entrevista

María Galán, la influencer humanitaria de 26 años que lo dejó todo para dirigir un orfanato con 32 niños en Uganda

Tiene más de un millón de seguidores en Instagram, pero no es una influencer cualquiera. Hablamos con María Galán sobre cómo, hace tres años, decidió dejar España para establecerse en una localidad desfavorecida de Uganda y luchar por la población infantil de la zona.

María Galán. / babies uganda

Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

En Kikaya, una población desfavorecida al norte del Lago Victoria en Uganda, todo el mundo conoce a María Galán como auntie María. Sobre todo, los 32 niños de entre 15 meses y 16 años que viven con ella en el hogar para huérfanos que dirige desde hace tres años en el país africano. Esta joven madrileña de 26 años, que estudió Económicas y Negocios Internacionales y que se estableció permanentemente en Uganda en 2020, es el alma de Babies Uganda, la ONG que fundaron su madre, Monste, y la amiga de ésta, Maribel García.

Lo que en 2012 empezó con el rescate in extremis de un orfanato local a punto de cerrar es ahora un proyecto que cubre las necesidades educativas y de alimentación de más de 1.000 niños de la zona. Además de Kikaya House, que es el hogar de 32 niños donde reside Galán, Babies Uganda ha puesto en marcha un colegio para 52 niños con discapacidad visual, una escuela de primaria con 650 alumnos en la que muchos también duermen, un colegio de secundaria que empezará a funcionar en enero y acogerá a 300 estudiantes, un centro médico que da cobertura gratuita y atiende a 1.000 personas al mes y una clínica dental.

Por el camino, y mientras se encargaba de contratar a personal local, gestionar profesores o cocineras y atender todas las necesidades de los niños que están a su cargo, Galán se ha convertido en una atípica influencer con más de un millón de seguidores en Instagram, donde cuenta su día a día con una calidez y sensibilidad que ya son la marca de la casa. Cinco horas después de aterrizar en Madrid para pasar unos días con su familia, charlamos con ella para conocer su increíble historia.

Lleva tres años establecida en Uganda, ¿cómo era su vida y sus planes de futuro antes de irse?

Era una vida muy normal, tranquila y cómoda: vivía en Boadilla, salía con mis amigos, sacaba buenas notas… Siempre he sido muy responsable. Estudiaba Economía y Negocios Internacionales en Alcalá de Henares y me pasaba la vida en el metro… Pequeños retos comparados con los que tengo ahora.

La solidaridad es algo que se suele aprender en casa. ¿Fue su caso?

Mi madre siempre ha estado involucrada en proyectos solidarios y es algo que mis hermanos y yo hemos visto desde pequeños. Participábamos en mercadillos solidarios y, a veces, íbamos a Cáritas a echar una mano o ayudábamos a organizar comidas navideñas para familias con pocos recursos. Siempre he tenido esa inquietud por ayudar. En el colegio ya me decían que era la defensora de las causas perdidas…

Y, de pronto, su madre ayuda a evitar el cierre de un orfanato en Uganda. ¿Cómo se gestó aquello?

Mi madre siempre había tenido la inquietud de conocer esas realidades de primera mano. Empezó a buscar voluntariados y, a través del ayuntamiento de Boadilla, encontró una asociación y se fue a Uganda con ellos. Estando allí supo de un orfanato que iba a cerrar por falta de fondos. En cuestión de un mes ella y Maribel, que llevaba muchos años trabajando como voluntaria, consiguen salvarlo después de recaudar 700 euros con la ayuda de familiares y amigos cercanos. Y en 2012, deciden tirar adelante y registrarse como ONG. Los primeros años fueron complicados: montas una ONG sin ningún recorrido y lo más difícil es ganarse la confianza de la gente. Hasta que en 2017 conseguimos abrir nuestro propio hogar, que es donde vivo yo a día de hoy. Así es como empezó Babies Uganda.

María Galán junto a uno de los niños de Kikaya House. / babies uganda

¿Cuándo se incorpora al proyecto?

