La cultura del siglo XXI se mueve a la velocidad de los bits: rapidísimo. En solo una década podemos ver cómo nacen, se desarrollan y mueren fenómenos sociales, tendencias o desarrollos tecnológicos que sí llegan a impactar a nivel global, pero que se ven arrasados por nuevos fenómenos, más excitantes y novedosos. No sabemos qué pasará con los tres que nos ocupan, incipientes inventos de nuestra sociedad avanzada que, de momento, son protagonistas. Especialmente las criptomonedas, un nuevo territorio para la inversión y la especulación que está en el punto de mira de muchos.
Las criptomonedas son dinero incorpóreo (no existe de manera física) que se guarda en un billetero digital en el móvil y cuyo valor fluctúa en el mercado de las criptomonedas. De hecho, existe cierto riesgo de perder la inversión en alguna de estas criptomonedas (bitcoin, ethereum, litecoin) debido al alto componente especulativo que tiene su precio. Nada que ver con el metaverso, el nombre que Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook, ha dado a un entorno virtual pensado para replicar muchas de las dinámicas del día a día: un universo paralelo al que accedemos gracias a los dispositivos de realidad virtual. Trabajaremos, compraremos y nos relacionaremos en esta realidad paralela a través de avatares. Según Bloomberg, podría suponer un negocio global de 800.000 millones de dólares para 2024.
La 'cultura woke' no tiene que ver con ningún desarrollo tecnológico, aunque su existencia sería impensable sin la influencia de las redes sociales. 'Woke' significa en inglés 'despierto', y se refiere a personas que se hacen conscientes de injusticias de todo tipo, pero sobre todo relacionadas con el machismo, el racismo o la orientación sexual. Los jóvenes de la generación Z abanderan esta tendencia social que puede observarse desde otras generaciones con condescendencia y, a veces, con hastío. Su insistencia en cambiar el mundo y señalar las injusticias puede cargar o no gustar, razón por la cual 'cultura woke' puede utilizarse peyorativamente.