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Ha sido un error que un presidente con casi una legislatura sobre sus espaldas ya no se puede permitir. Donald Trump acudió ayer al santuario nacional de Juan Pablo II en Washington para mostrar su sentimiento religioso ante el mundo y sus votantes. El momento no pudo ser más inconveniente: todas las televisiones del mundo están emitiendo en directo las protestas por la muerte de George Floyd en una detención policia y la mano dura de la policía con los manifestantes. El mismo Trump ha escrito en Twitter que está dispuesto a enviar a los militares para terminar con la indignación ciudadana. Desde la iglesia estadounidense ya se ha expresado su incomodidad ante la utilización de un lugar sagrado para justificar su recurso a la violencia. Una incomodidad que también parecía invadir a Melania Trump, evidentemente a disgusto en el posado ante la estatua del papa polaco. En un determinado momento, Trump se gira y le ordena: "Sonríe, cariño". Ella apenas puede hacer una mueca.
El vídeo, claro, ya es un éxito viral que ha pasado de las cadenas de televisión estadounidese a las redes y de ahí a todo el mundo. Se trata de una muestra más de la falta de sintonía entre el presidente y Melania Trump, aparentemente renuente a la hora de jugar su papel en un momento clave de la legislatura republicana. La estrategia política que llevó a los asesores de Trump a orquestar esta aparición piadosa es comprensible: el sentimiento religioso es importantísimo para muchos votantes republicanos. Lo incontrolable es el enfoque de la pareja presidencial ante un evento que va a ser capturado hasta el mínimo detalle por las cámaras. ¿Acaso es imposible aconsejar a los Trump sobre la actitud que requiere un giro político-publicitario de este calibre?
El error garrafal de Trump es, por tanto, doble: por un lado, tratar de instrumentalizar el sentimiento religioso con fines políticos; por otro, mostrar una ausencia total de previsión y planificación de la maniobra mostrando su falta de coordinación con su cómplice necesaria. A favor de Melania hay que constatar que el momento no parece merecer las sonrisas congeladas que Donald Trump, buen conocedor de la televisión, suele ofrecer a las cámaras. Sin embargo, el rictus terriblemente duro de Melania tampoco ayuda a la situación, y más acompañado de unas gafas que impiden cualquier tipo de expresión de humanidad. Al final, el presidente terminó sumándose al gesto duro e implacable de su esposa y el posado terminó provocando lo contrario a lo que perseguía. No solo no vemos el lado compasivo de la pareja presidencial, sino que se presentan más implacables que nunca.