Daisy Fellowes fotografiada en 1937 por Cecil Beaton con el collar que Cartier diseñó para ella, el 'Collar Hindú' o 'Tutti Frutti', que aparece en el libro 'The Cartiers: The Untold Story of the Family Behind the Jewelry Empire'. /
Los periódicos de la época aseguraban que vivía a base de perdiz, cocaína y sexo con los maridos de sus amigas, una dieta radical que explica su delgadísima silueta, siempre vestida con la última exquisitez. La aristócrata Daisy Fellowes , la mujer más elegante de los años 20 y 30, ha sido sin duda la influencer más poderosa y temida de la historia, musa para Elsa Schiaparelli (quien pensando en Fellowes diseñó el mítico sombrero zapato) o Cartier, fija en las páginas de 'Vogue' y directora de la edición francesa de 'Harper's Baazar': dejó el puesto a los dos años porque se aburría. Cosas de millonaria .
Según el escritor Jean Cocteau, «Daisy Fellowes creó más tendencias que ninguna otra mujer en el mundo». Ella fue la primera que combinó jerséis de lana y joyas, por ejemplo. Admirada y odiada a partes iguales, fue una fea terriblemente guapa o una guapa tan malvada que se hacía fea. Su crueldad la hizo famosa, pero tenía tanto dinero que podía prescindir totalmente de lo que los periódicos e incluso el resto de la aristocracia pensaba de ella.
Marguerite Séverine Philippine Decazes de Glücksberg, que así se llamaba Daisy Fellowes, nació en París en 1890, hija de Isabelle-Blanche Singer, la heredera del imperio Singer (efectivamente, el de la máquina de coser) y Jean Élie Octave Louis Sévère Amanieu Decazes, el tercer duque Decazes y Glücksberg. Su madre se suicidó cuando Daisy era muy pequeña y fue su tía Winnaretta Singer, princesa Edmond de Polignac, la que la crió, en un ambiente totalmente imbuido en las artes.
A los 20 años, Daisy se casó con el príncipe Jean Amédée Marie Anatole de Broglie. El matrimonio solo duró ocho años: se rumoreó que no murió de la peste española (la versión oficial), sino que se suicidó cuando se hizo público que era gay. En 1919 se volvió a casar con Reginald Ailwyn Fellowes, primo de Winston Churchill y e hijo del segundo Baron de Ramsey. Desde muy joven la fotografiaron los mejores: Adolf de Meyer, Cecil Beaton, George Hoyningen-Huene, Edward Steichen y Horst P Horst. Incluso la retrató John Singer Sergeant.
Diana Vreeland, probablemente la editora de moda más importante de la historia, dijo de ella que poseía «la elegancia de las malditas». Inspiró un color nuevo, el rosa chocante, y coleccionó tanto joyas como pornografía. Acostumbraba a recibir a las visitas ataviada únicamente con una capa transparente y atiborrada de joyas o las convocaba a una cena de gala y ella se presentaba con un sencillo caftán de lino. Como su padre la llamaba fea cuando era niña, en cuanto pudo se operó la nariz y comenzó a patrocinar a diseñadores de joyas y de moda: si no podía ser la más bella, sería la más extravagantemente elegante.
Daisy Fellowes no solo hizo leyenda de su estilo. Su crueldad también se convirtió en legendaria. Solía invitar a sus amigos a su yate y convertir a uno de ellos en el objetivo de sus ataques: un acoso y derribo en toda regla. También le divertía invitar a cenar a un grupo de amigos, y a los enemigos de estos. Si aún así no se divertía, no se confirmaba: echaba morfina, cocaína o bencedrina a las bebidas. En el cine, si su butaca favorita estaba ya ocupada, se sentaba directamente en las rodillas de su ocupante.
Fascinadora y aterradora, trató de seducir al mismísimo Winston Churchill antes de casarse con su primo y también al Príncipe de Gales, pero no pudo con la vigilancia intensiva de Wallis Simpson. Daisy Fellowes gustaba de seducir a los maridos de todas sus amigas, una afición que estas soportaban con resignación. Una de sus amigas y rivales, lady Diana Cooper, decía de Fellowes que era «la viva imagen de la depravación»: Daisy se acostó con su marido durante 17 años. «Siempre ando a la búsqueda de nuevas conquistas», admitía la heredera del imperio Singer. «Es una sensación electrizante. Como probar la absenta por primera vez. En cuando un hombre me pregunta: '¿Me invitas a un té?', comienzo a afilar los cuchillos«.
El pintor Sir Francis Rose advertía: «Es peligrosa como un albatros». Otro de sus amantes, el embajador británico en Francia Alfred Duff Cooper, desveló uno de sus secretos de seducción: fumaba opio antes del sexo para disolver totalmente sus inhibiciones. Prácticamente toda la alta sociedad de su tiempo, ministros, millonarios y creadores admirados, frecuentaron sus fiestas, recepciones y bailes de gala, famosos por el lujo y un desenfreno imparable. Hasta incluía la cocaína como ingrediente especial cuando, decorosamente, se limitaba a tomar el té con sus amigos. Novelista y poeta, mujer cultivada e inquieta intelectualmente, su vida fue perdiendo el brillo en la nueva sociedad que emergió tras la II Guerra Mundial. Terminó sus días en su gran mansión de París, donde murió prácticamente en el anonimato a los 72 años.