Leer la mete, borrar los recuerdos o implantar prótesis neuronales en el cerebro ha dejado de ser material de ciencia ficción. Hablamos de ciencia a secas. O, mejor dicho, de neurociencia . Es lo que sostiene el prestigioso neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga en su libro Cosas que nunca creeríais: de la ciencia ficción a la neurociencia (Editorial Debate).
Quiroga, que es profesor en el Instituto de Investigación del Hospital del Mar en Barcelona y antes fue jefe de Bioingeniería en la Universidad de Leicester, estudió Física, tiene un doctorado en Matemáticas y es experto en los mecanismos neuronales relacionados con la percepción visual y la memoria . También es el descubridor de las conocidas como neuronas de concepto, que juegan un papel fundamental en la formación de los recuerdos, son exclusivas de los seres humanos y se conocen popularmente como las «neuronas Jennifer Aniston» porque en sus experimentos respondían con particular estusiasmo a las imágenes de la estrella. Hablamos con él sobre cómo la revolución científica y tecnológica en neurociencia está empezando a desafíar las grandes preguntas filosóficas y formulando otras nuevas.
Sostiene que estamos ante una revolución científica sin precedentes. ¿Por qué?
Porque no se trata de un avance concreto, sino de muchos simultáneos que están provocando un cambio enorme. La inteligencia artificial, por ejemplo, está muy ligada a la neurociencia y plantea cuestiones sobre qué capacidades cognitivas son exclusivas de un ser vivo y cuáles otras pueden reemplazarse por la IA. Y la respuesta que damos hoy a esa pregunta no es la misma que dábamos hace tres años. No hablo de 100 años atrás. ChatGPT lo ha cambiado todo.
En su libro habla de las «cosas que nunca creeríamos». Empecemos por algo que la ciencia ficción ha planteado muchas veces: la capacidad de leer la mente. ¿Cómo de factible es eso exactamente?
Eso ya se puede hacer. Si sabes cuáles son las neuronas correspondientes a una serie de conceptos o pensamientos, yo puedo adivinar lo que está pensando una persona en base a la activación de esas neuronas. Se hace por motivos clínicos, por ejemplo en pacientes epilépticos y con una capacidad limitada. Eso no es el futuro, eso ya ha pasado. ¿Podremos mirar a una persona y saber lo que está pensando, conocer su hilo de pensamiento? No solo es un problema tecnológico, también es una cuestión ética. Y yo creo que no llegaremos a poner electrodos en tu cerebro para tratar de leer tus pensamientos.
Estamos asistiendo en directo al boom de la inteligencia artificial. Con lo que sabemos hasta ahora, ¿se trata de una oportunidad o de una amenaza?
No creo que sea una amenaza, es un cambio al que tendremos que adaptarnos. No estamos hablando de una situación en la que una súper inteligencia se vuelve consciente y, de pronto, quiere eliminar a los seres humanos. Pero sí sustituirá muchos trabajos y nos hará repensar muchas cosas. Si hace 300 años nos hubieran planteado que las máquinas harían cosas que nosotros no podemos hacer, como volar o alcanzar velocidades increíbles, también nos hubiera puesto en guardia. Las máquinas han ido desarrollando capacidades que nos han ido sorprendiendo. Cuando a finales del siglo X Deep Blue le ganó a Kasparov, el arquetipo de la inteligencia humana, también ocurrió algo que pensábamos que era imposible. De todos modos, la IA está muy lejos de superarnos porque todavía está en pañales en un aspecto muy concreto: la inteligencia general.
¿Y en qué consiste?
Es la que permite extrapolar conocimientos y aplicarlos en contextos totalmente distintos. Una máquina con inteligencia general sería capaz de jugar al ajedrez y ganar a todos, y luego utilizar ese conocimiento en todo tipo de tareas diferentes. Eso la IA no lo hace. Hay una IA que supera a los humanos al ajedrez, otra que es muy buena en el reconocimiento de caras, otra que hace otras serie de tareas… Lo que la IA no hace es usar lo que aprende jugando al ajedrez para reconocer caras. Y nosotros hacemos eso todo el tiempo. Usamos el sentido común. La máquina, no. Dicho esto, no es que sea imposible. Igual dentro de tres años tengo que darte una respuesta diferente.
Otro escenario distópico: ¿cree que en el futuro descargaremos nuestra memoria o nuestro pensamiento en ordenadores?
Tecnológicamente sería un desafío monumental, pero pon que lo resuelves. ¿Para qué quieres descargar tu mente en un ordenador o en un robot? El día que te mueres, dejas de existir. No puedes seguir viendo a través de los ojos de la máquina. La idea de la inmortalidad es una fantasía. Creo que la gente que hace ese tipo de predicciones tecnológicas debería leer un poquito de filosofía para darse cuenta de que tu identidad se acaba. Da igual que tengas una réplica. Te mueres y te mueres.
Por cierto, ¿cuánto nos podemos fiar de nuestros propios recuerdos?
Relativamente poco. En realidad, recordamos muy poco. En general, la memoria es una construcción del cerebro en base al sentido común. Para nosotros el pasado es como una película, pero muchas de esas cosas de alguna manera nos las inventamos. Por eso, hay muchas falsas memorias: te fallan los recuerdos y crees recordar cosas que nunca sucedieron en realidad.
