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Cuando pensamos en Elizabeth Taylor nos viene a la cabeza su innegable belleza, su talento como actriz… y su ajetreada vida amorosa. Pasó por el altar hasta en ocho ocasiones y protagonizó algunos de los escándalos más jugosos de la época (aunque no se ganó la fama que se ganaron otras como Vivien Leigh). Su idilio estando casada con el también casado Richard Burton durante el rodaje de Cleopatra le valió ser calificada por el el Vaticano como una “vagabunda del erotismo”. Pero mucho antes de escandalizar a nadie Elizabeth Taylor ya había hecho lo que se esperaba de ella: conocer a un rico heredero joven y atractivo y casarse con él para contentar a su productora y a su familia. El elegido fue Conrad Hilton y el matrimonio no llegó al año: la experiencia matrimonial prematura de Liz Taylor con Nicky Hilton fue de lo más traumática, tanto que a ese matrimonio se debe que la actriz declarara en más de una ocasión “ hay que amar a un mal hombre al menos una vez en la vida para luego sentirse agradecida de encontrar uno bueno”. ¿Qué sucedió en aquel primer matrimonio que marcó para siempre a la actriz?
Nicky Hilton era el típico heredero playboy de la sociedad estadounidense de los años 40. Un auténtico imperio hotelero subvencionaba sus múltiples escarceos con las mujeres más imponentes de la época, solo era cuestión de tiempo que se fijara en Elizabeth Taylor.
La pareja se conoció en septiembre de 1947 en un club nocturno llamado Macambo. Por lo visto a ella le bastó con guiñar un ojo y susurrar al oído de Conrad Hilton que no llevaba ropa interior para que él se obsesionara con la actriz y la colmara de atenciones y joyas con tal de ganarse su afecto. La actriz se encontraba en aquel momento grabando la película El padre de la novia y le pareció una gran idea publicitaria hacer coincidir la boda de su protagonista en la vida real con el lanzamiento de la película.
No olvidemos que durante la década de los 20 y hasta los 50 el poder y el control que las grandes productoras ejercían sobre sus estrellas femeninas rozaba el límite de lo absurdo. Las cláusulas de moralidad que incluían sus contratos escondían en realidad una extorsión velada para que ninguna actriz quedara embarazada si la productora así lo deseaba e incluso la productora se reservaba el derecho de permitir que una estrella se casara o no.
En el caso de la joven pero ya famosa Elizabeth Taylor pensaron que unirla a un joven y guapo heredero sería la gota que colma el vaso del glamour. Tanto es así que MGM decidió costear la boda de 700 invitados y regalarle el vestido de novia a la actriz, un vestido diseñado por la figurinista de Hollywood Helen Rose (que también diseñaría el de Grace Kelly) y acabó vendiéndose en una subasta de Christie's por más de 140.000 euros. Pero la estrategia publicitaria de Metro Goldwyn Mayer se convirtió en la peor pesadilla de Elizabeth Taylor.
Aunque MGM consiguió la publicidad que deseaba y la presencia de sus estrellas fue lo que convirtió la unión entre la actriz y el multimillonario en el evento social de 1950, la factura de la recepción de los 700 invitados la pagó la familia Hilton, así como la luna de miel de tres meses en crucero en el Queen Mary y recorriendo capitales europeas. En ese barco comenzaron los problemas.
Como le advirtió su padre a Nicky Hilton, la vida al lado de una estrella de Hollywood no iba a ser sencilla. Para sobrevivir al crucero y la posterior gira europea Liz Taylor se presentó en el buque con su staff, sus 17 baules, su criada personal, su séquito de 12 personas… Ante la invasión de su intimidad el recién estrenado marido decidió refugiarse en el casino del barco y en la bebida, pero cada vez que alguien se refería a él como “el marido de Elizabeth Taylor” o “el señor Taylor”, le hervía la sangre.
Ella se sentía sola, abandonada y frustrada y reaccionó montando grandes broncas que acababan a golpes. “ Él la golpeaba y ella salía volando. Un par de días después volvía a suceder. Era un ciclo terrible”, explicó uno de los amigos de Nicky Hilton, Bob Neal. Que la luna de miel terminara no amainó las peleas de la pareja sino todo lo contrario. Nicky Hilton quería una esposa tradicional y no comprendía que su mujer se dedicara a los rodajes en vez de recoger los desastres que organizaban los perros por la casa.
Además de las discusiones, los insultos y los golpes ocasionales lo que peor llevaba la Elizabeth Taylor de 18 años era el abandono: tenía que afrontar a diario la frialdad de su marido, el hombre que era capaz de dejarla sola durante toda la luna de miel para ir a jugar al casino o de no renunciar a irse de pesca durante dos días a pesar de que ello significara dejarla sola en casa sufriendo un aborto.
El hecho de que su propia madre no apoyara su decisión de darse por vencida con su matrimonio no ayudaba. Al final en diciembre de 1950, ocho meses después de la boda, Liz Taylor huyó a casa de una amiga, Marjorie Dillon, y se escondió allí durante tres semanas incapaz de confesarle a su propia madre que deseaba el divorcio. Cuando la prensa descubrió a la MGM y a Sarah Taylor que había huído de su marido la reacción fue la que esperaba: su madre le exigiera que volviera junto a su marido rico a hacer su trabajo como esposa y la productora solicitó que devolviera el vestido de boda que había costado 3.500 dólares.
La joven estrella colapsó y acabó ingresada en una casa de reposo con un nombre falso. Cuando logró recuperar sus fuerzas fue hasta el juzgado e interpuso su demanda de divorcio por “extrema crueldad”. El juez le concedió el divorcio con la única condición de que no se casara en todo un año. Su madre ya le estaba buscando a su siguiente pretendiente.