«Cuando los extraños llegan / vienen a tu casa / matan a todos / y dicen: no somos culpables / ¿Qué hay en vuestra cabeza? / La humanidad llora / Pensáis que sois dioses / pero todo el mundo muere». Este es el comienzo de 1944, la canción con la que la cantante Jamala ganó Eurovisión en 2016 representando a Ucrania y cuyos versos resuenan hoy tristemente a causa de la invasión rusa en su país.
Era la primera vez que el idioma tártaro de crimea sonaba en el Festival de la Canción (en total, desde 1956, se han escuchado hasta 68 lenguas) y, junto con el inglés, la letra de la canción recordaba la persecución y deportación de la minoría étnica de los tártaros en Crimea por parte de Stalin. De algún modo no se consideró una canción «política», algo no permitido en las normas de Eurovisión, y la combinación de su mensaje con una interpretación llena de sentimiento le otorgaron el micrófono de cristal. Ahora, la cantante, junto con otros artistas eurovisivos, vive el infierno del conflicto y ha narrado en primera persona su dura situación.
Jamala, como tantos tártarocrimeos, nació en Kirguistán porque fue allí donde emigró su familia paterna, aunque posteriormente volvió a Ucrania. Escribió la canción 1944 basándose en la historia de su bisabuela Nazylkhan y, tras su victoria, se convirtió en todo un símbolo nacional; fue nombrada Artista del Pueblo de Ucrania y ha sido jurado del Vidbir, el certamen ucraniano equivalente al Benidorm Fest, siendo siempre muy clara en su posición política.
Ocho años después de su victoria eurovisiva en Estocolmo, Jamala se ha visto en la necesidad de cruzar la frontera de su país con Rumanía a pie junto a sus dos hijos pequeños, mientras su marido ha tenido que permanecer en Ucrania por si es reclutado. Posteriormente, se ha dirigido a Berlín y, durante toda su travesía no ha dejado de compartir información y vídeos sobre los horrores de la guerra que está dejando atrás. El número de refugiados ucranianos asciende ya a 874.000, según la cifra de ACNUR.
Tratándose de un país cuya influencia de la cultura pop en Occidente es limitada, los artistas de Eurovisión de los últimos años se han convertido en voces muy reconocibles para contar el conflicto a través de redes sociales, especialmente a los más jóvenes. «Mientras estás leyendo esto, Rusia mata a Ucrania. Stop Putin. Salid y hablad al gobierno. El mundo necesita saber la verdad», rezaba una imagen compartida por el grupo GO_A, que quedó quinto en Eurovisión el año pasado y destacó como uno de los favoritos del público gracias a su electrofolk ucraniano.
En otra publicación, compartida en Stories, apuntaban: «Kyiv, Babi Yar. El lugar donde en 1941 los nazis mataron a más de 30.000 judíos kievitas en dos días. Hoy Putin está bombardeando sus tumbas«. Como ellos, también ha sido muy notoria la actividad de Ruslana, la cantante que protagonizó la otra victoria de Ucrania en Eurovisión, allá por 2004 con Wild Dances. Lleva varios días compartiendo contenido en Instagram o realizando entrevistas con diversos medios advirtiendo de que esto puede derivar en una tragedia que denomina «Chernóbil 2».
Pocos días antes del estallido del conflicto, el pasado 12 de febrero, la televisión ucraniana celebró la final de Vidbir 2022 y allí estaba Jamala como parte del jurado. Eran días de tensión, pero nadie podía imaginar lo que sucedería poco después. La victoria recayó en la gran favorita de la noche, Alina Pash, con una canción cuyo título se traduciría como Sombras de los ancestros olvidados cantada en inglés y ucraniano y con un potente mensaje de reivindicación de la cultura e identidad de Ucrania.
No en vano, la actuación terminaba con el mapa de Ucrania proyectado sobre el cuerpo de la artista, incluyendo la zona en conflicto de Crimea. Parecía la opción perfecta, ya que la televisión ucraniana lleva años buscando candidaturas que, además de tener potencial para conseguir un buen puesto en Eurovisión, también sean representantes de los valores nacionales y motivo de orgullo patrio.
Sin embargo, el triunfo de Alina Pash se truncó: horas después salió a la luz una fotografía de 2012 en la que vestía un abrigo con la bandera rusa y se dio el chivatazo de que había entrado en Crimea tras la anexión de Rusia, algo no prohibido en Ucrania pero sí muy mal visto, haciéndolo además por la zona rusa y no por los puestros fronterizos controlados por su país. Esta acusación hizo que la televisión ucraniana iniciase una investigación sobre el suceso, derivando en que Alina se retirase de su carrera eurovisiva y fuese sustituida por los segundos clasificados, Kalush Orchestra.
No es la primera vez que una polémica así hace tambalear al Vidbir: la elegida de 2019, Maruv, fue muy cuestionada por haber realizado conciertos en Rusia y también se retiró, aunque aquel año ningún otro clasificado aceptó ser su reemplazo y finalmente Ucrania no compitió en Eurovisión.
Mientras que los artistas de Eurovisión de Ucrania han sido muy claros contra Putin y la invasión, los representantes rusos tampoco se han puesto de perfil respecto a la invasión y, si bien lo han hecho de forma menos tajante, la mayoría de ellos han realizado publicaciones de «No a la guerra». Es el caso de Little Big, Julia Samoylova o Elena Temnikova. Sergey Lazarev, representante ruso en 2016 y 2019, comentó frustrado en Instagram «¿Qué coño estáis haciendo?» y «¡Quiero que mis hijos vivan en un momento de paz!», mientras que la última candidata, Manizha, escribió «Estoy llorando porque no es mi elección.
«Esta agresión es contra mi voluntad, la de mi familia y la de nuestros pueblos»: Mazinha, que se ha pronunciado en numerosas ocasiones en favor de los derechos de las mujeres y las personas LGTBQ, representó a su país con el reivindicativo tema Russian Woman. Este año, la Unión Europea de Radiodifusión, que organiza Eurovisión, ha dejado fuera a Rusia, mientras está por ver si Ucrania podrá participar o se retirará por su delicada situación.
20 de enero-18 de febrero
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