
Sigrid McCawley, en su día elegida Abogada del Año por la revista The American Lawyer, tiene en su agenda dos grandes procesos legales: la demanda civil contra el duque de York y el inminente juicio penal a Ghislaine Maxwell , ambos relacionados con el caso Jeffrey Epstein . «No sé qué le llevó a pensar que podría salir indemne», asegura sobre las acusaciones vertidas sobre el segundo hijo de Isabel II. «Tal vez se creyó con el derecho a hacer lo que hizo». McCawley desempeña un papel central en una de las batallas legales más esperadas y controvertidas de la década.
Como consejera legal de las víctimas del difunto depredador sexual, se enfrenta a algunas de las personas más poderosas del mundo. Y, al menos en apariencia, eso no intimida a esta madre de 49 años que se ha convertido en algo parecido a una celebridad de la era post MeToo. La suya, explica, es «la misión de no permitir que quienes tienen gozan de ciertos privilegios piensen que están por encima de la ley». Para ella, todo empezó en 2014, cuando Virginia Giuffre, víctima de Jeffrey Epstein y parte en la acusación contra el príncipe Andrés, visitó su bufete.
Sintió por su cliente un instinto maternal instantáneo, aunque entre ambas solo median 11 años. «Cuando nos conocimos, pensé en la gran herida que Virginia sufría, pero también en su capacidad de resiliencia. La suya era una historia muy difícil de escuchar. Y, por supuesto, muy difícil de contar». Según Giuffre, Epstein y Maxwell la reclutaron siendo una adolescente y la ofrecieron como prostituta a su círculo de amigos de la alta sociedad, entre ellos el príncipe Andrés. La pasearon en avión privado por Londres, Islas Vírgenes, Nuevo México y Florida. Y la obligaron a ejercer de esclava sexual. Alega que durante esos viajes el duque abusó de ella, causándole un daño emocional «severo y permanente».
Él niega esas acusaciones. No fue la única, contó a McCawley: hubo docenas, si no cientos, de otras chicas y mujeres que durante 15 años sufrieron abusos a manos de Epstein y sus cómplices. Giuffre había hablado con el FBI en 2007 durante la investigación policial sobre Epstein. Dos años más tarde, llegó a un acuerdo con él por daños no revelados. En 2011 acusó públicamente por primera vez al empresario, pero no logró hacerse escuchar; pasarían seis años hasta el escándalo de Harvey Weinstein, que transformó el debate público sobre sexo y consentimiento. McCawley cuenta que creyó a Giuffre de inmediato. Y como abogada comprendió que no solo iba a enfrentarse contra una de las redes de tráfico sexual más activas y de mayor envergadura de la historia de Estados Unidos, también sería el caso más importante de toda su carrera.
Cuando se pregunta a la letrada qué piensa de la entrevista que el duque concedió a finales de 2019, en la que habló sobre el escándalo, no vacila. « Fue impactante. No sé quién le aconsejó que lo hiciera, exponerse de esa manera fue una gran equivocación por su parte. Pero, francamente, a nosotros nos resultó muy útil». La entrevista fue unánimemente considerada un desastre. Existen un conjunto de reglas tácitas por las que se rigen tanto la familia real británica como la televisión, y el príncipe Andrés pareció romperlas todas en horario de máxima audiencia.
El tercer hijo de la reina Isabell II afirmó que no recordaba haber conocido a Giuffre, incluso después de que se le enseñara una fotografía en la que aparece con el brazo alrededor de la cintura de ella en la casa de Maxwell. También dijo que la imagen que la joven tenía de él, bailando sudoroso con ella en un club nocturno no podía ser exacto, ya que, según protestó, él no era capaz de transpirar desde hacía décadas, tras desarrollar una afección conocida como hipohidrosis. Y añadió que en la noche en cuestión había llevado a una de sus hijas a cenar pizza en otra ciudad. Desde el punto de vista de McCawley la entrevista fue un regalo. Su equipo la está utilizando como base para armar su estrategia judicial contra el duque y se plantean la posibilidad de citar a su exesposa, Sarah Ferguson, y a sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, para desmontarle la coartada.
Hasta la fecha, el único miembro de los Windsor que se ha enfrentado a los tribunales fue la princesa Ana, multada en 2002 por no impedir que su perro mordiera a dos niños. «Para nosotros, él es como cualquier otro acusado; ni su título nobiliario ni su status social lo excusan», afirma McCawley. «Si comete un delito tan grave, debe rendir cuentas. Los hechos saldrán a la luz, y eso es lo maravilloso del sistema de justicia que tenemos aquí», añade.
