Maquillarse puede ser una de las actividades más placenteras del autocuidado personal . Y supone todo un arte que las hijas suelen aprender de sus madres y perfeccionar a lo largo de toda la vida. Aplicar, capa a capa, los productos que nos cambian literalmente la cara puede disfrutarse como un ritual de mimo para nosotras mismas, o convertirse en una tortura. Por ejemplo, si se vive como una imposición exigida por nuestro entorno laboral. Al final, un gesto de coquetería que tendría que ser intrascendente se convierte en un factor de exclusión y en el disparadero de los prejuicios. ¿Por qué asociamos de una manera tan irracional el maquillaje al éxito?
Solo hay que observar a las grandes directivas, las mujeres con presencia en los medios de comunicación y a las estrellas femeninas de nuestra cultura para advertir que ninguna, absolutamente ninguna, va sin maquillar. El efecto contagio se traslada a todas las demás: el maquillaje se vuelve una manera de mostrar nuestra ambición, nuestra disposición y nuestra aceptación de unas reglas sociales que se nos quedan viejas.
La lógica laboral, sin embargo, las refuerza: un reciente estudio de las universidades de California y Chicago ha demostrado que las mujeres que se maquillan alcanzan salarios hasta un 20% más altos. Una mujer que invierte más tiempo y dinero en el aspecto de su cara y cabello ganará, aproximadamente, 6 mil dólares más que la que no lo hace. No es una sorpresa: ya sabíamos que las personas atractivas ganan más, pues son consideradas más inteligentes, buenas y cooperativas, y que las consideradas feas cargan con el estigma automático de la maldad. Es un sinsentido.
Lo cierto es que la cara lavada no se considera apta profesionalmente, pero únicamente en las mujeres, En una encuesta publicada por el periódico británico "The Telegraph" desveló que casi la mitad de los jefes (49%) consideraba el uso de maquillaje un factor importante a la hora de darle a una mujer un puesto en ventas o en cualquiera que tuviera que tratar con los clientes directamente. La misma proporción de ejecutivos dijo haber discriminado a empleadas por no usar maquillaje a diario y que lo tomaban en consideración a l a hora de repartir los ascensos.
Está claro: en el terreno laboral, las mujeres no somos por lo general libres de maquillarnos o no, pues nos jugamos nuestra consideración profesional y, a veces, hasta el puesto de trabajo. En 2008, El Corte Inglés fue denunciado por obligar a sus empleadas a maquillarse, asunto que se subsanó cuando la compañía puso en marcha su plan de igualdad. Mercadona e Inditex están en el punto de mira de los sindicatos por lo mismo: se empeñan en el maquillaje y las uñas pintadas de ellas, mientras que a ellos solo les exigen limpieza. Rodilla desistió de esta práctica el pasado mes de julio, tras protestas de las trabajadoras.
Efectivamente: mientras que de los hombres se espera que simplemente acudan a sus puestos de trabajo aseados, bien afeitados y con un corte de pelo normal, a las mujeres se les pide que vayan maquilladas, pero no de cualquier manera. De una manera profesional: ni demasiado estridente ni demasiado sexy, pero sí remarcando su feminidad. No saber respetar al milímetro las frontera del "make up" de oficina puede arruinar las ambiciones de una mujer talentosa.
Un estudio de la Universidad de Harvard concluyó que el uso de cosméticos puede determinar las percepciones de un jefe sobre la simpatía que despierta una empleada, su grado de competitividad y su confianza en ella. De hecho, ejecutivos participantes juzgaron a las mujeres agrupadas en tres estilos: natural, profesional y glamurosa. Para ellos, la clave del éxito radica en llevar un maquillaje completo pero no demasiado llamativo ni exagerado que nos haga parecer descaradas.
Al final, de lo que se trata no es de demonizar el maquillaje, pues para muchísimas mujeres funciona como una muleta estética que les confiere confianza y seguridad en sí mismas, sino procurar que no sea la excusa para relegar a mujeres con talento que, por convicción, falta de tiempo o de pericia no quieran o puedan maquillarse con técnica y gusto profesional.
Exigir el maquillaje no solo contraviene la Ley de Igualdad que persigue colocar a hombres y mujeres en un plano de equidad ante el trabajo, sino que resulta profundamente injusto para las mujeres, a las que se nos expropia un tiempo precioso que quizá querríamos dedicar a otras cuestiones más o menos trascendentales. ¿Cuántas de nosotras no hemos dejado de ir al gimnasio a mediodía por el tiempo que consume arreglarse después de la necesaria ducha?
Hillary Clinton lo expresó a la perfección en su reciente libro "What Happened": en su campaña para la presidencia de Estados Unidos tuvo que dedicar 600 horas, el equivalente aproximado a 25 días, a peluquería y maquillaje para conseguir que una apariencia aceptable. Un tiempo duante el cual sus colegas podían dedicarse a preparar discursos, documentarse para entrevistas o tener reuniones al más alto nivel.
“Nunca he terminado de acostumbrarme a los muchos esfuerzos que tiene que hacer una mujer pública. Mis colegas masculinos solo tienen que ducharse y afeitarse", explica en su libro Clinton. "No he sentido celos de mis colegas varones, pero un poco sí cuando pensaba que ellos solo tenían que ducharse, afeitarse y ponerse un traje para estar listos”.
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