Rada Akbar, la artista afgana que ha tenido que huir para seguir viviendo

Ha perdido sus amigos, su casa, su ciudad. ha dejado todo atrás, pero ha sobrevivido al terror y ha salvado la vida. hablamos con la artista y activista afgana, que se enfrenta a una nueva vida en francia sin olvidar el futuro de su país.

Solo ha dormido una hora. La noche anterior, fueron dos. Así desde que, hace 10 días, llegó a Francia desde Kabul después de ser evacuada por la embajada francesa apenas cuatro días después de que el régimen talibán tomara el control de la capital afgana. Rada Akbar, artista, fotógrafa y activista por los derechos de las mujeres, no consigue descansar ni conciliar el sueño porque las imágenes de su reciente huida de Afganistán, la angustia y la tensión de esos días en los que llegó a contemplar el suicidio y la incredulidad de lo que está pasando en su país le mantienen sumida en un estado de shock.

No consigo procesarlo. Es como si hubiera perdido la noción del tiempo y del espacio. Creo que necesitaré la ayuda de un terapeuta. Tengo que aceptar lo que ha pasado, explica por Zoom desde la habitación de hotel en la que ha guardado cuarentena desde su llegada a Francia. Su historia es también la de las miles de mujeres que consiguieron huir antes de que las tropas de Estados Unidos abandonaran el país, en una retirada caótica y dominada por una terrible imprevisión que ha desatado una crisis humanitaria. Pero, sobre todo, refleja el drama al que se enfrentan los 19 millones de niñas y mujeres afganas que se han quedado y se enfrentan al retorno, 20 años después, del régimen talibán al poder. Su salida de Kabul tuvo tintes de odisea. El temor sobre la inminente caída de la capital se intensificó a medida que los talibanes iban avanzando posiciones. Pero todavía los rumores que se escuchaban entre la comunidad de expatriados y corresponsales extranjeros que Akbar frecuentaba en Kabul apuntaban a que el acuerdo de los extremistas con Estados Unidos solo implicaba el control de las provincias. Eso cambió de la noche a la mañana.

Un día, un reportero del Wall Street Journal me preguntó: ¿Tienes ya un vuelo? Tienes que buscar uno. Estás en peligro. Las embajadas van a ser evacuadas. Cuando intentó reservar un billete, era demasiado tarde. No tenía un plan para salir. Ya me habían denegado el visado turco y Pakistán no era una opción. Así que mi familia y yo empezamos a contemplar la idea del suicidio si los talibanes entraban en la ciudad. No podíamos dejar que nos tocaran. Empecé a investigar cómo podíamos hacerlo. Fue horrible. Cuando pienso en la gente que se ha quedado allí... Sé que muchos estarán pensando lo mismo”. Unos días más tarde, sus contactos consiguieron que su nombre figurara en la lista de evacuados del Gobierno francés por su destacado activismo feminista. Hizo una única maleta y, con la ayuda de una amiga, consiguió llegar a la embajada de Francia. Durante tres días caóticos, con la residencia diplomática rodeada de gente pidiendo asilo, esperó junto a otros afganos a la llegada de un helicóptero estadounidense que debía llevarles al aeropuerto. Nunca llegó. “

No tenía un plan para salir. Mi familia y yo empezamos a pensar en el suicidio si los talibanes llegaban a Kabul. No íbamos a dejar que nos tocaran.

No cumplieron ninguna de sus promesas y llegaron a decirnos que el helicóptero no era para los afganos, solo para los ciudadanos franceses”. Finalmente, fueron trasladados en autobús en un trayecto que habitualmente no excede los 15 minutos, pero que duró dos horas. Cuando por fin consiguió abandonar Afganistán y volar hasta París, su familia seguía en Kabul. Su huida también fue dramática. Después de conseguir que el Gobierno alemán, con el que Akbar había colaborado, les incluyera en sus listas de evacuados, tuvieron que llegar al aeropuerto por sus propios medios. “Había miles de personas, los americanos lanzaron gases lacrimógenos, la gente casi aplasta a mi madre... Fue aterrador”, relata Akbar sin poder contener las lágrimas. Ver a mi madre, que siempre ha tenido una vida digna, en esa situación... Mi hermana llegó a decirme: Prefiero que muera en paz en su casa”. Finalmente, unos días más tarde, pudieron abandonar Kabul. Ahora están en Alemania. Al principio, su madre se resistió a huir. “Nos llevó 20 años construir una vida allí y no quería volver a ser una refugiada”. Aunque Rada nació en una provincia al norte de Afganistán, cuando tenía seis años, toda la familia buscó refugio en Pakistán. “

