Nuestra piel, de manera natural, tiene escualeno, un humectante segregado por las glándulas sebáceas que retiene el agua de la epidermis. “Forma una película a modo de barrera para mantener el manto hidrolipídico, fundamental para protegernos de la radiación solar y evitar la oxidación. Pero desaparece con la edad”, explica Beatriz Estébanez, médico estético de Clínica Menorca.
Pero no es lo mismo el escualeno que el escualano. Una letra lo cambia todo. El segundo es un derivado del escualeno y se fabrica en un laboratorio. Hace años procedía del tiburón, pero ahora se obtiene de fuentes vegetales, especialmente de la oliva. Este nuevo principio se logra mediante la estabilización de la sustancia original, que se oxida fácilmente y favorece la aparición de granos.
El escualano de las cremas se “infiltra” perfectamente en nuestra piel, porque nuestro organismo lo identifica como un lípido afín, como apunta el dermatólogo Antonio Ortega, de Clínica Menorca. “Es biodisponible. Además de suplantar la función humectante del escualeno, ayuda a canalizar
activos como el retinol. Así consigue mantener fuerte la barrera cutánea, redensificar la piel, aumentar su firmeza e hidratarla”, añade.
Cremas, sérums, aceites faciales y otros cosméticos con escualeno, el ingrediente antiedad de moda
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D.R.