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(ACTUALIZACIÓN: Así descubrimos hace año y medio la Mansión 'Playboy', la casa en la que ha fallecido Hugh Hefner a los 91 años).
Estamos ante las 'Puertas del Cielo', así las bautizaron los hombres y mujeres que han podido atravesarlas. El autobús de turistas que recorre las residencias de las estrellas en Hollywood ha parado frente al 10236 de Charing Crosse, en Holmby Hills. Desde el portón de rejas no se distingue la Mansión Playboy, pero los curiosos podrán decir que han estado junto a la casa de Hugh Hefner, el editor que logró hacer de la lujuria un envidiado estilo de vida convirtiendo a sus conejitas en protagonistas de un productivo mercado de carne.
Gene Simmons, líder del grupo de rock Kiss, confiesa que hubiera dado su testículo izquierdo por ser Hefner. Afortunadamente para él, no tuvo que pagar ese precio por estar en la larga lista de exclusivos invitados que han disfrutado de sus fiestas de barra libre desde 1974. Hoy algunos se preguntan si 2016 no será el año en que sus puertas se cierren para siempre, porque la mansión está en venta. La editora de la revista Playboy, dueña de la propiedad, pasa por apuros económicos y la operación inmobiliaria promete. El precio de salida es de 200 millones de dólares, con la condición de permitir que el fundador del imperio del erotismo (a punto de cumplir 90 años) siga residiendo en la casa. El templo de la líbido transformado en geriátrico particular.
El declive era inevitable. Entre esas paredes se han vivido y se han visto cosas difíciles de olvidar. ¿Quieren conocer algunas? La Mansión Playboy llegó a contar con 70 personas de servicio, dispuestos a satisfacer las necesidades de Hefner, de las conejitas que vivían con él –entre tres y 15, según la temporada– y de los invitados que ocupaban alguna de las 29 habitaciones de la residencia. La cocina estaba abierta las 24 horas. El anfitrión solía cenar entre las dos y las tres de la mañana. Las hamburguesas eran la especialidad más demandada. Antiguos empleados han coincidido en que era un entorno tranquilo en el día a día. La tormenta de alcohol, drogas y sexo se desataba en cada fiesta.
El escenario era siempre el mismo: bares por la propiedad para que nadie tuviera nunca su copa vacía; el humo de la marihuana difuminando la atmósfera mientras otras drogas pasaban de mano en mano y de nariz en nariz con más discreción; famosos de toda condición y mujeres como agasajo y adorno, vestidas o desnudas, encantadoras y de risa fácil, una condición para formar parte del elenco, aunque no tanto como tener pechos grandes y figura fina.
"Siempre había un montón de chicas preciosas y hombres muy interesantes" –recordaba Pamela Anderson, la playmate por excelencia–. "Los intelectuales disfrutaban de la mansión, y los músicos, los actores, los artistas y los políticos. Teníamos conversaciones muy interesantes". Una buena charla satisfacía a ciertos visitantes, pero no a todos. El servicio distribuía por los baños y las estancias más frecuentadas unos 'packs' con vaselina, aceite Johnson’s y Kleenex. La piscina y los 'jacuzzi' estaban a la temperatura perfecta para recibir a parejas acaloradas. Las habitaciones solo se abrían con el permiso de Hefner.
Mitch Rosen, mayordomo de la mansión, aseguraba al diario 'The Telegraph' que mucho de lo que vio se lo llevará a la tumba, aunque podría escribir un 'best-seller' protagonizado por los famosísimos personajes que se desinhibían confiando en que todo lo que sucedía en esa casa se quedara allí. Describe a Hefner como un jefe poco hablador, pero simpático y educado, incluso comprensivo con las necesidades del servicio, ya que llegó a ofrecer a una de las conejitas como regalo de cumpleaños.
Para Rosen esos años "fueron una experiencia fantástica", aunque admite que no era fácil pertenecer al circo Playboy: "Cuando vino Pamela Anderson era inocente y encantadora. Pero la gente se transforma cuando hace lo que tiene que hacer para llegar a donde quiere".
