Es la brecha generacional de la magia: mientras millennials y centennials se acercan al tarot y la astrología como una manera de investigar en una misma, millones de personas acuciadas por las preocupaciones caen en las garras del negocio de la videncia como una manera rápida y barata de controlar la ansiedad y hasta la depresión. No es un fenómeno nuevo: la antropología ha descrito el importante papel cultural que han tenido los rituales mágicos y algo de eso queda en las personas que aún acuden a sus brujas de cabecera para encargar rituales que las protejan. Por unos pocos euros, muchos menos de los que cuesta una buena sesión de terapia, conjuran sus miedos y neutralizan la impotencia ante las desgracias de cada día. La vidente Pepita Villalonga no estaba interesada en este tipo de servicio psicomágico popular. Y, por eso, terminó en la cárcel .
Pepita Villalonga construyó su pequeño imperio esotérico gracias a la televisión: fabricó su gabinete de líneas telefónicas y, gracias a un espacio bajo coste en la televisión de madrugada, se labró un nombre. A su seudoprograma llamaban innumerables personas contando que Pepita les había salvado la vida, todos cómplices de su negocio de estafa a mediana escala, en el que el timo encontraba su límite en la duración de cada llamada de teléfono. Otra cosa era lo que sucedía en consulta presencial, donde podían acudir personas desesperadas por solucionar sus problemas, muchas veces acuciadas por la ansiedad y la depresión. Fue el caso de Rosalía, profesora jubilada licenciada en Derecho, que creyó que Pepita podía quitarle el mal de ojo. Se dejó más de 30.000 euros en conseguirlo.
El primer diagnóstico mágico de Pepita Villalonga a las preocupaciones de Rosalía fue «tienes un mal de ojo, llevas un muerto en la espalda y tus perros y tú vais a morir. No llegáis al fin de semana». La solución que Pepita, su hijo y un colaborador le propusieron fue un ritual abrecaminos que iba a echar mano de un sacerdote del Vaticano, el padre Giorgio, encargado de realizar dicho ritual de liberación en Jerusalén: enterrar allí unos calcetines de Rosalía y los collares de sus queridos perros. Todo carísimo, claro. Al final un juez ha condenado a Pepita y sus colaboradores a dos años y medio de cárcel e inhabilitación para ofrecer servicios de videncia durante otros dos años y medio.
«Durante dos meses», dice la sentencia, consiguieron que «arraigara en el espíritu de la víctima la idea de que ella y sus perros iban a morir indefectiblemente, consiguiendo desquiciarla». Los magistrados consideran probado que, al pronosticarle una «muerte inminente», Vilallonga provocó en Rosalía «un estado de pavor e inseguridad». La vidente se aprovechó de la «vulnerabilidad» de la clienta para «obtener un beneficio económico a su costa». La sentencia es importante para otras crédulas que puedan caer en las garras de estas estafadoras mágicas, pero sobre todo para pararle los pies a la bruja Pepita Villalonga. Villalonga fue detenida en 2017 acusada de estafar 300.000 euros a otra anciana ejerciendo control psicológico sobre ella mediante una serie de rituales. El caso acabó archivado.
20 de enero-18 de febrero
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