«Te pueden quitar todo, menos tu verdad. La verdadera pregunta es si podéis manejar la mía». Así comenzaba Britney and Kevin, el reality en el que Spears y Federline invitaban al mundo a su intimidad, allá por 2005. El formato jugaba con la idea de que la cantante iba a mostrar su verdadero yo, pero encerraba una contradicción: su versión de la verdad estaba tan construida como la que ofrecían los medios.
Ahora es aún más complicado: las celebridades son personas intertextuales construidas por varias fuentes. Si antes se enfrentaban a la exposición de sus vidas a través de la prensa, ahora toman las riendas mediante las redes sociales y/o con la fórmula de moda: sus propios realities.
Los programas en los que los famosos abren (aparentemente) sus puertas les permiten controlar el mensaje y ofrecen a la audiencia una posición privilegiada para descubrir sus secretos. Pero si las redes sociales ya muestran su intimidad, ¿por qué siguen triunfando formatos como Soy Georgina ? «Las redes hacen un tipo de narración diferente al que ponemos en marcha en los docurealities, donde formateamos la realidad para que tenga un desarrollo dramático y sus pertinentes giros. Aunque conozcas la historia, la forma de contarla es lo que hace entretenido el programa», explica Joaquín Zamora, productor ejecutivo.
Mariola Cubells, especialista en contenidos audiovisuales, televisión y nuevos formatos, confía en la fuerza del reality... siempre que se sepa elegir protagonista. «Georgina Rodríguez no es un personaje cualquiera. Es alguien que no tiene ninguna necesidad de hacer algo así: ella da el hecho diferencial. El secreto está en crear una especie de relato que no es el habitual. En este caso, no te puedes creer lo que va diciendo, porque el programa es una sucesión de titulares, algo que se hace de forma premeditada ajena a cualquier espontaneidad. Antes los realities eran más desinhibidos, naturales y frescos, pero ahora se esfuerzan en apostar por nombres como el suyo «paradigma de un personaje que no te esperas» y en los montajes, cada vez más estilizados y rebuscados en todos los sentidos».
Los expertos televisivos son tan conscientes de que la tele se consume hoy haciendo, a su vez, uso de una segunda pantalla que los montadores hacen que los protagonistas suelten titulares constantemente. Así se genera una conversación paralela en redes sociales, responsables de evitar que los shows sean cancelados y, por otro lado, de crear relaciones parasociales, por las que el público crea intensos vínculos con las celebridades. La mejor prueba de que este consumo a doble pantalla no nos aburre es que el 14 de abril Disney+ estrena Las Kardashian.
Aunque veamos sus vidas en sus redes y en los medios, sabemos que el programa nos mostrará momentos íntimos como la hiperficcionada pedida de mano de Kourtney y Travis Barker. «En las redes solo tenemos una visión fragmentada de sus vidas. Aunque haya momentos de intimidad, no deja de ser un zapping a veces demasiado superficial por sus hitos vitales. El reality nos permite profundizar en sus vidas a través de momentos conocidos pero también a través de tramas inéditas», explica Rubén Mayoral, director ejecutivo de televisión.
Lo que hizo especial a Keeping up with the Kardashians fue que realmente ofrecía la sensación de estar espiando su intimidad, que es la clave del éxito de estos shows. «La telerrealidad se basa en el voyeurismo, por lo que si solo enseñas lo que quieres enseñar, te cargas la esencia. No le permites al espectador espiar, sino ver únicamente lo que los personajes quieren enseñar, y ese no es el alma del reality», opina Rosa Olucha, directora de Alaska y Mario, que también considera que el miedo a la cultura de la cancelación habría hecho mucho más difícil crear ese formato hoy, pero recalca que la magia del programa radicó en la confianza ciega de sus protagonistas en el equipo.
«Jamás pidieron ver un programa editado, ni el primero. Confiaron en que sabíamos hacer un programa, en que con lo que te entregaban haríamos un buen reality. Hubo dos aspectos imprescindibles: generosidad y confianza. Ellos vendían su vida de verdad, no solo una parte», señala Olucha, que ya no confía en estos programas. «Se han convertido en un producto de venta. Las plataformas convencen a los personajes con dinero y la posibilidad de control, algo que resta frescura al resultado. Es algo prefabricado, pura promoción. Los realities ya no me sorprenden, porque muestran al famoso de turno dispuesto a dejarse grabar, no a enseñar su vida», comenta.
A Mariona Cubells no le importa que Georgina Rodríguez aparezca en los créditos como directora de contenido, pues duda que «haya perdido un solo segundo» en llevar a cabo las funciones que el puesto exige. De hecho, valora cómo muestra su vida sin querer darle un trasfondo de profundidad. «Me alucina y satisface esa banalidad absoluta en su vida, en sus preocupaciones y en sus conversaciones. Hay un tipo de público más ilustrado que se queda anonadado ante esa mirada. Y luego está la lectura lineal que recibe mucha gente, que no lo ve banal ni ridículo. No hay complejos a la hora de ver la tele tanto por ellos, como por el tipo del público que lo ve así», opina. Mayoral, director general de contenidos en grupo Lavinia, añade que hoy el planteamiento es clónico.
«Se buscan momentos importantes en el día a día de la celebrity para ordenar el material grabado. Esta es la opción más fácil de producir, pero la menos interesante para la audiencia. Echo de menos un objetivo transversal a lo largo de la temporada, una trama que pueda dar continuidad a los capítulos y que permita que la acción avance y ver la evolución de los propios protagonistas», explica.
Hoy se tiende a incumplir la máxima de un buen reality según Mayoral: «Permitir ordenar y revivir momentos ya conocidos, y a la vez, dar un acceso privilegiado a lo desconocido». Rara vez vemos algo novedoso en estos realities, que han perdido su capacidad de sorpresa y abusan de una estructura que rebaja su fuerza. «Los formatos actuales se componen de un 80% de totales. Alaska y Mario no contaba con esas declaraciones.
Llenábamos 30 minutos de contenido, que son unas 10 secuencias, mientras que ahora los realities ofrecen solo tres secuencias y ocupan el resto del tiempo con testimonios. Lo complicado es explicar lo que ocurre sin contarlo a cámara, y ahora directamente lo narran», asegura Olucha. En Keeping up with the Kardashians, Scott Disick, ex de Kourtney, expuso «sin saberlo» la clave al hablar de sus hijos: «Debe ser una locura no darte cuenta de que estás en El show de Truman». En cambio, los adultos de este y otros realities son totalmente conscientes de que sus vidas están siendo trumanizadas.
20 de enero-18 de febrero
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