Travesuras

Como cada semana, Anne Igartiburu nos presenta su reflexión.

Anne Igartiburu
Anne Igartiburu

Hay un momento en nuestras vidas en el que dejamos de ser niños. Sí, sé que muchos estáis pensando que hay quien nunca ha dejado de serlo. O incluso puede pasar que seáis vosotros mismos los que os agarráis a la sombra de Peter Pan para seguir soñando.

Dependiendo del concepto que tengamos de esa actitud infantil, sabremos lo que significa para nosotros que alguien juegue con la vida igual que con un sonajero.

Lo cierto es que al crecer, nos hacemos conscientes de lo que nos rodea. A veces a base de palos y, otras, simplemente asumiendo las circunstancias nuevas que se nos aparecen en el camino. Nos convertimos en animales de hábitos y nos adaptamos a lo que acontece, aprendiendo de la experiencia adquirida y de lo que nos enseñan que se supone que debe hacerse en cada ocasión. Pero hay personas que se resisten a hacerlo por principio y que descubren que hay otras maneras de hacer las cosas.

Hay personas que siguen pensando como niños, de manera egoista

Siguen siendo niños que preguntan de manera curiosa y se cuestionan todo. O que, simplemente, se siguen sorprendiendo con todo y actúan como si nada estuviera decidido ni claro en el horizonte. Esto da a muchos cierta sensación de incertidumbre pero otros evolucionan de una manera maravillosa y disfrutan bastante más en ese aspecto. Son las personas que siguen pensando como los niños, de manera ‘egoísta’, como solemos decir.

Me explico: aplican desde su verdadera esencia lo que realmente quieren hacer, sin importarles en absoluto el qué dirán, quién estaba antes o los efectos colaterales que sus decisiones puedan tener. Eso es algo que, con la edad, aprendemos a neutralizar y nos enseña la importancia de ser considerados y responsables con aquello que nos rodea y con las personas que tenemos cerca: al principio, la familia y, después, la sociedad en general. Llegamos a ser así seres sociales que debemos responder a lo que se espera de nosotros, incluso olvidándonos de lo que nosotros mismos esperamos.

Y además...

No quiero con esto decir que sea mejor aplicar la ley del yo primero, pero un poco sí. Nos han enseñado la importancia de hacer aquello que sea mejor para el prójimo y también hemos aprendido a controlar nuestros impulsos más aventureros. Algo que es ya casi como una ley que se acata sin que se cuestione. Pero si queremos que sucedan cosas distintas en nuestra vida, en ese afán de cambio y mejora de lo que ya tenemos, es importante a veces cuestionar lo que parece obvio y pensar en nosotros, en nuestra felicidad primero de vez en cuando.

Solo siendo algo niños, mirando las cosas como si fuera por vez primera, podremos sorprendernos una y otra vez, e ilusionarnos por lo que nos sucede. Y con esa mirada, la magia de Campanilla se instalará en tus hábitos y creará la evolución necesaria para que las cosas cambien. No siempre a mejor, pero sí hacia un movimiento que nos haga avanzar. Seamos niños, seres malcriados o traviesos, niñatos petardos o adolescentes de vez en cuando, como licencia para sentirnos más vivos.

20 de enero-18 de febrero

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