¿Qué se le puede regalar a sir Paul McCartney por su 80 cumpleaños? Si eres su hija mediana, Stella (Londres, 1971), puedes darle un kit de la nueva gama vegana y orgánica para el cuidado de la piel que acaba de lanzar. Reconozco que tengo algo de mérito en ello, por sugerir esta sofisticada forma de regalo tipo «hazlo tú mismo», después de que Stella se lamentara, en junio, cuando nos conocimos, de que es difícil comprarle algo a sir Paul, como si no lo hubiéramos adivinado. «Le encantará. Me dio mucha pena la desaparición de mi primera línea de cuidado de la piel», reconoce.
Esa primera incursión en el mundo de la belleza se produjo hace ya 15 años. El sector ha cambiado drásticamente desde entonces, una evolución de la que Stella es, en buena medida, responsable. Como primera diseñadora en llevar al mercado una línea de productos de belleza orgánicos y respetuosos con los animales, tuvo que luchar bastante, porque «nadie sabía realmente dónde colocarla», asegura.
Al final se vendió en herbolarios y tiendas de alimentos integrales, un destino no muy cool, y resultó difícil de fabricar y exportar. Pero, a pesar de haber durado poco, logró que ahora sea común el cuidado de la piel con cosméticos sin parabenos, sin sulfatos, veganos y no tóxicos.
Tanto es así que me pregunto si le preocupa que el mercado ya esté saturado con este tipo de cosméticos. «Sí, hay muchos productos», asiente, hundiéndose con elegancia en el sofá bajo diseñado por Mario Bellini, de color rosa oscuro, típico de la década de los 70, que está ubicado en el primer piso de su tienda de Bond Street. El sofá se llama Camaleonda y es una pieza icónica.
Precisamente, la diseñadora colaboró este verano con Bellini y B&B Italia en una línea de muebles sostenibles que se expuso durante el Salone del Mobile de Milán. No hay nada que le guste más a Stella que un proyecto, especialmente si tiene que ver con una casa y un jardín. « Nunca compré una casa que no se estuviera desmoronando», dijo en 2010, cuando abrió para una revista las puertas de su remoto caserón georgiano enclavado en el condado de Worcestershire. La casa era solo una sucesión de cuartos en ruinas cuando ella y su ahora esposo, el también diseñador Alasdhair Willis, lo compraron en 2003.
Pero volvamos a la belleza. «Para obtener lo que quiero actualmente, algo puro, orgánico, efectivo, tengo que integrar todas las gamas. Así que mi línea es muy sencilla, con solo tres productos». Se refiere a un limpiador, un sérum y una crema hidratante, todos en envases recargables. No hay crema para el contorno de los ojos porque a ella no le preocupa y el sérum realmente sirve para todo, razona McCartney, que tampoco usa crema solar habitualmente.
«El problema es que es terrible para el planeta. Así que pienso: 'Está bien, mantente alejada del sol'. Pero luego me digo: 'Maldita sea, el sol sienta bien'. Así que lo tomo solo un par de minutos, por la vitamina D. Probablemente, terminaré siendo una mujer de 80 años llena de arrugas, aunque me gustaría no acabar con la piel como un pergamino».
Eso me sorprende, porque pensé que diría que le gustaría parecerse un poco a la escritora Joan Didion. A los 50 años, Stella aún conserva ese estilo fresco y natural, ligeramente bohemio, pero hecho a medida, que la ayudó a convertirse en icono londinense durante la década de 1990, pero que, en parte, debe a su madre estadounidense. Además, en aquella época ella siempre tenía un aspecto más arreglado que cualquier típica chica londinense.
Cuando nos encontramos, lleva vaqueros, un blazer y sandalias de tiras, y su melena rojiza tan brillante como siempre. No lleva esmalte de uñas, ni mucho maquillaje, aunque sí más de lo normal, asegura, para las fotos. Tiene un estilo muy personal, pero nada artificioso. Como sus colecciones, que cambian de cara cada temporada: funcional y deportiva, una; romántica, la siguiente. «Mi problema es que me encanta todo: minimalismo, monocromático, color, purpurina...».
Mientras Stella crecía, su vida no podía ser más sencilla. Los McCartney dividían su tiempo entre sus granjas de Sussex y Kintyre, en Escocia. En 1969, una portada de la revista Life (que ahora está enmarcada en uno de los baños de su casa) mostraba la vida de «el Beatle perdido», después de haber visitado a Paul y Linda en su remota granja escocesa. «Creo que fue durante mi infancia en Escocia cuando me sentí más limpia –recuerda Stella–. Fue tan... natural. Siempre estábamos desnudos. Mis padres ni siquiera usaban desodorante y, sin embargo, nunca olían a sudor».
