Entre tú y yo, un dispositivo

La reflexión semanal de nuestra columnista Anne Igartiburu.

Anne Igartiburu
Anne Igartiburu

Nos escribimos de manera casi inmediata y recibimos respuesta en nuestros teléfonos y terminales en tiempo real de aquello que queremos y necesitamos saber. Redes sociales y aplicaciones varias que permiten expresarnos y mostrarnos tal cual somos, o soñamos ser.

Lo cierto es que, de alguna manera, hemos conseguido comunicarnos, decir lo que sentimos en cada momento. Los que eran reacios a expresarse, se animan. Y los que se extendían, tal vez en demasía, concretan más. Con palabras, emoticonos, memes, melodías o, incluso, silencios. Y todo de manera rápida y, ¡quién lo diría!, hasta a veces parecer cercana y, sobre todo, directa, aunque para muchos no sea así.

Los caracteres limitados en número, a veces, facilitan las cosas. Miramos la pantalla del móvil en cuanto detectamos mensaje entrante y solucionamos asuntos que, años atrás llevarían días, haciéndonos a esta nueva forma de digerir información y emociones. Tiene sus peligros tanta necesidad de responder y ser respondido, pero, una vez asentado el tempo de las formas, creo que tiene sus beneficios. Tengo un apartado, como no, para el buzón de los míos. Y no te extrañe que relea los que alimentan mi alma a veces.

Me gusta sentirte cerca y a golpe de clic

Recibo tus mensajes en forma de regalo casi siempre. Me gusta sentirte cerca y a golpe de clic. Tal vez sea porque no puedo verte todo lo que quisiera. O, tal vez, porque aunque te vea, vamos tan a prisa que, en el momento de quietud, me dedicas todas esas palabras que frente a frente requieren más tiempo. Un mensaje en la pantalla luminosa tiene más relevancia casi siempre. Lo miro con tanta atención como cuando estás a solas conmigo. Justo en el momento que lo necesitaba. Y, en otras ocasiones, nos sentamos uno frente al otro y, con cotidianidad, después de un beso de buenos días, leemos titulares de prensa en los dispositivos y comentamos lo que encontramos casi sin mirarnos.

Alguien puede pensar que no nos comunicamos. Alguien puede pensar que no nos soportamos. Pero nadie dice lo mismo de la pareja de la mesa de al lado. Dos jubilados que repasan los periódicos doblándolos por el lado que quieren leer. Ni de estos otros que miran las noticias en la tele o escuchan un partido en la radio.

Las cartas de amor están hechas a retales intensos con florituras distintas. Sin más. No dejes de escribirme. No dejes de mandarme una invitación escueta para un café, amiga, aunque las dos sabemos que vamos de cabeza y que será cuando ‘se pueda’, porque así sabré que algo te ha recordado a mí. Y gracias por ser selectiva en el grupo que tenemos, haciendo esa criba que permite que llegue lo que es esencial para no complicarnos la vida.

Los abuelos escriben más que nunca y adjuntan fotos de sus vacaciones con el grupo de jubilados. Las palabras toman sentido y, considero, los puntos y las comas también. Agradezco un mensaje sin faltas de ortografía tanto como un emoticono de ‘todo va bien’. Me gusta imaginarte eligiendo las palabras adecuadas para contarme lo que te pasa o escuchar tu voz cansada deseando buenas noches. Hago mío este artilugio para disfrutarlo y expresar todo con inmediatez.

Entre tú y yo, este dispositivo en el que te escribo para decirte que eres importante y que te manifiestes, en papel o pantalla, pero ¡te leeré seguro!

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