belleza
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Sí, ya sabemos que el azúcar va directo del paladar a la cadera. Lo tenemos clarísimo. Lo que es menos conocido es que, antes de convertirse en colchón de grasita, pasa por la sangre y perpetra otro desastre 'beauty': destroza el colágeno. Y, por tanto, provoca flacidez y arrugas. La culpa la tiene un proceso llamado glicación, cada día más frecuente debido a la cantidad de azúcar que tomamos (a menudo sin darnos cuenta) debido a los muchísimos alimentos que albergan muchísimo más blanco veneno del que imaginamos.
A estas alturas, nadie nos tiene que decir que el azúcar, ese blanco, nacarado y dulcísimo alimento, tiene más calorías de las que le convienen a nadie, no importa lo delgado que se esté. Sobre todo, porque son calorías vacías, sin valor nutricional. Lo que es menos conocido es que el azúcar hace muchísimo más que ponernos kilos, y lo peor de todo, es que no hay nada de su actividad que sea bueno para el organismo.
Uno de sus efectos secundarios más desconocidos es cómo destroza la piel por dentro, con consecuencias visibles por fuera. Se trata de un fenómeno llamado glicación, por el que el azúcar, una vez está en el torrente sanguíneo, se junta a las proteínas que también circulan por él.
Una unión que no nos viene nada, nada, nada bien: al unirse azúcar y proteínas se produce un cambio en estas últimas, generando los llamados 'productos de glicación avanzados', también conocidos por su acrónimo en inglés, AGEs (advanced glycation end products). Si se producen gran cantidad de AGEs,el proceso de formación del colágeno se altera.
Se sabe que, por ejemplo, en personas diabéticas, que tienen niveles altos de glucosa en sangre, la glicación destroza el colágeno de las venas y capilares, y, además, altera la producción normal de colágeno y elastina en la piel. Estudios realizados in vitro han demostrado que además los AGEs e incrmenetan con la radiación ultravioleta, aumentando así el fotoenvejecimiento. Es como si ese azúcar se 'pegara' a las proteínas, que dejan de ser flexibles y resistentes y se hacen duras y, por tanto, rígidas y quebradizas.
Cierto grado de glicación es inevitable, pues en nuestra alimentación, incluso en la más sana, hay azúcares: frutas, cereales o alimentos con almidón los contienen. P ero si estos alimentos no están refinados –por ejemplo, tomamos la fruta entera, y evitamos los zumos, o si consumimos los cereales, integrales, y no en forma de harina blanca– ese azúcar lo absorbemos lentamente, sin producir picos de glucosa. Es decir, tomamos esos azúcares naturales de forma sana.
El problema es que, en la dieta occidental, repleta de harinas refinadas, comida procesa y alimentos hechos para generar adicción y ser palatables, el azúcar está en exceso, y prácticamente en todas partes. No solo los helados, el pan, los pasteles o las chuches, refrescos, zumos, batidos, salsas, platos preparados, embutidos… nos llegan cargaditos de cantidades ingentes de azúcar. Si a eso unimos nuestra pasión por las harinas blancas refinadas –pasta, pan y demás–, que también se transforman en azúcar, ¡para qué queremos más!
¿Lo mejor? Reducir el azúcar de nuestra dieta no es solo bueno para la piel: es positivo absolutamente para todo. Para reducir el riesgo de sufrir diabetes, sobrepeso, problemas cardiovasculares, caries, colesterol alto y varios problemas más, y ninguno apetecible. No a las comidas procesadas, sí a los alimentos frescos, y viviremos mejor, más tiempo ¡y con menos arrugas!
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