Nací durante la guerra [el conflicto afgano-soviético, que se prolongó entre 1978 y 1992]. Siendo una niña, pasé la mayor parte de mis días en un sótano, refugiándome de los cohetes de los mujaidines. La primera imagen que recuerdo de los talibanes fue la del cuerpo de un hombre colgado en una plaza pública”. Vivieron al otro lado de la frontera durante seis años. Fue una experiencia dura para todos. “En Kabul teníamos nuestra propia casa, mi madre era profesora y mi padre, activista y periodista. En Pakistán no éramos nadie. Vivíamos en la pobreza, pero nuestros padres nos dieron una educación”. Regresaron en 2002, poco después de que Estados Unidos invadiera el país y desalojara a los radicales del poder. “Cuando volvimos, Kabul era una ciudad destruida. Durante seis años, nadie había visto a una mujer sin burka. Mi padre nos dijo que ninguna de nosotras lo llevaría, pero resultaba aterrador. Te sentías como un pedazo de carne, como si todo el mundo fuera a atacarte allí mismo. Reclamar de nuevo nuestra ciudad, nuestras calles, nuestras escuelas, nuestros trabajos, nos llevó mucho tiempo, energía, esfuerzo y sacrificios, recuerda. Tenía 13 años cuando su padre le regaló un libro sobre la vida y la obra de Frida Kahlo.

Mi padre nos introdujo a las mujeres feministas occidentales, pero también nos contaba la historia de las mujeres de Afganistán porque no había libros ni artículos sobre ellas. Mi padre era feminista y así nos educó a nosotras. Siempre nos decía que nuestro primer y único deber era luchar por nuestros derechos porque nadie más lo haría por nosotras. Él siempre quiso que siguiera mi pasión. Solía decirme: Trata de encontrar la forma de que tu arte sea una herramienta para luchar por tus derechos”. Aunque su padre, fallecido en 2015, soñaba con que ella pudiera dedicarse exclusivamente al arte, durante años tuvo que trabajar para diferentes ONG y organizaciones internacionales para mantener a su familia. En 2013, Akbar empezó a trabajar como fotógrafa freelance, pero también a organizar muestras de arte moderno en Kabul o a rendir tributo artístico a las víctimas de los talibanes, como la joven de 19 años Rokhshana, que en 2015 fue secuestrada y apedreada hasta la muerte tras escapar de un matrimonio forzoso. Y en 2018, la activista inauguró una exposición sin precedentes en Afganistán. Abarzanan [Supermujeres, en su traducción al español], con la que quería poner en valor la historia de las mujeres afganas y su lucha contra la opresión patriarcal. “

En 2018, la artista inauguró en Kabul Abarzanan, una exposición en la que reivindicaba la historia de las mujeres afganas.

No somos el producto de los americanos. Muchas mujeres a lo largo de la historia han contribuido a nuestra cultura. Por eso mis hermanas, mis amigas y yo misma estamos aquí. Esa exposición no pretendía solo honrarlas, sino también visibilizarlas”, explica. Su foto de perfil en Instagram, un impactante autorretrato que ilustra la portada de este número, está acompañado de un mensaje que es todo un manifiesto feminista: No soy el producto de la política posterior a 2001, sino la heredera de milenios de mujeres poderosas. De reinas, poetisas, guerreras y libertadoras. Las mujeres que transmitieron poder, conocimiento y belleza durante miles de años. Las mujeres que considero mis raíces más sagradas. Soy un alma antigua. Soy miles de almas. En 2019, Akbar empezó a trabajar en un nuevo y ambicioso proyecto: establecer un museo de la historia de las mujeres afganas. Le mandé la propuesta al presidente y me reuní con él. Me cedieron un espacio en un palacio recién renovado de Kabul y me dijeron que, si demostraba que podía organizarlo, nos darían un palacio entero para albergar el museo. Ahora todos esos proyectos están en suspenso. Igual que los derechos de las mujeres en su país. Aunque poco después de tomar Kabul los líderes extremistas anunciaron que las podrían estudiar y trabajar, la artista no alberga ninguna esperanza de que eso sea así.

