Hay una flor que vive en los arcenes de las autopistas. Es un lugar donde no debería crecer nada. Pero esta planta en concreto, llamada lampsana, se alimenta de la contaminación y de las partículas que desprenden los tubos de escape. Se ha adaptado a su entorno y ha demostrado una tenacidad única para sobrevivir.
“Es una hierba pionera, como esas que recolonizan los territorios cuando un incendio, una marea o un desastre natural han acabado con el ecosistema”, cuenta Christian Courtin-Clarins, hijo del fundador de Clarins, la firma de cosmética que lleva su apellido, y actual presidente del Consejo de Vigilancia del Grupo. Los mecanismos biológicos que estas plantas desarrollan para asegurar su supervivencia es lo que más interesa a Clarins.
Porque la naturaleza es sabia. Mucho más de lo que llegamos a imaginarnos. Courtin-Clarins tiene muchos más ejemplos. Y todos igual de fascinantes. “La flor del girasol pesa tres kilos, gira sobre sí misma a lo largo del día para seguir la estela de la luz solar y aguanta la fuerza del viento sin doblegarse. Pero lo realmente curioso es que se apoya en un tallo muy fino, de algo más de un dedo de grosor, que soporta todos los embates a los que le someten los elementos sin perder ni su firmeza ni su elasticidad”, relata.
Estaba claro que ahí había un activo que podía resultar interesante para la cosmética antiedad, obsesionada con encontrar la piedra filosofal para conservar la firmeza de la piel.
En Clarins se dieron cuenta enseguida. Porque, desde hace más de 60 años, buscan con atención todo lo que las plantas están dispuestas a ofrecernos. Y porque conocen muy bien su negociado: los ingredientes naturales. De hecho, testan hasta 400 diferentes cada año para comprobar si pueden entrar a formar parte de sus fórmulas, aunque apenas dos o tres pasan la criba.
“Efectivamente, el tallo del girasol contiene un compuesto que es el que le otorga esa flexibilidad y que nosotros hemos incorporado en nuestras cremas para el cuello”, explica Christian.
Toda la cosmética de Clarins mejora sus fórmulas con estos nuevos ingredientes. Y para encontrarlos, Christian Courtin-Clarins es capaz de ir al último confín del planeta. De hecho, vivió un tiempo con los aborígenes australianos y confiesa que aprendió mucho de sus conocimientos curativos. “En la historia de la humanidad, siempre ha habido brujos, chamanes y druidas –explica-. Y siguen existiendo. Son diferentes nombres para referirse a personas que entienden el poder de las plantas, que las estudian para usarlas en los procesos de sanación”. En Australia descubrió que, para curar sus heridas, los nativos usaban dos tipos de plantas: una para purificar y limpiar, y otra para cicatrizar. “Son familias de árboles que se repiten por todo el planeta”, asegura.
En México, los incas usaban la corteza de un árbol, la mimosa tenuiflorum, para curar las quemaduras. “Y tiene todo el sentido porque, en realidad, la corteza es un escudo cuya misión es protegerlo de todas las agresiones externas”.
Tras uno de los peores terremotos que vivió el país, y que produjo severos incendios, algunos médicos volvieron a usarla para tratar a los quemados. La utilizaron en polvo para hacer cataplasmas y, para su sorpresa, las quemaduras se curaron muy rápido. “Este extracto tiene un alto poder cicatrizante. Y la cicatrización no es otra cosa que acelerar la regeneración celular. Y esto también es aplicable al proceso de envejecimiento”.
Es apabullante lo que este hombre elegante y empático, que supera el 1,90 de estatura sin perder ni un ápice de encanto, sabe sobre belleza. Lo conoce todo, desde cómo funciona el ingrediente más humilde a qué reacción se puede esperar cuando una persona observa las fotos de los anuncios de sus cremas. No es extraño que entienda tan bien las necesidades cosméticas de las mujeres. “La clave está en escucharlas”, asegura.
Lleva haciéndolo casi 45 años. Probablemente más, si tenemos en cuenta que su padre fundó Clarins, una de las firmas francesas de cosmética más importantes del mundo, en 1954. “Nos consideramos una empresa ciudadana del mundo. Y como tenemos éxito, también es nuestro deber comprometernos a cambio a proteger la biodiversidad. Porque todos los productos que creamos son de origen natural. Lo hacemos para asegurar el futuro.
Y cuando hablamos de futuro, hablamos de niños. Ellos van a escribir nuestra historia. Por eso apoyamos a ONGs extraordinarias, como Aldeas Infantiles SOS, que hacen cosas por la sociedad. Esa colaboración acaba de cumplir 20 años”, explica.
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