de Palo Alto y en presencia de menos de 100 invitados, la gente se sorprendió al descubrir que el fundador de Facebook no solo tenía novia desde hacía mucho tiempo, sino además una que estaba dispuesta a casarse con él. En el imaginario colectivo, él seguía siendo el protagonista de La red social, la película de 2010 dirigida por David Fincher. Chan tan solo ha adquirido una dimensión pública en los últimos años, y exclusivamente para promover el trabajo de la fundación. Su agente de prensa me asegura que esta entrevista es la más larga y exhaustiva que ha dado nunca.
Tras nuestra conversación, tiene previsto verse con su marido en un encuentro los dos solos que llevan a cabo semanalmente y que siempre tiene lugar los jueves por la tarde. «Somos muy organizados –explica entre risas algo avergonzadas–. Esa reunión nos sirve para tomar decisiones técnicas de trabajo, y siempre seguimos un orden del día establecido. Nuestro gran tema de hoy será el presupuesto de la CZI». También tienen una cita nocturna semanal durante la que suelen ir a un restaurante. Me pregunto en qué medida usa Zuckerberg a su esposa como confidente, particularmente ahora que Facebook se halla bajo un intenso escrutinio. Su respuesta es vaga. «Hablamos de todo. Y sí, nos explicamos las cosas y me doy cuenta de lo considerado que él es. Me encanta conocer su opinión».
Está claro que ambos están orientados hacia la vida familiar. Su hogar es una casa tradicional de madera con una mecedora en el porche, paredes blancas y suelos de madera, grandes sofás grises y una chimenea en la sala de estar flanqueada por estanterías. Pagaron seis millones de euros por ella en 2011; y poco tiempo después compraron las cuatro viviendas vecinas con sus respectivos terrenos, por casi 40 millones más, para usarlas como casas de huéspedes e instalaciones recreativas. El magnate se tomó dos meses de baja por paternidad cuando nació August en 2017 y, según Chan, es un padre muy implicado.
Se dividen el cuidado de sus hijas: ella se encarga por las mañanas y él a la hora de acostarlas. Las niñas se quedan en la guardería mientras ellos trabajan. ¿En qué consiste la rutina de Mark para llevar a las niñas a dormir? «A veces leen libros juntos. A veces, programan juntos. Mark lleva haciéndolo con August desde que ella cumplió tres años». Están criando a las niñas en la tradición judía, por lo que Zuckerberg reza una oración antes de acostarlas, pero en mandarín. Dado que ella creció hablando cantonés y mandarín, le pregunto si sus hijas son bilingües. Suspira. «Lo intentamos y no hemos tenido mucho éxito, pero nos aseguramos de que sean... multiculturales».
Todos los viernes reciben a amigos y familiares para celebrar una cena de sabbat en la que, además de comida kosher, ella sirve platos chinos. Durante el primer confinamiento se refugiaron en Palo Alto, desde donde trabajaron y se encargaron de la educación de las niñas. Como todo el mundo, tuvieron dificultades para recibir entregas a domicilio, aunque me cuesta imaginarlos quedándose sin papel higiénico. Dado que las otras dos parejas multimillonarias vinculadas a las grandes multinacionales tecnológicas que impulsaron fundaciones caritativas se han divorciado −Bill y Melinda Gates, y Jeff Bezos y MacKenzie Scott−, me pregunto cuál es el secreto de un matrimonio de éxito en ese mundo. La clave, aparentemente, está en pasar mucho tiempo haciendo deporte con la familia y en un amor compartido por los juegos de mesa.
No juegan juntos a videojuegos pero, tratándose de alguien que hasta ahora ha dedicado su carrera a la salud y la educación de los más pequeños, Chan no se muestra preocupada por el tiempo que sus hijas pasan frente a una pantalla. Max tiene su propio iPad, que usa para jugar y resolver problemas de matemáticas, y las dos tienen acceso supervisado a ordenadores en la guardería. Le hablo de las voces críticas que acusan a Instagram −también propiedad tema de hoy será el presupuesto de la CZI». También tienen una cita nocturna semanal durante la que suelen ir a un restaurante.