El verano que cumplí 18 años me fui 20 días y el siguiente, me fui el verano entero. Luego ya no aguantaba hasta el verano y me fui en enero… Esperar tantos meses se me hacía insufrible. Cuando me tocó elegir las prácticas, me di cuenta que no me veía en ningún otro sitio y como estudié Economía y Negocios Internacionales la universidad me dejó hacerlas allí. La pandemia me pilló en Uganda. El aeropuerto estaba cerrado y fue un punto de inflexión para mí. Me di cuenta de que aquel era mi lugar, que conseguía responder a todas mis preguntas. Con los niños la relación cada vez era más intensa y supe que quería estar allí con ellos para ayudarles a crecer en un entorno más cálido.

¿Cómo llegan los niños huérfanos hasta vosotros?

Cuando se produce el abandono de algún niño en la zona, nos llama la polícia. Vamos a recogerlo sin hacer preguntas y pasa a formar parte de la familia. Y digo familia porque eso es lo que somos. Cuando cumplen 18 años, este sigue siendo su hogar. No es que cumplan la mayoría de edad y les digamos: «Y ahora, búscate la vida». Ojalá cada uno pueda estudiar lo que quiera. Cuando pienso a largo plazo, me imagino que el que elija ser cocinero quizá pueda abrir un restaurante en la zona y dar trabajo en el pueblo. O que el que haya estudiado enfermería pueda trabajar en nuestra clínica. Ese es mi sueño.

¿Cómo es un día normal en su vida en Uganda?

Me levanto y con el primer café de la mañana leo todos los mensajes que recibimos a través de Instagram porque nunca sabes lo que te puedes encontrar ahí… A las 9, ya estoy con los peques. Si hay que ir al hospital voy con ellos, y luego les atiendo en todo lo que vaya surgiendo: cambiar pañales, resolver discusiones… Después, comemos, hay un rato de siesta, hacen los deberes y llega el momento de la ducha y la cena. Los días son muy intensos.

Seguro que también ha habido momentos complicados. ¿Le ha costado mucho hacerse respetar por la comunidad?

Obviamente su cultura es completamente diferente a la nuestra. Para empezar, yo soy la única blanca en todo el pueblo. Por eso, siempre se nos mira con muchos ojos. Al principio, llegas con toda tu energía y crees que puedes hacer mucho más de lo que realmente está en tu mano. Cuando iba de voluntaria, alborotaba demasiado a los niños. Además de nuestro hogar, tenemos un colegio al que asisten 650 niños. Cuando llegué, iba a darles un beso de buenas noches a todos los que se quedaban a dormir, que eran más de 300. Me di cuenta de que les estaba creando una necesidad que no podría cubrir. Aunque sea difícil de asumir, a veces hay que dar pasos atrás.

Galán tiene más de un millón de seguidores en Instagram. / babies uganda

¿Y cómo ha superado esa brecha cultural?

Aprendes que esa es la situación. Tú decides si tiras hacia adelante o te estancas en ella. Esa es la vida en Uganda. Allí nada es fácil, pero estoy contentísima. El personal que tenemos en casa es increíble. Cuando quieres introducir algún cambio, tienes que ser consciente de que empezarás a verlo dentro de seis meses porque allí todo es más lento. Pero nosotras nunca hemos querido imponer nuestra forma de hacer las cosas. Nuestro objetivo siempre ha sido seguir adelante con su cultura y su manera de trabajar. Te acoplas y, poco a poco, hemos llegado a un entendimiento.

Tienen varios niños discapacitados en casa. ¿Cuál es su situación?