Dicen que se les permitirá hacerlo dentro de la sharia, pero no explican qué significa eso. Ya han dicho que las mujeres no deberían salir de casa porque los soldados talibanes no saben cómo tratarlas. Han eliminado las imágenes femeninas de los espacios públicos y prohibido la música y la voz de las mujeres, con lo que tampoco pueden trabajar en las radios. En las universidades, han separado a hombres y mujeres en las aulas y, como apenas hay profesoras y los hombres no pueden impartir clase a las alumnas, la consecuencia es que no habrá educación para ellas. Es una broma pensar que han cambiado de la noche a la mañana.

Cuando tenía 13 años, su padre, un feminista convencido, le regaló un libro sobre Frida Kahlo. Autoretrato de Akbar junto a la obra de Kahlo.

Akbar denuncia que, desde septiembre de 2020, los talibanes han asesinado a decenas de mujeres activistas, periodistas, juezas o policías en todo el país. Además, ¿cuántas mujeres hay entre ellos? No creen en las mujeres y en sus derechos, no piensan que puedan participar o pertenecer a la sociedad. Son los mismos de antes. Es la ideología por la que llevan luchando dos décadas. Durante años, ella ha fotografiado la realidad de las mujeres y las niñas afganas en pueblos y regiones remotas, y no pretende edulcorar la realidad de una cultura anclada en costumbres y códigos del pasado. “La vida ha sido dura para todos nosotros. También para mí, como artista y activista. Nuestra sociedad es profundamente conservadora, pero al menos las mujeres eran libres. Y no solo en las ciudades. En las zonas rurales, iban y venían, eran enfermeras, profesoras, médicos, policías... Y las chicas jóvenes llegaban a Kabul de todas partes dispuestas a estudiar, a buscar una oportunidad y a construir una nueva vida”. Aunque su nombre llegó a estar en las listas de evacuación del Gobierno norteamericano, Akbar se siente traicionada por Estados Unidos. “

Nos quedamos en Afganistán porque teníamos esperanza. Jamás pensamos que nos traicionarían de esta manera, que entregarían un país entero y millones de personas a los terroristas. Creíamos que, quizá, los talibanes terminarían formando parte del gobierno, pero pensábamos: “Seguiremos luchando. Habrá días duros, pero no nos rendiremos y no daremos ni un solo paso atrás”. Ella ha solicitado asilo político en Francia, donde espera continuar su carrera artística y ya planea una exposición de su trabajo. Pero su compromiso con su país sigue intacto. Físicamente no estoy allí, pero mi corazón está en Afganistán. He perdido amigos muy queridos, asesinados por los talibanes, y he prometido que no dejaré que caigan en el olvido. Voy a continuar su lucha porque no quiero dar por perdido mi país. Seguiré alzando mi voz por las mujeres y las niñas afganas a través de mi trabajo. Esa es mi responsabilidad”. Desde una habitación de hotel, sosteniendo la mirada más triste del mundo frente a la cámara del ordenador, Rada Akbar se esfuerza por articular un discurso optimista sobre el futuro de su pueblo. Lo consigue con esfuerzo y lágrimas en los ojos, pero también con una elocuencia incontestable.

Tienen que aceptar que Afganistán ya no es el mismo país que hace 20 años. Se ha querido imponer la narrativa de que este siempre ha sido un país de tribus enfrentadas, pero incluso las peores dinastías dejaron cosas bellas. Ahí está el arte, la poesía, la música, la danza, la arquitectura... ¿Qué han dejado los talibanes? Nada. Solo destrucción. Por eso, me digo a mí misma que quizá las cosas no cambien en un año o en cinco, que llevará tiempo y que nos dejará cicatrices profundas en el alma, pero que esto pasará. No representan nuestra historia. Y no estarán en el poder para siempre. Antes o después, se irán”. Y ella volverá a Afganistán para seguir luchando por su país y sus mujeres.