Centenario

Mucho se está hablando sobre la celebración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Habría que analizar en qué términos y en qué quedará todo después. Alcalá de Henares se viste de gala para celebrarlo y muchos acontecimientos giran en nuestro país en torno a la fecha.

En TVE seremos testigos de numerosas emisiones y programas dedicados al alcalaíno más importante de la historia. La figura de Cervantes no es solo el hecho de que sea el autor de un Quijote que a todos o casi todos nos ha tocado leer en nuestra etapa de estudiantes, o algunos hemos saboreado un poco más por afición o por casualidad como representante de una Edad de Oro que tanto enriquece nuestra lengua. Es el representante de algo que se llama cultura, que en nuestro país pasa casi de puntillas, sobre todo la literaria.

A mi criterio, poco hacemos para conmemorar el aniversario y deberíamos utilizar dicha excusa como motor para dar a conocer a este ilustre escritor y a autores de su generación que han caído casi en el olvido cotidiano. ¿No se nos escapa algo?

Miguel de Cervantes vivió sin el merecido reconocimiento y murió pobre y solo. Este centenario hubiera servido para mostrar una España culturalmente potente ante el mundo, incluso para crear una apertura mayor de nuestras fronteras. Entiendo que la situación del país está como está, pero esto viene de lejos, y se está preparando hace mucho, intuyo. Las gafas de los leones en el Congreso de los Diputados, los acontecimientos puntuales.

Nos gustaría que no quedará ahí. Al fin y al cabo no se celebra un centenario todos los días. Pero sí podría alargarse en el tiempo antes y después para quedarse más.

Hubo un tiempo en el que se celebraban las efemérides de otra manera. Y sí hubo un centenario de Cervantes del siglo XX que sirvió para que todas las sociedades culturales del país hicieran su programación entorno al evento, en especial el Ateneo de Madrid. Fue en 1905, dando incluso lugar a creaciones musicales, como las de Falla, y homenajes por parte de intelectuales a la figura de Góngora, que fueron precursores de la Generación del 27. Edad de Plata frente a la gran Edad de Oro del XVII. Y así hasta nuestros días, en los que nos hemos dispersado en el camino y olvidado de algo tan esencial y motivador.

Parece como si todo se hubiera quedado en anécdota de algo que es clave para la identidad bien entendida, con sentido común y comprensible. Es la humilde opinión de una servidora. Algo que debería perdurar en nuestros días, como seña de identidad de nuestro mejor pasado e integrado de manera más actual, con honra, como considero que han hecho los anglosajones con Shakespeare.