Las elecciones a la presidencia de Estados Unidos siempre han tenido resonancia internacional. Sin embargo, esta vez la enorme popularidad de los dos candidatos y sus diferencias insalvables las van a convertir en un acontecimiento seguido y analizado por millones y millones de personas en todo el mundo.
Hombre de una enorme fortuna, Donald Trump nació en Nueva York en 1946 y heredó de su padre un negocio inmobiliario que convirtió en millonario en poco más de diez años. Hoy tiene declarada una fortuna cercana a los 3.300 millones de dólares. Con toda la humildad debo decir que nadie con tanto dinero debiera tener una firma y una letra como Trump, tan exageradamente angulosa y grande, levemente inclinada hacia la izquierda, establecida en muelle, rápida y rítmica, regresiva –es decir, con las letras unidas unas a otras– ininteligible y muy ascendente como una escalera…
Es intenso y desbordante en su trabajo, constante, optimista y acostumbrado al éxito. Además, según su rúbrica, estamos ante un hombre seguro de sí mismo hasta límites insospechados y, sin duda, poco sociable, solitario, rígido en su manera de entender el mundo e intransigente con quien no entiende o desconoce.
Trump es de trato difícil, frío y tan solo con la infancia parece tener mayor comprensión, como si debiera algo a sus primeros años. Está dotado de buena memoria, tiene capacidad de mando y le resulta fácil despertar admiración y hasta asombro en sus empleados pese a su poca sociabilidad. Incansable y dinámico, no le tiene ningún miedo a trabajar sin descanso, con dureza y efectividad.
Por su parte Hillary Clinton, nacida en Chicago en 1947, lleva décadas siendo una de las mujeres más seguidas, admiradas y estudiadas de nuestro tiempo. Abogada de carrera brillante, siempre cerca de la política, se graduó en 1973 y en 1975 se casó con Bill Clinton. A su lado se convirtió en primera dama desde 1993 a 2001. Mucho más sociable que su contrincante, su letra es redondeada, cerrada, recta, casi siempre desligada, con los puntos de las íes altos y desplazados, y con las terminaciones de muchas letras redondeadas en exceso como pequeños globos.
Su letra envolvente y cautivadora muestra que es inteligente en mayor medida que Trump, muy independiente en su vida privada y capaz de tomar decisiones rápidas y juiciosas. Contenida y certera, tiene una buena dosis de agresividad y suficiencia que sabe esconder y medir para ofrecerla solo en momentos determinados. Menos optimista y vital que su contrincante, es misteriosa llegando, en algunas ocasiones, a ser meditabunda y con tendencia a entristecerse. Sin embargo está más abierta a formas de convivencia distintas y a sociedades plurales.
Es sensata y no le costará nunca escuchar, atendiendo con determinación a quien admira. Pero tiene un exagerado afán de protagonismo y una enorme necesidad de ser reconocida y admirada, de convertirse siempre en el centro de atención.
Dos candidatos con formas de ser, educación, trayectoria y objetivos muy distintos. Si buscamos lo mejor de cada uno, nos quedamos con la fuerza, el optimismo y el empuje de Trump, y con la solvencia política, experiencia y permisividad de Clinton. Si buceamos en sus defectos, no podemos olvidar la intransigencia, el individualismo y la nefasta sociabilidad de Trump, y el afán de protagonismo, la agresividad encubierta y la extraña melancolía de Hillary Clinton.
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