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Schitt’s Creek ha arrasado con todos los premios de comedia importantes en los Emmy ( Jennifer Aniston en pijama y mascarilla ha hecho lo propio llevándose de calle Internet)en una jugada histórica que ha barrido con siete estatuillas para casa, Canadá concretamente. De hecho, han cantado bingo en todas las categorías de actores de comedia, algo que no había sucedido jamás hasta ahora: los dos principales (para Eugene Levy y Catherine O’Hara) y los dos secundarios (Dan Levy y Annie Murphy), vamos, la familia Rose al completo.
Y eso que casi nadie había oído hablar de esta serie con título impronunciable producida casi en familia (está escrita, dirigida y producida por Eugene Levy, su hijo Dan y su hermano Fred y también participa su hija Sarah con un papel secundario) y que lleva seis temporadas ganado adeptos (sí, pero muy poco a poco).
Pero, ¿por qué se llevan todos los garladones en lugar de Lo que hacemos en las sombras, cuando uno de sus creaderes Taika Waititi es ahora mismo el director, productor y guionista de moda ne Hollywood? En realidad, Schitt’s Creek ya ha bajado el telón.
La sexta ha sido su temporada final y esta era su última oportunidad de acceder a los Emmy. Y aunque su ascenso ha sido lento y muy pausado, este año los miembros de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión han debido de ponerse de acuerdo en que preferían el buenrollismo sencillo y sin pretensiones de esta serie por encima de todo lo demás.
Y a pesar de que los críticos de televisión están perplejos ante tanto galardón porque no consiguen verle el valor por ninguna parte, se nos ocurren unas cuantas razones para amar Schitt’s Creek. Desde los estilismos espectaculares de Moira Rose con bolsos de Céline y gafas de Dolce & Gabbana a su magnífica y desquiciada colección de pelucas, pasando por las películas de serie Z rodadas en países del Este de Europa que la encumbran al Olimpo de las estrellas underground. Pero no es solo que Catherine O’Hara sea divina (que lo es), se nos ocurren más razones. Y algunas están de plena actualidad.
La familia Rose, protagonistas de la historia, deja la gran ciudad, la mansión con piscina y el ajetreo de su agenda social de lujo por la vida en el campo. Algo que se están planteando muchos y que algunos ya están llevando a cabo por culpa de la pandemia. Cierto que en su caso es por obligación, porque lo pierden todo por una mala gestión y acaban arruinados, pero le terminan cogiendo el gusto a eso de convertirse en pueblerinos, comer siempre en la misma cafetería, regentar el motel de carretera y hasta dirigir el orfeón municipal.
A bote pronto se nos ocurre un argumento que todos esos críticos que se empeñan en denostar tendrían que haber tenido más en cuenta: sus dos protagonistas principales son auténticos iconos de la comedia absurda. Eugene Levy y Catherine O’Hara tiene cada uno de ellos una trayectoria impecable en la que caben papeles inolvidables de éxito masivo como madres ( del niño de Solo en casa, sin ir más lejos) y padres (del personaje lerdo de Jason Biggs en American Pie).
Pero también cuentan con interpretaciones en algunas de las películas de comedia alternativa esenciales en la historia del cine reciente: ambos son colaboradores habituales del rey de la parodia incomprendida, Christopher Guest, marido de Jamie Lee Curtis y creador de joyas como This is Spinal Tap, Waiting for Guffman o A Might Wind, en la que, precisamente, Levy y O’Hara trabajan juntos como un dúo de música folk.
Aunque a los dos hijos de la familia Rose, David y Alexis, la explosión de fenómeno Instagram ya les pilla fuera del circuito, en su vida como millonarios extravagantes les había dado tiempo a convertirse ellos mismos en carne de feed. Y todos sus t ics de moderneo insufrible y contrastes de estilo con los parroquianos con los que se cruzan funcionan a la perfección como revulsivo de unos excesos que hasta los followers más cansinos preferirían cambiar por fotos en una tienda de lifestyle biodegradable en un pueblo perdido.