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Acudimos cada año a ceremonias como la de los Oscar o la gala de los Globos de Oro deseando el bling bling de las estrellas: queremos ver diamantes, glamour, vestidos y tacones aspiracionales… Y, aunque este año la velada de los Globos de Oro 2021 nos ha reservado momentos emocionantes, como el discurso de Jane Fonda o las lágrimas de la viuda de Chadwick Boseman, también es cierto que el coronavirus (quién si no) nos ha robado la alfombra roja y eso ha hecho que algunos actores se confíen y piensen, “qué más da lo que me ponga”.
Superado el shock que supuso contemplar a los diez minutos de emisión a Bill Murray tomándose un copazo en camisa hawaiana, al final le hemos cogido cariño a esta anti puesta en escena. ¿Porque en qué otro momento podemos ver a alguien recibiendo un Globo de Oro con una sudadera tie-dye como Jason Sudeikis o, directamente, en pijama y con el perrete en brazos como ha hecho Jodie Foster? ¿Acaso tras un año de videoconferencias laborales no tenemos todos ya ganas de hacer lo mismo y relajarnos ante las cámaras?
O mejor aún, ¿en qué otro momento de nuestras vidas podemos disfrutar viendo que las mansiones de las estrellas de Hollywood no son para tanto? Porque lo de Glenn Close en camisa de cuadros y sillitas "rústico industrial" o lo de Chloé Zhao recibiendo su premio a la mejor directora (y haciendo historia de paso) sentada en soledad y semipenumbra en la oficina más triste del mundo es digno de estudio. Tanto como lo del creador de The Crown que recibió su premio en lo que parecía el work center de un hotel a miles de kilómetros de su familia (de hecho en su discurso de agradecimiento hablaba de lo mucho que echaba de menos a sus hijos).
Los paseíllos garbosos de las actrices que decidieron arreglarse para la ocasión (pocas) son dignos de admiración. Anya Taylor-Joy emulando a Veronica Lake en la pasarela ficticia del hotel en el que recibió su premio; Kaley Cuoco intentando parecer glamourosa vestida de princesa Disney al lado de una piscina como de chalet en Torrevieja o el catwall de Rosamund Pike emergiendo como un gigantesco pompón envuelta en tul rojo de un ascensor diminuto nos han alegrado la vista por sus buenas intenciones.
Pero si de algo ha servido esta edición de los Globos de Oro es para comprobar que las estrellas de Hollywood son exactamente como nosotros. A la hora de la verdad les apetece recibir el premio cómodas y rodeadas de los suyos (de los suyos y de los tuyos si te descuidas porque en la imagen de la casa de Kate Hudson no cabía más gente). De hecho, llegado el momento ni siquiera están preparados para lo que se les viene encima cuando les sorprenden con un galardón: o si no que se lo digan a Andra Day que tuvo que reclamar la "chuleta" a voces a sus familia porque se quedó sin palabras después de ser proclamada Mejor Actriz por su encarnación de Billie Holiday.
Mención aparte merece la aportación masculina del evento: la sonrisa siniestra de Joaquim Phoenix anunciando un premio con tal malicia que todos sospechamos que ha hecho un Warren Beaty; el pelo de Al Pacino ultracardado propio del casting del musical Cats, el anaranjado rostro de Sean Penn; los chupitos que se bebía David Fincher cada vez que su película Mank perdía un premio y Sacha Baron Cohen asegurando que Donald Trump iba a impugnar sus premios... En definitiva, quizá el hecho de poder ver a Hollywood en pantuflas en su casa sea más entretenido que verlos vestidos de gala, ¿o quizá no?