Corren tiempos extraños para los toreros, habitantes de la grieta que se abre, cada vez más abismal, entre el siglo XX y el XXI. Pueden ser los últimos de su oficio, como lo fueron los mineros, los fareros o los serenos, aunque custodien una tradición que sigue siendo querida para muchos aficionados. Con las corridas menudeando, los diestros estrella buscan ya retiro y nuevo destino profesional que les asegure, al menos, cierto estatus.
Los herederos de Paquirri, Francisco y Cayetano Rivera y su primo José Antonio Canales Rivera , están a la vanguardia del reciclado de los maestros del toro. Como Enrique Ponce, los tres optan por continuar en brazos de la fama, pero no en la canción, sino en la televisión. El precio es alto: renunciar a la épica del matador, a la gloria en la plaza y al respeto reverencial de la afición. Y sumergirse en las agitadas aguas del entretenimiento catódico.
Este giro al 'showbusiness' de los toreros, al menos de los que poseen pedigrí 'couché', aún no ha hecho mella en la mística literaria del matador que funciona fuera de España. De hecho, en el pasado siglo, cada vez que una revista internacional hablaba de España debía fotografiar inevitablemente un torero como compendio trágico del hecho nacional. En su última edición de Airmail, Graydon Carter, el que fuera editor de 'Vanity Fair', se deja seducir por la bella estampa de Francisco y Cayetano Rivera para ilustrar un relato del escándalo Pantoja, en el que los dos herederos de Paquirri figuran como héroes en lucha por recuperar el legado de su padre.
El poder seductor de los hermanos es indudable: uno emparentó con la Duquesa de Alba y el otro fue modelo de Giorgio Armani. Más aún: su bisabuelo, Cayetano Ordóñez, inspiró a Hemingway el personaje del matador Pedro Romero en su novela 'Fiesta' (1926) y su padre, Antonio Ordóñez, fue íntimo amigo de Orson Welles. La mezcla de alta cultura y tradición popular resulta irresistible, pero si le sumas aristocracia, moda, muerte y crimen financiero, lo que tienes entre manos es una historia bomba digna de HBO.
Con España pendiente de una inevitable aparición de Isabel Pantoja, en negociaciones con Telecinco para dar su versión del culebrón, la realidad de los Rivera dista bastante de esa imagen legendaria y épica que aún continúan pintando las crónicas foráneas. En realidad, los herederos de Paquirri en el mundo del toro tienen hoy más presencia pública gracias a los escándalos de la herencia, sus avatares sentimentales y sus polémicas televisivas que por sus faenas pasadas y presentes. De hecho, los dos ya prácticamente retirados, Francisco y Canales Rivera, ha cambiado las apariciones de alto riesgo en la plaza por el arte de banderillas en los platós.
Fran Rivera colabora en un magazine de las mañanas en el que no pierde oportunidad de crear polémica viral como defensor de las esencias de lo tradicional frente al consabido ejército de trolls. Su última jugada ha sido entrevistar a su hermano Cayetano Rivera, quien ya ha anunciado que su retirada está próxima. De momento, es la estrella de un canal de toros llamado TauroTen TV en el que ensaya carisma y soltura frente al objetivo. Su relación con la fama no es nada fácil: ha estado en el punto de mira de los paparazzi debido a una relación extramatrimonial con una abogada.
El tercer heredero taurino de Paquirri es su sobrino, Canales Rivera. /
Indudablemente, los dos toreros se resienten del tratamiento frívolo y sin contemplaciones que reciben en los programas de televisión, ajenos a la épica y la rendida admiración a la que están acostumbrados. Pero prefieren aguantar el chaparrón en los espacios del corazón que perder peso específico en su marca personal. Canales Rivera, torero discreto y de humildes posibles, se ha atrevido con el toro más peligroso: ha entrado a formar parte del equipo de colaboradores de 'Sálvame', a rebufo del escándalo Pantoja.
En cuestión de un par de semanas, Canales Rivera ha pasado de representar la nobleza del hombre sencillo del campo a ser sospechoso de deslealtades y mentiras varias con chica de por medio. Un escarnio por capítulos de los que suele orquestar el programa de Jorge Javier Vázquez que, por lo que parece, merece la pena. Puede ser mejor, económicamente mejor, que buscarse la vida en festivales o como relaciones públicas de algún restaurante. Y sirve de advertencia a otros toreros que decidan hacer carrera en las páginas rosas de la tele. La fama cuesta, y en televisión la tienen que pagar no solo con sudor, sino con humillación.