Como hija de inmigrantes chino-vietnamitas, Priscilla Chan creció pensando que el racismo era algo que solo experimentaban las comunidades negras e hispanas. Pero los ataques sufridos por asiáticos a raíz del coronavirus −que Trump denominó el «virus chino»− cambiaron esa noción. «Me abrieron los ojos, sobre todo porque algunas de las mujeres que fueron atacadas se parecían a mi abuela. En una cultura en la que respetar a tus mayores tiene tanta importancia eso es muy doloroso. Y en ese momento levanté la cabeza, y me dije a mí misma que no se trata solo de eso. Debo reconocer mi ascendencia y asumir que todos tenemos que trabajar juntos, especialmente en medio de la locura que nos ha estado envolviendo».
En cuanto habla de «locura», decido señalar el elefante en la habitación: las acusaciones según las que Facebook está ganando dinero magnificando el discurso de odio y la desinformación; que los fondos con los que se financian todos los proyectos de la CZI, incluido el apoyo a varios grupos antirracistas, provienen de una plataforma que estimula e incrementa la división. ¿Cuál es su respuesta a eso? «Yo estaría haciendo este trabajo en cualquier caso. Para mí es algo personal y relevante, y siento gratitud por poder realizarlo a esta escala. Hemos puesto nuestro corazón en él.
Y Mark ha puesto su corazón en él». Pero, ¿es eso cierto? Hace un par de días escuché una explicación muy diferente de las motivaciones de Zuckerberg por boca de Frances Haugen, la exempleada de Facebook que ha filtrado documentos internos de la compañía a varios medios norteamericanos. Ante un comité del Senado, en Washington, Haugen denunció que la compañía ha ignorado las advertencias sobre cómo sus algoritmos dirigen a los usuarios hacia contenidos dañinos. En su declaración, también contó que la empresa se ha dado cuenta «de que si cambian el algoritmo para que sea más seguro, los usuarios pasarán menos tiempo en la plataforma y harán 'click' en menos anuncios.
Está claro que a Priscilla Chan estas acusaciones le resultan profundamente perturbadoras, particularmente la que afirma que Facebook potencia el odio étnico. «No existe un remedio sencillo para el racismo, es un asunto complejo y debemos lidiar con él de forma colectiva. Sé que Facebook, que Mark, está trabajando en ello. Y doy por hecho que todos los días lidian con cuestiones difíciles y relevantes». Y añade: «Lanzamos la CZI cuando yo tenía 30 años. Y lo hicimos no porque pensáramos que teníamos las respuestas, sino porque sabíamos que íbamos a necesitar el resto de nuestras vidas para descubrir cómo hacer bien las cosas». ¿Y qué les diría a quienes argumenten que, en lugar de donar todo su dinero a través de fundaciones caritativas, los titanes de las big tech deberían pagar los impuestos que les corresponden? «Estamos de acuerdo en que es necesario implementar reformas para asegurar que todos paguen su parte y contribuyan a mejorar la sociedad y las vidas de las personas. Ese es el camino que nuestro país debe seguir».
Me resulta inevitable pensar que Chan es como la brújula moral de la que, en opinión de los enemigos de Facebook, Zuckerberg carece. En todo caso, la cuestión de fondo persiste: que una pareja decida regalar el 99% de su riqueza resulta admirable, pero genera preguntas sobre cómo se acumuló esa riqueza y a qué coste. ¿La salud mental de las adolescentes? ¿La difusión de desinformación? Maria Ressa, la intrépida periodista filipina que ha ganado el premio Nobel de la Paz de este año, calificó a Facebook como una «amenaza para la democracia».
¿No es donar los beneficios de Facebook para contribuir a la lucha contra las enfermedades y la reforma de la educación y el sistema judicial de Estados Unidos un intento de borrar sus pecados? Ese es el dilema moral al que se enfrentan dos millennials estadounidenses que se han convertido en una de las parejas más poderosas del mundo. Le comento a Priscilla que una gran riqueza conlleva una gran responsabilidad. «Por supuesto –responde–, y en efecto sentimos una gran responsabilidad de contribuir y aportar cuanto esté en nuestras manos». Solo espero que su esposo aprenda a escucharla más.