La premisa parece sencilla, incluso inocente: deshazte de todo lo que no necesitas. Los montones de ropa que ya no usas, los libros que nunca conseguirás leer, las cosas que ya no te dicen nada y esas otras que no sabes ni cómo se utilizan... Y todo porque justo ahí, en esa habitación blanca y asolada, se supone que está la felicidad . Como si un montón de trastos nos hubiesen impedido encontrarla antes, el minimalismo contemporáneo ha ido mutando en un auto de fe que, mediante la magia del orden y el espolio doméstico , promete llenar nuestro vacío existencial. El célebre «menos es más» ahora es el mantra de un estilo de vida aspiracional, tan abstracto y contradictorio, que el reto ya no está en despejar la casa, sino la ecuación: ¿más qué?
El Minimalismo emergió a principios de los 60 en Nueva York como un movimiento artístico que proponía despojar las obras de arte de cualquier contenido o expresión, llevando sus formas y materiales hacia la austeridad. Era su manera de alejarse de los excesos emocionales del Expresionismo Abstracto, al que consideraban demasiado sentimental y pretencioso; y sobre todo, de mostrar su rechazo al Pop Art y su deriva mercantil. Las dos corrientes dominantes.
Obras de la artista plástica Jennie C. Jones.
Lo curioso es que el arte minimalista nunca ha saltado al mainstream y, en cambio, el término se ha convertido en una etiqueta viral. «Minimal», el adjetivo que el filósofo Richard Wollheim utilizó por primera vez para referirse a las pinturas de Ad Reinhardt en un artículo de 1965, acumula en Instagram más de 25 millones de imágenes que poco o nada tienen que ver con esos «objetos de alto contenido intelectual y baja manufactura». Es un cajón de sastre en el que todo cabe: decoración, arquitectura, moda, hostelería, maquillaje...
«Esa idea radical del minimalismo se ha generalizado, ya es un producto más de consumo. El capitalismo tiene formas muy poderosas de hacerlo. En este caso, ha demostrado ser una solución muy efectiva: al estar todo vacío, es muy fácil exportar y vender productos en cualquier mercado; y al tener un estilo sencillo, se puede imponer a cualquier diferencia cultural o histórica. Es el máximo exponente de un producto estético», comentaba el periodista estadounidense Kyle Chayka durante la presentación de su libro Desear menos.
Ejemplo de una decoración minimalista.
Vivir con el minimalismo (Gatopardo Ediciones). Frente a los superventas minimalistas, repletos de historias de superación, consumistas rehabilitados y consejos para dummies, este ensayo traza una línea cronológica de sus orígenes vanguardistas y filosóficos, reivindicando su esencia a través de las obras de los artistas, arquitectos, filósofos y compositores que lo practicaron, mientras trata de resolver cómo se ha ido trivializando, hasta convertirse en un catálogo estético que utiliza la austeridad para fomentar el derroche.
«Sus ideas no han seguido un camino o una evolución lineales; se trata mas bien de un sentimiento que se viene repitiendo en diferentes épocas y en todas partes del mundo. Podría definirse como la sensación de que la civilización que te rodea es excesiva -te abruma física o psicológicamente- y ha perdido algún tipo de autenticidad original que debería recuperarse. En momentos así, el mundo material deja de tener sentido y, por lo tanto, acumular más y más es menos atractivo que renunciar a cosas y aislarse», apunta en el libro.
Abrazar una filosofía que consiste en vivir con menos y ser feliz con lo que ya posees no resulta descabellado. Incluso parece la forma más responsable de enfrentarse al materialismo y a su impacto medioambiental. «El consumo sensato, en la actualidad, es la única alternativa real. Según The Global FoodBanking Network, un ente que mide la huella ecológica global, estamos consumiendo el equivalente a 1,7 veces los recursos de la Tierra, una cantidad muy por encima de la capacidad del planeta para renovarse», explica la periodista y experta en consumo, Brenda Chávez.
Lo contradictorio es que ha adoptado las mismas dinámicas irreflexivas e individualistas: igual que antes comprábamos cosas para ser felices, ahora tiramos todo lo que no encaja en nuestra visión del mundo sin importarnos nada más. «Si te vas a poner a limpiar como Marie Kondo, tendrás que ser responsable con esos artículos de los que te deshaces: ver cuáles pueden tener otra vida, valorar qué recursos materiales se han empleado para hacerlo. Tirar la casa por la ventana, como consecuencia de un minimalismo emocional, no es ni sostenible ni adecuado», insiste Chávez.
Sin embargo, los entusiastas coaches de The Minimalists, Millburn y Nicodemus, han basado su éxito en esta narrativa sensiblera. Su idea del sueño americano ya no consiste en prosperar y llegar a la cima, sino en tener la determinación de dejar un trabajo que te hace infeliz, renunciar a un sueldo generoso y recorrer el país con una pequeña maleta en la que cabe holgadamente tu vida, para contar tu historia. Para Albert Vinyals, autor de El consumidor tarado, el auge de este corriente responde a un cambio cultural. «Hemos pasado de la casa de la abuela, con todas sus pertenencias expuestas en el salón, a una sociedad hiperequipada, que vive la experiencia de consumo más que la posesión y el estatus de tenerlo», explica el experto en psicología de consumo.
Pero en esta nada, también hay clases. Los que coquetean con ella sin riesgo han hecho de la pulcritud visual un ejercicio más de ostentación. En la imagen de Kim Kardashian, observándonos desde aquella casa brutalista sin apenas muebles, o en la famosa estampa de Steve Jobs, iluminado por una antigua lámpara de Tiffany y un equipo de sonido valorado en 7.400€, hay una lección entre líneas: el privilegio de que n o tienes que poseer nada cuando ya lo tienes todo al alcance.
Obras de la artista plástica Jennie C. Jones.
¿Y cuántas cosas de usar y tirar habrán pasado por esas habitaciones? Porque, lamentablemente, no significa que dejemos de comprarlos, sino que nos relacionamos con ellos menos tiempo. Frente a este minimalismo que lo ocupa todo, ¿cuál es la solución? «Seguimos instalados en la sociedad de consumo y, ante esta idea, solo se puede producir un cambio de mentalidad», señala Vinyals, que propone practicar la cultura de la austeridad, un minimalismo más puro, basado en el sentido común: arregla lo que está roto y no toques lo que está bien. Al fin y al cabo, las modas van y vuelven.