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Todos los veranos tienen su sobresalto en el mundo del corazón y el de 2020 no podía ser menos. Tiene además sentido que sea un divorcio (y no un romance, una infidelidad o una boda) lo que nos conmocione (durante breves segundos, es cierto) hoy: está visto que el año se resiste a depararnos alegrías. La separación de Paloma Cuevas y Enrique Ponce tras casi 25 años de matrimonio es una mala noticia para la institución matrimonial, para las alfombras rojas del futuro y para el amor mismo, cada vez más apurado a la hora de presentar parejas duraderamente apasionadas ante sus creyentes.
Si la pareja más perfecta de la alta sociedad española disuelve su unión, ¿qué esperanza queda a quien invierte emocionalmente en su ejemplo? ¿Cómo creer en el amor si un matrimono de ricos y bellos, adorados por las portadas y dioses de la 'red carpet' nacional, desisten de su relación? A Cuevas y Ponce se les rompió el amor, pero a sus fans (y quizá también a sus familiares y amigos) se les ha agrietado un poquito la esperanza.
Vendrán inevitablemente los días de investigaciones y trapos sucios, pues este tipo de divorcios que rompen un escaparate sin mácula tienen difícil recomposición. Deshecho el hechizo, los protagonistas no tienen más remedio que lidiar con lo real: quién engañó a quién; quién es 'la otra' o 'el otro'; qué se queda cada cual. De momento, hay quien apunta a una española de 20 años, aspirante a modelo y aficionada taurina como tercera en discordia. La crisis lleva dos años y medio fraguándose y ha desbordado en la finca jienense donde la pareja y los padres de Paloma Cuevas aún conviven.
Cuando Antonio Ruiz 'Espartaco' y Patricia Rato se enfrentaron a este trance, ella terminó desapareciendo de la vida 'socialité' las páginas del 'papel couché', donde también ejercía (con menos éxito) de princesa por sorpresa. Sería una pérdida enorme que Paloma Cuevas se recluyera: una fiesta del gran lujo o una boda de la alta sociedad española no comienza hasta que ella aparece en el 'photo call' con su órdago indumentario particular.
Una vez más, la realidad fulmina el modelo único de la pareja exitosa con el que nos bombardean insistentemente las revistas, las películas, las canciones y las novelas. Lo real nos dice es que pocas parejas superan las bodas de plata sin haber pasado página del romanticismo al uso y haber mutado hacia un nuevo pacto, único e intransferible, construido a dos. En este sentido, el ejemplo de Isabel Preysler resulta paradigmático: su encadenamiento de relaciones sentimentales ejemplifica la mecánica posible del modelo de la pareja convencional.
En otras palabras: el amor romántico es incompatible con la duración. De hecho, si los matrimonios de antaño parecían perdurar era porque las mujeres aceptaban en silencio el fin del amor y por las terceras personas que encendían de nuevo la chispa a quien aún se la podía permitir (su marido). Pero, claro, hoy a nadie le cabría en la cabeza que Paloma Cuevas o cualquier mujer sacrificara su felicidad por una ficción sentimental.
Discretos, elegantes, padres modelo y modelos de portada, Enrique Ponce y Paloma Cuevas perderán, aunque de manera selectiva, el mimo que siempre les ha deparado el universo del corazón. En el último caso de infidelidad que ha afectado al mundo del toro (el triángulo entre Cayetano Rivera, Eva González y Karelys Rodríguez), la pareja afectada tuvo que imponerse un confinamiento público radical para que su imagen no se depreciara demasiado.
El objetivo es no pasar de protagonistas protegidos por las revistas más elitistas del sector, a contenido en la picadora multifunción de los programas de Mediaset: en ese territorio, Cuevas y Ponce tienen todas las de perder. Ahora, todo depende de si unas supuestas fotos del torero y su amante aparecen en televisión, se identifica a la supuesta amante y es captada por la fábrica de famosos de Telecinco. Sería el peor de los escenarios para Paloma Cuevas y Enrique Ponce, sobre todo si se plantean seguir el ejemplo de Gwyneth Paltrow y Chris Martin y convertir la amargura en amistad. Tarea difícil, sobre todo ahora que van a ocupar el centro del huracán mediático. Por donde pisa Telecinco no vuelve a crecer la hierba.