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Estamos ante la vigesimosexta mujer que acusa a Donald Trump de agresión sexual, sumándose a una larga lista de agraviadas que se han atrevido a destapar la violencia misógina del Presidente de los Estados Unidos. Su actitud irrespetuosa y faltona con las mujeres no es ningún secreto: el mismo Trump presume de ella. Sin embargo, con esta nueva denuncia aparece cada vez más claramente el 'modus operandi' cutre y casposo del magnate, quien suele valerse de la pura fuerza para acorrallar a sus víctimas y, en cuanto puede, meterles la lengua en la boca y manosearlas. Un asalto inesperado que arrebata la autonomía, la dignidad y la estima. Los abogados de Trump niegan las acusaciones categóricamente.
La denunciante es la ex modelo Amy Dorris, quien en 1997 fue invitada junto a su novio a vivir la experiencia del US Open junto a los VIP neoyorquinos. Donald Trump la abordó cuando fue al baño del palco VIP: ella tenía 24 años y Trump, casado por aquel entonces con su segunda mujer, Marla Maples, 51. Dorris acusa a Trump de meterle "la lengua hasta la garganta", sujatándola para que no pudeira zafarse de él. "Me metió la lengua y lo empujé. Fue entonces cuando me agarró más fuerte y sus manos me palparon el trasero, los pechos, la espalda, todo", reveló al diario 'The Guardian'. Varias personas ha corroborado su relato que confiesa ahora para ser un ejemplo para sus hijas gemelas, de 13 años.
Conviene recordar que, en realidad, la primera mujer que acusó a Donald Trump de violación fue su propia esposa, la ex modelo Ivana Zelníčková, para la posteridad Ivana Trump, y madre de Ivanka, Donald y Eric. Corría 1991 y el millonario y su rubísima mujer protagonizaban el llamado "divorcio del siglo". En los papeles que el equipo legal de Ivana presentó para llevar adelante los trámites judiciales afirmaba que su marido la había violado. Tras un jugoso acuerdo, ella accedió a dejar de hablar de violacion y dejar el episodio en "incidente sexual violento". Él sentenció: "Por definición, no puedes violar a tu esposa".
El año pasado, la escritora y columnista de prensa E. Jean Carroll denunció al Presidente de los Estados Unidos de violación. Ocurrió a mediados de los años 90, cuando Carroll estaba en el probador de unos grandes almacenes de lujo de Manhattan. Además, esta valerosa mujer le ha denunciado por difamación por llamarla mentirosa. Donald Trump ha intentado por todos los medios ralentizar e incluso detener el proceso, pero el juez que lleva el caso a denegado todas sus tretas legales. El relato de su agresión se parece mucho al de otras muchas agraviadas.
"En el momento en que la puerta del probador está cerrada, se aba lanza sobre mí, me empuja contra la pared, golpeando mi cabeza bastante fuerte, y pone su boca contra mis labios. Estoy tan estupefacta que le empujo de vuelta y me empiezo a reír. Él me agarra los dos brazos, me sujeta contra la pared con sus hombros, mete a la fuerza sus manos bajo mi vestido y me baja las medias. Estoy asombrada por lo que voy a escribir: yo sigo riéndome. Al momento siguiente (...) se baja la bragueta y, forzando sus dedos por mi parte privada, empuja su pene dentro de mí hasta la mitad, o completamente, no estoy segura".
La periodista de la revista 'People' Natasha Stoynoff también ha hecho público su encontronazo con Donald Trump, durante una entrevista en su residencia de vacaciones Mar-o-Largo, en 2005. El Presidente mientras su esposa, Melania Knauss, aún embarazada de su hijo Baron, subió a cambiarse de ropa para el reportaje. Trump sugirió a la periodista que podía mostrarle algunos de los cuartos de la lujosa vivienda y en una de ellas la acorraló empujándola contra la pared y comenzó a besarla sin su consentimiento. Para rechazar sus acusaciones, Trump recurrió a una de sus justificaciones favoritas: sugerir que no es lo suficientemente guapa para que él se fije en ella.
Otras muchas modelos, empresarias y periodistas han acusado de este tipo de desmanes a Donald Trump, que ha aprovechado los certámenes de belleza, las grabaciones de sus programas de televisión o las zonas VIP para acorralar a mujeres jóvenes y tratar de besarlas, manosearlas y, sobre todo, meterles la mano en la entrepierna. Desde los años 70, cuando trató de meter la mano bajo la falda de Jessica Leeds, una mujer de negocios que viajaba en su mismo avión, hasta Kristin Anderson, quien coincidió con Trump en un club nocturno en los años 90 y tuvo que escapar corriendo cuando este la forzó hasta llevar su mano a sus genitales. ¿Cuántas más mujeres pueden seguir guardando este tipo de episodios que, más que sexuales, parecen demostraciones de poder de un hombre insignificante?