Al borde del desborde: estamos inmersos en un estado de estrés colapso absoluto, pero, ¿es bueno vivir siempre tan al límite?

Sumidos en un estado de colapso emocional constante, estar al límite ya es lo habitual. ¿La cura contra esta enfermedad disfrazada de normalidad? Aprender a frenar.

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Marita Alonso
Marita Alonso

l culto al sobretrabajo ha infectado resquicios de nuestra vida ajenos incluso a la oficina. El estrés y la ansiedad se han aplicado corrector al mostrar las celebridades sus momentos de debilidad en selfies que hacen del derrumbe carne de like, mientras que fuera de las redes, seguimos equiparando el éxito profesional a hacer extras. ¿La consecuencia de este truco de capitalismagia? Casi 2,5 millones víctimas del síndrome del trabajador quemado.

El sobreesfuerzo y el trabajo son tan esenciales en nuestras vidas que incluso hemos monitorizado nuestros hobbies. Vivimos en un sostenido ataque de nervios, un término acuñado por primera vez en un tratado médico de 1901 que habla de «la enfermedad del mundo civilizado», aunque lejos de ser considerada como una condición mental, se veía desde el prisma sociológico. Respondiendo a la pregunta que da nombre al libro de 1934 ¿Es el ataque de nervios un signo de debilidad?, hemos de decir que por aquel entonces, no lo era, pues antaño se ensalzaban sus supuestos beneficios. Ese breakdown señalaba la incapacidad de funcionar durante un momento concreto, por lo que se veía como un lapsus puntual que invitaba al descanso para recargar la batería y volver después al funcionamiento pleno. Legitimar las bancarrotas emocionales temporales ante el estrés era habitual, pues figuras como Rockefeller y Max Weber crearon sus mejores obras tras haberse visto forzados a parar a causa del desbordamiento. El problema es que la sociedad actual ha convertido ese estado circunstancial en permanente y nos ha privado de la capacidad de descansar.

Los neerlandeses aprenden desde la niñez a sacrificarse por el trabajo y resultar productivos. Como señala Annette Lavrijsen en El arte de no hacer nada (Libros Cúpula), que el niksen (que significa «no hacer nada») sea ahora reformulado como positivo indica que el tiempo está más fragmentado que nunca e imposibilita la desconexión. Este es el tema de Invernando. El poder del descanso y del refugio en tiempos difíciles (Roca Editorial), de Katherine May. « La vida se ha acelerado. Aparecen apps y gadgets supuestamente destinados a que ahorremos tiempo, pero que terminan por aumentar la exigencia de que encajemos.

«Muchas personas se sienten incómodas al no hacer nada, y hay que preguntarse por qué».

Chequear el email tarde, incluso de vacaciones, es la norma. Estamos siempre pendientes y la consecuencia es que nos encontramos estresados, enfermos e infelices. Solo nosotros podemos pararlo, pero no es fácil. Tenemos que aprender a detenernos», advierte la autora, que señala que este estado de desbordamiento no se ciñe al plano laboral, sino también a la forma en la que gestionamos nuestro tiempo libre. «Creo que muchas personas se sienten incómodas al no hacer nada, y hay que preguntarse por qué. Estar ocupado se ha convertido en nuestra identidad, y es algo tóxico. Necesitamos saber quiénes somos cuando no estamos trabajando, y este puede ser un proceso doloroso, pero merece la pena. Tenemos que aprender de nuevo a ser nosotros mismos», asegura.

¿CÓMO HEMOS LLEGADO A ESTE PUNTO?

La modernidad nos ha empujado a un estado de inestabilidad permanente sobre el que reflexiona Brigid Schulte en Overwhelmed (Abrumada). «El tiempo libre es esencial, porque de él surgen ideas creativas y nuestros mejores pensamientos. En la historia de la humanidad, los hombres han podido disfrutar más de esos paréntesis que las mujeres, por lo que es difícil que ahora aprendamos a reclamarlo. Creemos que tenemos que ganárnoslo, y ha llegado el momento de reclamar nuestro derecho», asegura. El desbordamiento femenino encuentra en el mito de la súper mamá otro aliciente, como explica Esther Vivas, autora de Mamá desobediente (Capitan Swing). «Las madres tenemos que ser abnegadas y sacrificadas, mujeres a las que no se les supone vida propia ni intereses más allá de la crianza. A la vez, tenemos que estar siempre disponibles para el empleo y tener el cuerpo perfecto. Este ideal de maternidad tóxico, inasumible e indeseable genera mucho malestar con la experiencia materna, porque nunca llegamos a ser esa mamá ideal», explica.

En Al borde, Julie Delpy presenta a cuatro mujeres que descubren la confianza en sí mismas al rondar los 50

En Al borde, Julie Delpy presenta a cuatro mujeres que descubren la confianza en sí mismas al rondar los 50 y que en el proceso, se enfrentan al caos al que la sociedad las condena hasta desbordarlas. Si algo hemos aprendido de la era del streaming es que si Netflix habla sobre un tema, ese es el asunto del momento, por lo que indudablemente, vivimos en una s ociedad desbordada que se ha acostumbrado a estarlo. Quizá la solución sea tomar prestada la expresión francesa reculer pour mieux sauter (retroceder para coger impulso) y exigir el derecho a parar. ¿Por qué le cuesta tanto al país que presume de siestas disfrutar de una imprescindible power nap?

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