El algodón no engaña. Y tú sabes que cuando lo pasas por tu rostro al final del día no sale sucio, sino mugriento. Hay una larga lista de razones para explicar ese altísimo nivel de suciedad. Si vives en una ciudad, estás sometida a la esclavitud de la contaminación : metales pesados, ozono troposférico, dióxido sulfúrico, óxido de azufre, monóxido de carbono... Son todo micropartículas tóxicas que aumentan la producción de esos radicales libres que oxidan tu piel, producen manchas y aceleran el envejecimiento.
Pero incluso cuando pasas el día en casa estás sometida a la dictadura de la polución. Los humos de la cocina, los compuestos orgánicos volátiles de aparatos y productos nuevos, las partículas en suspensión procedentes de calefacciones y aires acondicionados... La lista es larga y perturbadora. Y a ella se une el proceso natural de la piel: del sudor a la producción de sebo (que se oxida sobre los poros), sin olvidarnos de la acumulación de células muertas. Todo ello puede acabar desequilibrando tu bioma cutáneo particular, esa flora bacteriana que se encarga de que la superficie se mantenga saludable y de que la barrera natural de protección se dedique, precisamente, a protegerte de agresiones externas. Resumiendo: no limpiarte la cara es el mayor error que puedes cometer. Pero, ¿olvidarte de eliminar el maquillaje? Eso es un sacrilegio. Porque las siliconas y emolientes de las bases no solo bloquean los poros, también interrumpen el proceso natural de regeneración de la piel y degradan el colágeno. Y eso te puede echar hasta 10 años encima.
No se nos ocurre nada más fácil que empapar en ella un disco de algodón (o una toalla de tocador, un gesto mucho más sostenible) y pasarla por la cara para acabar con todo: suciedad, maquillaje, sebo... Pero seguro que lo estás haciendo mal. No hay que frotar, sino presionar contra la piel. Las micelas que contiene funcionan como un imán con los residuos y si arrastras, no dejas que estos se adhieran a ellas. Otro punto a su favor es que puedes saltarte el aclarado si el agua del grifo te irrita. Aunque es mejor hacerlo para liberar la piel de los conservantes y excipientes del producto.
Es perfecta para esas pieles mixtas y rebeldes de nuestros tiempos que un día se sienten deshidratadas y al siguiente explotan como una bomba de grasa. Las leches son suaves y delicadas con las zonas frágiles (labios y contorno de ojos). Y lo mejor es que las nuevas formulaciones se toman en serio los ingredientes bio. Se trabajan directamente con los dedos sobre el rostro mediante masajes circulares sin presiones excesivas y se aclaran con agua. Pero es mejor que esté solo ligeramente templada (demasiado caliente erosiona la capa hidrolipídica, demasiado fría no elimina bien los residuos del producto).
Son como un cálido abrigo para tu piel en invierno. Sus texturas densas lo diluyen todo y se transforman, como por arte de magia, en líquidos lácteos de fácil aclarado cuando los trabajas en profundidad. Requieren un masaje que va a servirte para activar la cirulación sanguínea (cuidado si tienes rojeces). ¿Cómo hacerlo? Presiona bien con los dedos haciendo círculos desde el centro hacia el exterior de las mejillas y dibujando una fuente en la frente desde el entrecejo hacia las sienes. El truco para evitar irritaciones cuando tienes la piel sensible o muy seca es aclararlo con una toalla o un tejido de muselina empapado en agua micelar.
El maquillaje actual, trufado de capas y capas de bases y prebases, de contouring y strobing tenaz, de sombras inamovibles y de máscaras waterproof, requiere una limpieza profunda con activos capaces de disolverlo todo. Y solo los aceites pueden conseguirlo. La razón es un proceso natural denominado lipofilia, que describe el fenómeno por el que las moléculas oleosas se sienten atraídas por otras afines y consiguen degradar su estructura con facilidad. Todo ello, sin mermar los niveles de hidratación de tu piel.
Son el Santo Grial de las pieles grasas con tendencia al acné y la irritación. Y también la forma más efectiva de acabar con el exceso de sebo sin efecto rebote. La formulaciones actuales tienen esto muy en cuenta. Por eso carecen de jabones agresivos y proponen texturas de alto poder purificante, pero, al mismo tiempo, ultrasuaves y muy originales. Como la miel de Lancôme o la crema untuosa de Lierac (ambas se convierten en espuma en contacto con el agua).
A ligeros no los gana nadie. A efectivos, tampoco. Porque las nuevas opciones en textura gelatina suelen combinar lo mejor de diferentes mundos. Como los formato en gel repletos de micelas que aseguran una higiene total sin perder ni un ápice de hidratación. Se pueden trabajar con los dedos, como las leches y los bálsamos, o aplicarlos con algodón. Y el efecto frescor que garantizan es ideal para pieles jóvenes.
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