Rosa María Sardá llevaba años luchando contra el cáncer, pero no dejó de trabajar ni un segundo; era lo que llevaba haciendo toda la vida, desde que, muy jovencita, perdió a su madre y quedó al cargo de sus cuatro hermanos pequeño, entre ellos, el también popular Javier Sardá . Se curtió como actriz cómica, se negó a poner la profesión en un altar (es solo un trabajo, decía) y se convirtió en una de las mejores de su generación. Trabajó con Berlanga, Almodóvar , Bollaín , Trueba y Colomo, y nos ha dejado personajes inolvidables, como la gran dama del turrón de Moros y cristianos, la madre exasperada de El efecto mariposa, la sobreprotectora de Airbag o la intolerante de Todo sobre mi madre. Estas son las razones por las que no la olvidaremos.
“No se lucha contra el cáncer, porque el cáncer es invencible”, decía de la enfermedad que acabó con ella en una de sus últimas entrevistas. Tampoco le importaba reconocer que no estaba en su mejor momento, tanto por edad como por enfermedad, y en 2017 decidió devolver una condecoración, la Cruz de San Jorge, a la Generalitat de Cataluña, pidiéndoles que por favor se abstuvieran de publicar la esquela que venía incluida con la distinción y que debía publicarse tras su muerte. Fue genio y figura hasta su muerte.
Deja una película póstuma, Salir del ropero, sobre amores sin restricción de edad ni género, que retrasó su estreno por culpa de la pandemia, y en la que comparte protagonismo con otra gran veterana del cine español: Verónica Forqué . En estos últimos años nos ha dado otras grandes películas como Rey gitano, y Ocho apellidos catalanes, en la que no tuvo reparos (más bien lo contrario) en reírse de los nacionalismos exacerbados.
La recordamos en Todo sobre mi madre como Rosa, la intolerante madre de la hermana Rosa ( Penélope Cruz), incapaz de aceptar la idea de un nieto nacido de su hija monja y la transgénero Lola ( Toni Cantó). Cecilia Roth le daba la réplica.
Su madre detestaba su vocación de actriz; quería que su hija fuera femenina y discreta. Aquel problema se convirtió en otro mucho más grave: su madre murió y Rosa, a sus 25 años, tuvo que ocuparse de sus cuatro hermanos pequeños (el menor, Joan, tenía seis años). Los cuidó durante toda su vida, como sigue recordando su hermano Javier Sardá. El momento más duro de todo aquello, como ha contado en su autobiografía, Un incidente sin importancia, fue cuando Joan murió de sida a los 26 años.
Siempre adoró las tablas y durante muchos años se dedicó en exclusiva al teatro y a las entonces populares versiones televisadas de montajes clásicos (Teatro catalán, Ficciones, Teatro Club). En sus últimos años, volvió con fuerza a las tablas. Especialmente recordado será su interpretación de Poncia en La casa de Bernarda Alba, donde compartió protagonismo con Nuria Espert.
La llamaban la Carol Burnett española, que era una forma suave de indicar que no era apta para papeles de chica guapa en apuros. Pero al final, su vis cómica fue lo que le dio paso a la televisión (Olé tus vídeos, Ahí te quiero ver) y a los grandes papeles con directores como Berlanga, Trueba o Icíar Bollaín. Sus dos premios Goya (por Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo y por Sin vergüenza) ratificaron su calidad interpretativa.
Sardá no tenía problemas en expresar su opinión sobre todas las cosas, pero en cambio era muy reservada sobre su vida privada (tardó décadas en atreverse a publicar sus memorias). Pasó 30 años casada con Josep Maria Mainat, miembro del famoso grupo cómico La Trinca y fundador de la productor GestMusic. El hijo de ambos, Pol Mainat, también salió actor y director (Rosa María trabajó a sus órdenes en la serie Dues dones divines, para TV3).
20 de enero-18 de febrero
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