Una extraña aberración en ese ejemplo de vida sin químicos fue el limpiador espumoso que Linda le dio a su hija cuando tenía 13 años. «Sus ingredientes eran todo lo que ahora sé que es malo para el cuidado de la piel... pero eran los 80». Aquello despertó su interés por encontrar soluciones cosméticas más naturales y saludables. Ahora, cuida religiosamente su piel, que está bronceada, pero con pocas arrugas.
stella mccartney
Al no apreciar, como lo hacen los niños, la belleza natural, siendo adolescente le rogó a su madre que se maquillara, como las madres de sus compañeras de clase. «De hecho, la maquillé yo. Le gustaba, pero no era algo que hiciera habitualmente. Hay una rosa McCartney y cultivábamos montones de ellas, que mi madre luego convertía en aceites esenciales. También la regañaba para que usara la ropa fabulosa que llevaba a las giras y sus joyas. Tenía algunas maravillosas, pero nunca las usaba. Y ahora, mírame». Extiende sus brazos para mostrar... que no lleva nada, salvo un fino brazalete dorado con un amuleto contra el mal de ojo. «Lo encontré por el suelo en casa de mi padre. Papá, si echas en falta una pulsera contra el mal de ojo, la tengo yo».
Aunque sus padres siguen inspirando todo lo que hace, también hace caso a sus hijos, de 11 a 17 años, escuchando sus inquietudes sobre el planeta y buscando soluciones. «Todo lo que he hecho (ropa para niños, zapatos veganos, bolsos fabricados con cuero vegetal procedente del cultivo de hongos, telas orgánicas certificadas) ha sido porque no pude encontrar lo que quería. No existe ninguna otra línea de belleza que sea tan limpia y a la vez tan lujosa, con todos los ingredientes activos, como esta.»
Tampoco, podría añadir, con la distribución que tiene. Porque esta vez cuenta con el respaldo de LVMH, el gigante del lujo que también es dueño de Céline, Dior, Fendi, Loewe, Louis Vuitton, Tiffany, Loro Piana... y Sephora, la cadena mundial de tiendas de belleza. Se puede decir que la nueva línea de belleza de Stella tendrá toda la atención que merece.
Vender en 2020 una participación minoritaria de su firma a LVMH, el grupo de lujo más grande del mundo, fue un movimiento que nadie esperaba. Solo 17 meses antes, había recomprado el 50% de su compañía al Grupo Kering, el otro gigante del lujo en Francia (con marcas como Balenciaga, Gucci, McQueen...), en medio de rumores que aseguraban que no estaba satisfecha.
Como para todas las firmas de moda, la pandemia fue difícil para el negocio, pero antes de eso, los ingresos de 2019 rondaron los 36 millones de euros, lo que la convirtió en una especie de señuelo. Las marcas pequeñas no siempre reciben la atención que necesitan para crecer en un conglomerado. «Me encantó trabajar con Francois-Henri [Pinault, presidente y director ejecutivo de Kering]. Pero comencé a pensar en todos los diseñadores que habían perdido las marcas que llevaban su nombre, como Jil Sander, y pensé: «Estoy en una posición privilegiada para poder volver a comprar mi marca, así que debería hacerlo ahora», reconoce.
En LVMH, no solo está amparada por la compañía de lujo más poderosa del mundo, sino que también es asesora de sostenibilidad de su presidente, Bernard Arnault. Cuando se le preguntó, en ese momento, si su nombramiento formaba parte de una estrategia de lavado de cara del conglomerado, ella respondió con espontaneidad: «Quiero ser una agente de cambio desde dentro, como lo fue mi madre».
Aquello le aportó todavía más credibilidad. «Este negocio no es una broma para aficionados», afirma sobre su compañía, y se emociona mientras habla. «Significa mucho para mí. Por eso me estreso tanto cuando tenemos un nuevo lanzamiento. Estoy muy nerviosa por el lanzamiento de esta línea de belleza, pero sé que a mi madre le encantaría y que confiaría en ella porque la ha hecho su hija».
Ser uno de los hijos de Paul McCartney quizá sea todavía más complicado que ser hijo de cualquier otro famoso en el mundo. Paul y Linda hicieron todo lo posible por llevar una vida lo más normal posible. Sin embargo, no eran una familia corriente. En la década de los 80, por ejemplo, Michael Jackson iba a cenar a su casa de campo. Por supuesto, al día siguiente, los chicos no podían contárselo a nadie en el colegio público al que iban. Esa dualidad siempre ha estado ahí. Ahora, sus mejores amigos son Kate Moss, Liv Tyler y Tom Ford, y eso puede hacer que la gente crea que intenta fingir que es una persona normal.
Con el peso que supone llevar el apellido McCartney y, teniendo en cuenta lo que ha sucedido con los hijos de muchos padres famosos, hay que reconocer que Paul y Linda hicieron un buen trabajo con su familia. Mary, de 52 años, la mayor, es una fotógrafa exitosa (y ha escrito varios libros de cocina, como su madre). James, de 44 años, es músico. La hija que Linda tuvo con Joseph Melville See y que Paul adoptó más tarde, Heather, de 59 años, es alfarera. Stella es una diseñadora de éxito innegable y está casada con Alasdhair Willis, también un diseñador más que contrastado (fue director creativo de Hunter durante una década, antes de trabajar para Adidas).
La pareja se casó en Escocia, en la Isla de Bute, en 2003. Madonna y Pierce Brosnan estaban entre los invitados a la boda y Tom Ford les regaló árboles para plantar a lo largo de un camino en su retiro en Worcestershire. Desde entonces, han plantado un millón más de ejemplares en esa finca, donde han creado su Edén. «La otra mañana, mientras montaba a caballo, sentí que era lo mejor de mi vida. Y entendí que lo único que importa es que puedo hacer todas las cosas que desearía que mi madre hubiera hecho».