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El 20 de enero de 2021 el mundo entero tenía los ojos puestos en Washington, donde Joe Biden juraba su cargo como Presidente de los EE.UU. en una ceremonia marcada por la pandemia, el temor a los atentados y los desdenes de Trump (que no asistió al acto), pero también por la esperanza de una nueva época en la Casa Blanca y, por ende, en el actual orden mundial. Junto a él, dos mujeres llamadas a ser las grandes protagonistas de la legislatura, la vicepresidenta Kamala Harris y la nueva Primera Dama, la doctora Jill Biden. Durante los próximos años, cada uno de sus movimientos será estudiado al detalle, al igual que sus looks. Pero no crean que es un acto de frivolidad o machismo, el lenguaje de la moda lanza a menudo mensajes que no pueden decirse con palabras, y ambas hablaron alto y claro a los pies del Capitolio con los estudiadísimos estilismos que eligieron.
Kamala Harris apostó por un morado intenso (el color del movimiento sufragista y feminista) para un total look firmado por dos diseñadores negros: Christopher John Rogers y Sergio Hudson. Jill Biden, por su parte, se decantó por el turquesa con un conjunto monocolor de la firma independiente Markarian, que producen de forma artesanal, sostenible y respetuosa con el medio ambiente en sus talleres de Nueva York.
Nada que ver con las sofisticadas prendas de alta costura, las grandes firmas de lujo y los stilettos de 12 centímetros de Louboutin que marcaron el paso de Melania Trump por la Casa Blanca. Que, por cierto, se despidió de sus tareas de Primera Dama vistiendo de luto pero con una sonrisa como no le habíamo visto hasta ahora y aterrizó pletórica en Florida con un look a todo color de Gucci. Y es que la administración Trump puede haber sido desastrosa a nivel político, pero a Melania hay que reconocerla como una de las First Ladies con más estilo y elegancia de la historia. Y hay un sinfín de pruebas: del imponente Hervé Pierre con el que asistió al baile inaugural en 2017 a su look Annie Hall de Ralph Lauren o sus apuestas por la moda española con el sello de Delpozo. Y eso que en un primer momento muchos diseñadores de talante demócrata la boicotearon...
Todo lo contrario ocurrió con Michelle Obama, que hizo de la moda un arte, se convirtió en un auténtico icono de estilo generacional y todos querían vestirla. Durante su estancia en la Casa Blanca, la Primera Dama hizo una firme apuesta por el 'made in America', catapultando a jóvenes promesas como Jason Wu (inolvidable su vestido en los bailes inaugurales de 2009) y diseñadores independientes como María Cornejo, Thakoon o Isabel Toledo. Su personalidad arrolladora era patente en su vestidor, lleno de colores vibrantes, grandes estampados y también muchos looks 'sporty', algo no visto hasta la fecha en una mujer de su posición.
Laura Bush pasó sin pena ni gloria por la Casa Blanca, al igual que su estilo: su talante conservador y sus looks sobrios solo destacaban por el color de sus sastres a medida (verdes, naranjas o rosas eran sus favoritos).
Todo lo contrario que Hilary Clinton, su predecesora. Y es que, aunque el vestido más famoso durante el mandato de su marido fue el que guardó en el armario durante meses Monica Lewinsky con la prueba de la infidelidad del Presidente, la Primera Dama hizo del traje de chaqueta y el look 'working girl' toda una declaración de intenciones: Hilary no solo estaba llamada a ser 'la mujer de', con una carrera seria y brillante tenía una ambición propia que se vio reflejada en su ropa y en su candidatura en las presidenciales de 2016.
Barbara Bush nunca buscó robar protagonismo a su marido con sus looks, pero sin quererlo, creó uno de los estilos más reconocibles de la época con sus trajes de chaqueta, sus grandes perlas y un color con nombre propio, el 'azul Bush', que convirtió en su seña de identidad desde que lo eligió para el vestido de Arnold Scaasi que lució en el baile inaugural del mandato.
La década de los 80 en España estuvo marcada por 'La Movida' y en EE.UU., por el glamour de Nancy Reagan. Con el presidente ex actor se coló Hollywood en la Casa Blanca, y la sofisticación se adueñó de todo. El debut de Nancy en Washington fue en el baile inaugural con un impresionante diseño blanco de James Galanos que, dicen, inspiró el Jason Wu de Michelle Obama, pero en realidad son el 'rojo Reagan' y Oscar de la Renta sus grandes señas de identidad de estilo, fiel al patrón de la mujer americana ideal: anfitriona perfecta de looks clásicos, pero a la vanguardia; elegantes, pero sin estridencias.
La austeridad marcó el mandato de Carter y Rosalynn, su esposa, no pudo brillar como lo había hecho su predecesora, Betty Ford, que antes de Primera Dama fue modelo y bailarina, algo que marcó sin duda su paso por la Casa Blanca: apostó por las tendencias más vanguardistas de los '70 y no dudó en apoyar a la industria de la moda de la que provenía. Antes, Pat Nixon ya había conseguido mandar con sus elecciones sartorial auténticos mensajes diplomáticos: atrevidas minifaldas y trajes de pantalón durante el primer mandato de su marido como símbolos de una nueva era; y trajes más comedidos y formales durante la segunda etapa, más conservadora. ¿Su look más inolvidable? Un llamativo abrigo rojo con el que visitó Pekín, una ciudad cerrada al mundo occidental durante años.
Claudia Johnson hizo de la elegancia un arte y jugó con los complementos hasta convertirlos en protagonistas de sus looks. Sin embargo, quizá su legado sartorial quedó empañado por el torbellino que supuso en la historia de la moda su predecesora: Jackie Kennedy. De la Primera Dama está todo dicho y escrito. Nosotras mismas le hemos dedicado varios capítulos a su papel como icono de estilo, a ese inconfundible 'look Jackie' que nunca fue una moda pasajera, porque ella siempre será eterna. Sus trajes de chaqueta y vestidos firmados por Givenchy, Valentino u Oleg Cassini, sus característicos sombreros pillbox, su bolso con nombre propio (el Jackie de Gucci) y, sobre todo, su look más icónico: el dos piezas rosa con ribetes negros que llevaba en Dallas el día que asesinaron a JFK y que no firmaba Chanel sino Chez Ninon, un taller neoyorkino que replicaría los patrones de la 'maison' para que la Primera Dama pudiera presumir del 'allure' parisino, sin renunciar al 'made in America'.