Hace 20 años una limusina dejaba a la modelo sueca Victoria Silvstedt frente a la entrada principal de la mansión, donde le esperaba sonriente el propietario. "No sabía qué esperar, pero me di cuenta de que en mi nuevo hogar había un ambiente familiar. Las chicas nos llevábamos bien y hacíamos reportajes". Era negocio antes que placer, aunque una cosa no podía ir sin la otra. Para Silvstedt supuso un gran impulso a su carrera, como lo fue para otras conejitas que buscaban la fama desesperadamente y que hoy hablan de Hefner y de su residencia con simpatía y agradecimiento.
Unas sobrellevaron mejor que otras las condiciones exigidas para formar parte del selecto harén. Las elegidas se dividían en dos categorías: las chicas para fiestas y las residentes. Las primeras eran un complemento para dar vistosidad a los principales acontecimientos Playboy. Algunas con currículo acreditado, como Carmen Electra, Bo Derek y Anna Nicole Smith; otras, simples adornos anónimos. Las residentes eran las ‘novias’ de Hefner, reclutadas entre camareras, bailarinas, estudiantes de interpretación y modelos meritorias. Ese estatus suponía mudarse a la mansión y aceptar sus reglas internas.
Jill Ann Spaulding, una de tantas novias, explicó en su libro Upstairs en qué consistían esas condiciones. No podían estar fuera después de las nueve de la noche ni llevar a sus parejas a la mansión. Los miércoles y los viernes salían todas las chicas junto a su protector a disfrutar de la noche y al regresar, Hefner se tomaba una viagra para dar comienzo a la sesión de sexo en grupo. Todas debían asistir, sin excusas. Si no lo hacían, su estancia en la residencia sería corta. El obligado 'dress code' para ellas consistía en lencería rosa. La bacanal concluía cuando el maestro de ceremonias hacía los honores a la novia, generalmente su mujer (ha tenido tres), con la que se retiraba a descansar.
Otra conejita desencantada, Izabella St. James, confirma en su libro Bunny Tales (ver recuadro) todo lo relatado por su compañera Spaulding, desmitificando al tiempo el supuesto 'estilo Hefner': "La mansión era un desastre. Los muebles parecían sacados de un almacén de caridad. Los colchones eran desagradables, viejos y manchados, al igual que los juegos de cama. Todo olía a viejo y lo empeoraban las visitas de Archie, el perro del anfitrión, que orinaba en las cortinas".
Ni las normas ni esa atmósfera decadente parecieron incomodar a Holly Madison durante los siete años en que fue la favorita. Hace unos meses se sumó a lo que ya resulta una tendencia entre las ex y escribió su propio libro-escándalo, Down the Rabbit Hole, donde revela una vida de depresión e instintos suicidas. Explica que el único atractivo de la mansión eran los mil dólares que se entregaban de manutención semanal a cada una, añadiendo extras como cuidados de belleza, vestuario y, en caso necesario, cirugía estética. Según Madison, "Hefner estaba obsesionado con que aparentasen ser tan jóvenes como fuera humanamente posible".
Hugh Hefner tiene cuatro hijos, dos de su primera mujer, Mildred Williams (1949-1959), y otros dos de la segunda, la playmate Kimberley Conrad (1989-2009), quien los crió en la mansión. El pequeño, Cooper, es un empresario de cierto éxito que adora a su padre y trabaja en la empresa familiar. Su madre consiguió aislarlos de un entorno poco edificante, por eso Cooper ha asegurado que su infancia fue tradicional… con algún matiz: "Me pasaba como a cualquier adolescente cuando sus padres hacen una fiesta. Ibas a las escaleras y mirabas qué estaba pasando. Aunque luego con mis amigos no podía hablar... Habría metido en serios problemas a mis padres".
No hubo filtros para Jennifer Saginor, la hija del doctor personal de Hefner. Tenía seis años cuando visitó la casa por primera vez y se encontró al actor John Belushi disfrutando de una rubia en el jacuzzi. Años después, se instaló con su padre en la mansión. "Era extraño –explica Jennifer–. Cuando no veía a gente teniendo sexo, veía a mi padre caminar por ahí desnudo". A los 14 años, ya bebía y tomaba drogas. Le costó décadas de terapia volver a ser dueña de su vida. Solo hay una persona a la que guarda aprecio, Hugh Hefner: "Fue el único que se preocupó de mí y que nunca me hizo daño".