Acabamos de abrir una sala de terapia en nuestra clínica y todos los días tienen una sesión de fisioterapia sin necesidad de cruzar el lago para llegar a la ciudad. Grace, que es la más pequeña de casa y tiene hipoplasia del cuerpo calloso, ya ha aprendido a andar, aunque tendrá más dificultades de desarrollo; Mickel y Vincent tienen una parálisis cerebral bastante severa, pero el fisio les ayuda un poquito y en casa tienen un lugar seguro donde siempre están rodeados de cariño y hacemos todo lo que podemos por ellos. Dudu, que tiene síndrome de Down, y Agy, que tiene 13 años y un síndrome desconocido, no hablan, pero son las mejores amigas y se entienden perfectamente. Se me cae la baba viéndolas. Y todos conviven juntos. Nosotros no hacemos ninguna distinción. Entre otras cosas para que la comunidad vea que estos niños también tienen derecho a tener una vida plena como cualquier otro.

Tener 32 niños a su cargo es una responsabilidad enorme. ¿No le abruma?

Son 32 niños de edades comprendidas entre un año y 16. Sin ninguna experiencia, he tenido que aprender a lidiar con todas esas edades. Claro que es mucha responsabilidad y la siento sobre mis hombros todos los días. De hecho, me cuesta mucho descansar. Pero también contamos con seis aunties o cuidadoras que se encargan de los peques y de cocinar y limpiar. Sé que cuando yo estoy en España, todos están fenomenal. Yo me encargo más de los detalles: de escucharles, de saber qué pasa, del besito de buenas noches…

Se ha convertido en una especie de influencer humanitaria, pero esa no es la norma en Instagram. ¿Cómo observa desde Uganda las redes sociales del primer mundo?

Muchas veces utilizamos las redes sociales para desconectar, aunque no te aporten nada. Yo también sigo a influencers. Es una forma de apagar un poco la cabeza y no pensar en los problemas al final del día. Pero es cierto que, dado el poder de las redes sociales, hay que tratar de dedicar un hueco de tu contenido a hacer algo por el mundo. Siempre se puede ayudar. Sea en tu barrio, a tu vecino o en la residencia de ancianos. Y creo que las influencers podrían incentivar un poco más ese tipo de mensaje. Hay tantas cosas por hacer…

¿Cómo le ha cambiado personalmente esta experiencia?

Mi escala de prioridades se ha desmoronado por completo. Yo he pasado a un tercer plano. Mi vida, ahora mismo, consiste en asegurarme de que todo salga adelante. Aunque lo que hago me hace muy feliz, mi felicidad viene de saber que ellos están bien. Cualquier otro problema ha pasado a otra dimensión.

Una de las aulas del colegio de Babies Uganda. / babies uganda

Suele decir que está convencida de que su lugar está allí, pero todavía es muy joven... ¿Cree que este es su proyecto de vida?

Es que no podría vivir sabiendo que les he dejado ahí. Estamos juntos los 365 días del año. Yo no soy su madre adoptiva, pero sí soy lo más cercano a una figura materna que hay en la casa, la que se encarga de cubrir todas las necesidades que puedan tener. Hemos creado un vínculo muy especial y no podría vivir sabiendo que no estoy allí para ellos. No me lo perdonaría jamás. Lo pienso y… me entran ganas de llorar. Tengo clarísimo que no podría y, además, es que no quiero.

Va a pasar las Navidades en España. Supongo que la visita suele venir con un fuerte shock cultural. ¿Cómo lo gestiona?

De alguna manera, yo me he quedado en una especie de limbo en el que nunca voy a ser una persona ugandesa y nunca me voy a sentir totalmente entendida por ellos, pero tampoco me siento comprendida en España. Cuando tienes todas las necesidades básicas cubiertas, la vida debería ser mucho más fácil, no deberíamos complicarnos tanto. Me gustaría que la gente fuese capaz de entender eso sin necesidad de irse a vivir allí, como he hecho yo.

¿Cómo visualiza el futuro de Babies Uganda?

Acabamos de abrir el colegio de secundaria y en enero empezamos las obras del colegio para los niños con discapacidad. El límite lo irán poniendo los fondos que tengamos. Supongo que lo siguiente sería hacer un colegio más grande para poder proporcionar una buena educación a más niños. Y hacer una escuela de mayores, que es un proyecto que también tenemos en mente.