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Otoño en Nueva York

Anne Igartiburu
Anne Igartiburu

Acabo de llegar de Nueva York, que en otoño está precioso. Una ciudad que por circunstancias académicas y ociosas en un inicio, profesionales después y familiares ahora, siento muy cercana y donde me desenvuelvo cada día mejor.

Nueva York atrapa desde el principio y tres décadas después de la primera vez que pisé la Gran Manzana, me sigue encandilando con su ritmo frenético y su capacidad de sorprenderme. Solo hay que estar dispuesto a recibir lo que llega y dejar que Manhattan te hable de ti.

Hoy, cuando me pierdo por sus avenidas, pienso en la suerte que me ha brindado esta etapa de mi vida de conocer personas interesantes, artistas plásticos, diseñadores, músicos de las mejores orquestas, escritores, miembros de museos y neoyorquinos de a pie que hacen de esta urbe un entorno vivo y voraz. También españoles –no solo quien me toca más de cerca en la familia– que crecen como profesionales con un reconocimiento por parte de un país que exige pero también premia al que trabaja y tiene talento.

Ahora la miro de manera distinta y la siento mía, aprendo de sus gentes y de su capacidad de entrega a los sueños. Nunca pensé que diría esto yo, que sentía que a este lado del charco teníamos una visión de la vida mejor, más completa, con su historia y bagaje cultural.

"Una persona capaz vale más que mil desganados"

Pues sí, a pesar de que estudié en Estados Unidos parte de mi adolescencia y juventud, siempre me he sentido muy europea. Porque en comparación, nuestro viejo continente me ha parecido como decía, más rico en muchos aspectos. Hubo un tiempo en que la sociedad norteamericana me parecía superficial y poco comprometida. Tanta celebración anecdótica y con poco arraigo histórico, limitado a escasos seis siglos, sin olvidar por supuesto su antigua historia, que allí parece ya enterrada.

Pero con los años he cambiado de parecer, como en muchos ámbitos de la vida, sobre mi forma de ver a una cultura de la que hay algo que admiro especialmente. Y me parece clave: el pensamiento de que las posibilidades de que algo ocurra depende casi totalmente de lo que tú hagas para que suceda. Es algo ciertamente instalado en la ciudadanía. Las oportunidades no se dejan escapar y una actitud abierta y dispuesta es la clave para crearlas.

El apellido, la familia de la que provengas y tus allegados son parte fundamental en Europa, al menos hasta no hace mucho. En cambio, no lo es tanto en Estados Unidos, donde acudieron aquellos que soñaban con un mejor futuro y su nombre de pila, ganas e ingenio eran más que suficientes para salir adelante. Una persona capaz vale más que mil desganados o con poco arranque. Sin prejuicios, sin envidias.

Con exigencia y de manera práctica y directa se llega lejos. Fuera tonterías que poco pueden aportar. En un país lleno de oportunidades para negocios e ilusiones. Como en aquellos tiempos, no importa tanto quiénes eran tus ancestros como quién quieres ser para tus hijos. Así respiro Nueva York.

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