¿Y se pueden borrar los recuerdos o implantar recuerdos falsos?
Implantar recuerdos falsos ya se ha hecho. Lo publicó un grupo del MIT utilizando la técnica de la optogenética: estimulan neuronas específicas con un método muy sofisticado, logran hacerle creer al ratón algo que nunca pasó y el ratón se comporta como si hubiera sucedido. Otra cosa diferente es implantar recuerdos muy realistas, como muchísimos detalles, como hacían con los replicantes en Blade Runner. Pero la idea en sí ya está probada.
Usted no tiene teléfono móvil. ¿Es bueno para nuestro cerebro desconectar de la tecnología?
Hace poco tuve que ir de Madrid a Barcelona en tren. Todo el mundo en mi vagón iba mirando a una pantalla y perdiéndose el paisaje espectacular e inspirador del desierto. Yo no quiero ese bombardeo de información, prefiero aburrirme. Porque es justo en ese momento cuando se me ocurre una idea genial o cuando logró atar cabos entre dos conceptos. El teléfono mata esos momentos en los que pensamos en nuestras propias cosas y que son capaces de disparar los procesos creativos.
¿Y cómo afecta la tecnología a nuestra memoria y a nuestra capacidad para recordar?
Ya no recordamos el nombre de las calles ni necesitamos tener una representación mental de un mapa en la cabeza porque nuestro coche tiene un navegador. Pero eso no está mal. Haber delegado funciones a dispositivos externos no nos hace más tontos. Nuestra inteligencia no se ve afectada por eso. Los recursos que usabas antes para orientarte ahora los utilizas para otra cosa.
Parece que se avanza a un ritmo más acelerado en campos como la biomedicina y la genética mientras el cerebro sigue siendo un gran misterio. ¿Cuánto de cerca o de lejos estamos de entender el funcionamiento de un mecanismo tan complejo?
Depende. Hasta hace unos años, tanto en filosofía como en neurociencia el gran problema irresoluble era la conciencia. Leibniz decía que era como entrar en un molino, ver cómo funcionan todos los mecanismos de poleas y roldanas y, pese a eso, no ser capaz de entender el molino. Sin embargo, yo creo que lo empezamos a entender. No creo que sea un tema irresoluble o inalcanzable. Nos falta entender un montón de detalles y peculiaridades, pero creo que a grosso modo ya se está empezando a contestar. Puedo correlacionar los procesos cerebrales que estudiamos con la sensación de ser consciente de uno mismo. También hemos avanzado muchísimo en entender cómo funciona la memoria. Y no hablo de los últimos 200 años, sino de los últimos 20. Y debido a esto, la filosofía está cambiando a un ritmo brutal. Las grandes preguntas filosóficas se están empezando a contestar y surgen otras mucho más profundas.
¿Por ejemplo?
¿Qué le hace falta a un ordenador para ser consciente? ¿Cuál es el ingrediente específico de nuestro cerebro que puede hacer que la computadora sepa de su propia existencia? Como ves, no pregunto solo por la conciencia, sino por el ingrediente fundamental. Vamos hacia preguntas mucho más concretas de las que planteábamos hace 20 años.
Hablemos de ese ingrediente... ¿Cuál es la característica más singular que nos hace humanos?
Con respecto a los animales la clave está en las neuronas de concepto, que en otros animales no existen. Se han intentado buscar, pero no se han encontrado. La manera en la que codificamos y guardamos nuestros recuerdos es muy distinta a la que utilizan otras especies. En el área clave de la memoria, que es el hipocampo, los humanos desarrollamos una presentación mucho más abstracta y conceptual que otras especies. Eso tiene ventajas y desventajas. Por ejemplo, las memorias falsas. La ventaja es un pensamiento más elaborado que el que tendríamos si estuviéramos pendientes de recordar todos los detalles. Yo creo que ahí está la clave. Anatómicamente nuestro cerebro es casi idéntico al de un chimpancé, pero ellos no tienen las neuronas que representan las abstracciones.
¿Y respecto a los ordenadores?
Una máquina te puede contar una película de principio a fin sin cometer errores. La reproduce. Si lo hago yo, te la resumo en dos minutos y luego, me quedo sin información. Pero yo te puedo decir que me recuerda a otra, que pensé en esto otro mientras la veía... El cerebro humano no busca tanto recordar como entender. Para eso, dejas un montón de información de lado y te centras en lo esencial. Hasta hoy, no hay un algoritmo capaz de hacer eso. En nuestro caso, es el resultado de millones de años de evolución. Por eso, la máquina está muy lejos de llegar al nivel de la inteligencia humana.
Por lo que me cuenta entiendo que observa el futuro de la humanidad con cierto optimismo.
Es que vivimos una etapa fabulosa de acceso al conocimiento. No lo veo ni como un retroceso ni como una amenaza, sino como una manera de entender procesos que hasta hace pocos años eran casi místicos. Por ejemplo, la conciencia, que biológicamente era imposible de atacar. O la inmortalidad, que ya es un problema biológico y no metafísico. La muerte ya no es que se te pare el corazón. Eso era hace 200 años. Ahora recibes un trasplante y puedes seguir viviendo: el corazón no te define. Estamos empezando a atacar preguntas que eran un tabú. Y eso me parece fascinante.
20 de enero-18 de febrero
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