Funcionamos como un reloj, cada 24 horas nuestro organismo sincroniza sus actividades según el ciclo luz-oscuridad y nos ocurren un montón de cosas sin darnos cuenta: nuestra presión baja, el metabolismo se ralentiza, generamos melatonina y dejamos de producir cortisol. ¿Y esto afecta a la piel? Pues sí. Curiosamente, mientras la temperatura corporal disminuye, la de la piel aumenta y con ella la reparación del ADN y la división celular. Hasta ahí todo bueno, pero hay algo que no es tan bueno: debido a esos procesos, la piel también pierde humedad. Si quieres aprovechar la regeneración de la piel que se produce cuando duermes a pierna suelta y minimizar la pérdida de agua, aplícate todas las noches una crema antes de meterte en la cama. Ah, importante: que sea específica para este momento de desconexión. No te servirá la crema de día, porque no solo tiene otros activos (normalmente, filtros solares y protectores anticontaminación que no necesitas para nada cuando estás a oscuras), sino también otras funciones, fundamentalmente proteger la piel de agresiones.
Cuando el sol se va y cae la noche, la piel se vuelve más permeable, lo que significa que tiene mucha más facilidad para absorber las fórmulas y sus nutrientes. Elige una textura que sea más cremosa que la que utilizas por la mañana. Las de mayor efectividad son las que incorporan retinoides (ácido retinoico, retinaldehido o retinol), que tienen un efecto antiarrugas demostrado. Las cremas con péptidos también son una buena solución, porque estimulan la producción de colágeno y elastina. Y si mientras te las aplicas, te das un buen masaje facial, multiplicarás sus efectos, así que no seas perezosa.
Es hora de irse a la cama y dejar que el tratamiento actúe mientras tú descansas a pierna suelta. Y, por cierto, duerme al menos siete horas, porque si no, no habrá crema, por costosa que sea, que consiga quitarte esa cara de cansancio. ¡Dulces sueños!
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