Tal vez ese sea el motivo por el que el caso se plantea desde Estados Unidos. En su día, la policía londinense anunció que no tomaría medidas adicionales tras haber revisado las declaraciones de ambas partes. McCawley no entra en detalles sobre por qué Giuffre nunca emprendió acciones legales en Londres, uno de los tres lugares donde ella, que hoy tiene 38 años, presuntamente fue víctima de los abusos. «Sin discutir los pormenoresde nuestra estrategia, diré que hemos estado realmente concentrados en lo que podíamos hacer desde EE UU. Lo hemos ido planeando paso a paso», responde esquivando la pregunta. Finalizado el plazo que el duque tenía para presentar alegaciones, su abogado Andrew Brettler (que a lo largo de su carrera ha representado a varias celebridades acusadas de conducta sexual inapropiada) espera que el caso se desestime antes llegar a juicio. El equipo legal del príncipe Andrés peleó para obtener acceso a un documento confidencial que, según ellos, exonerará a su representado: creen que, a través del acuerdo que firmó en 2009, Giuffre renunció a su derecho a demandar a otras personas relacionadas con Epstein. Su demanda original se dirigía a «miembros de la realeza, políticos, académicos y empresarios», y eso fue utilizado por Alan Dershowitz, un profesor de derecho de Harvard y exabogado de Epstein, para que se retirara una demanda similar interpuesta por Giuffre contra él. Pero McCawley no vacila. «Eso, en mi opinión, no exime a Andrés de nada. Nuestros argumentos son sólidos».
El equipo del duque también buscará sacar provecho de las inconsistencias del testimonio de Giuffre, quien afirmó en una entrevista que tal vez tenga una «memoria borrosa» para las fechas o los lugares, pero no para los rostros. «Hay una clara diferencia. La historia de Virginia es la de alguien que se ha enfrentado a abusos importantes. Es posible que se haya equivocado en una fecha particular o algún que otro dato, pero una cosa es que una joven cometa ese tipo de errores al recordar algo sucedido años atrás, cuando aún era menor; otra muy distinta es que un adulto caiga en inconsistencias al respecto de dónde estaba y qué hacía, que finja no recordar una fotografía ni haber estado en un lugar donde fue visto por varias personas». La abogada ya logró una victoria para Giuffre en 2015, cuando pudo presentar una demanda contra la socialité británica Ghislaine Maxwell. Giuffre le dijo que Maxwell la había reclutado cuando, aún adolescente, ella trabajaba en el club Mar-a-Lago de Donald Trump. Muchas de las víctimas de Epstein alegan que Maxwell actuaba como mano derecha del financiero y le buscaba chicas. La mujer, de 59 años, ha negado las acusaciones.
Cuando Maxwell acusó públicamente a Giuffre de contar «mentiras flagrantes», la abogada y su equipo la demandaron por difamación. Maxwell evitó los tribunales en 2017 pagando una suma no revelada, pero eso alentó a otras víctimas de Epstein a alzar la voz. En el caso contra Ghislaine Maxwell, McCawley representa a una de ellas, Annie Farmer.
Después de la muerte de Epstein (que se suicidó en su celda en una cárcel de alta seguridad de Nueva York en 2019; desde entonces, parte de su patrimonio ha sido usado para indemnizar con casi 110 millones de euros a 135 acusadoras), la atención se centró en Maxwell, en prisión a la espera de juicio acusada de tráfico sexual. Ella se ha declarado no culpable. En el interrogatorio en el que McCawley tomó declaración de Maxwell mientras preparaba la demanda por difamación, se pudo apreciar la habilidad de la abogada para poner a un acusado contra las cuerdas. En un momento dado, la socialité, por lo general muy contenida, pierde los estribos y golpea la mesa con los puños. Parte de la defensa de Maxwell es que el gobierno de EE UU la ha tomado a ella como chivo expiatorio por los crímenes de Epstein, El equipo legal de la británica se queja de que a su clienta se le ha denegado la posibilidad de fianza, después de que se propusiera una fianza de 24,6 millones de euros –una cantidad muchísimo mayor que la aportada por Dominique Strauss-Kahn, cuando esperaba ser juzgado por abusos sexuales–, y señalan ese hecho como evidencia de un trato desigual. McCawley se niega cortésmente a responder a mis preguntas sobre Maxwell, en deferencia a la orden dictada por un juez antes de un juicio que tiene previsto iniciarse el 29 de noviembre. Sin embargo, en su momento describió la detención de la heredera británica como un momento «maravilloso» y «muy emocionante».
Por muy devastador que el suicidio de Epstein a los 66 años resultara para ella, asegura que lo fue mucho más para aquellas mujeres que han esperado tanto tiempo para que se haga justicia. «Cada una de ellas digirió la noticia a su manera. Algunas estaban molestas, algunas furiosas. Que aquel hombre fuera castigado es algo que les hacía falta. En momentos así, ejerzo más de confidente y amiga que de abogada».
Cree que hay mucho en juego en los dos casos legales que lleva. Que el príncipe Andrés se haya visto forzado a alejarse de sus funciones públicas ya representa una gran victoria, afirma, pase lo que pase después. Para McCawley, es la última oportunidad de saldar cuentas con las personas acusadas de ayudar e incitar a Epstein, el monstruo que continúa acechando a sus víctimas, incluso después de muerto. «Conseguiremos que queden en paz», asegura. Y no es el tipo de mujer que hace promesas que no puede cumplir.