Con motivo del 20 aniversario de nuestro programa Corazón, acudí a entrevistar a Rosario Flores. Esos regalos que te da la profesión. Y me preparé una entrevista al uso para la cantante que está de promoción de nuevo trabajo, Gloria a ti, y que pertenece a una saga de artistas que ha hecho historia en nuestro país. Pero el encuentro siempre da para más de lo que uno espera, si se va con actitud abierta. Nunca me arrepiento de ser así porque la vida me regala grandes lecciones y una sensación de alegría interna que me hace pensar aquello de "pues eso que me llevo de esta experiencia". Y no es para menos. Como ella misma dice, "no dudaría" en volver a hacerlo.
Debería haber más personas como ella. Maestras de vida sin que se den cuenta. Sonrisa abierta, palabra sincera y mirada profunda. Es ese algo que me engancha de los seres humanos y que se llama luz. La luz en sus ojos y que se expande por los poros, las yemas de los dedos y los cabellos. Esos mechones rizados y largos que hacen de la cara de Rosario toda ella un sol. Un sol moreno y brillante como el ébano, pero de los nuestros. Un sol radiante que calienta lo que toca con esa fuerza que contagia y alimenta. A eso se le añade la voz, que le sale del alma y es igual de cálida. No es solo lo que dice –que es mucho e importante–sino cómo lo que dice. Y con qué interés y afecto escucha. Y es que, todo importa ante quien tienes delante y, si es ella, te hará sentirte bien. La clave de su forma de transmitir es la coherencia entre el ser y el estar. La generosidad llena de ternura de quien ha vivido mucho. De quien ha aprendido a cada paso y para quien todos somos dignos de un abrazo.
Y me dan ganas de dejarme achuchar por ese cuerpecito vivaracho que todo lo luce, ese cuerpecito ávido como una salamandra, para que se junte mi pecho con el suyo aunando energías cual avatares. Rosario ha sabido atesorar la capacidad de sorprenderse como una niña chica y darle sentido a las emociones y afectos, buenos y no tan buenos, para convertirlos en misiles de amor, puro amor. No un amor impostado ni afectado. No un amor fingido o forzado. Un amor en esencia. Da sin medida y recibe agradecida. No me extraña por otro lado. Tiene a quien parecerse y a quien honrar. No tiene más que trepar (o descender) por su árbol genealógico que le acompaña. Madre, padre, abuelos, hermanos, hermana, hijas, hijos, sobrina y sobrinos... Los nombres resuenan en lo que ella es. Antonio, Pedro, Lola, Rosario... Todos maestros de esta mujer hechicera de los sentimientos, que cuando habla, se tropiezan los ángeles al escucharla.
Además, por supuesto, esos amigos a los que les debe tanto. Se nota. Y ese compañero de vida que se llama como su hijo y como su abuelo, que a su vez era el marido de su abuela Rosario. «Guiños del destino, tenía que ser», dice sonriendo. Se quita importancia porque sabe de la grandeza de la vida sin darse cuenta de que ella es vida en sí. Con los años, gana como artista, como mujer y como alma que alimenta a quien la toca. No hay nada que pueda con un corazón abierto de par en par, con esa ternura a bocajarro. Pero ojo, porque llega a ser implacable cuando la causa lo merece y esa causa tiene que ver siempre con quien más sufre. Tanto me enseña Rosarillo. Y eso que nos llevamos todos, cuando la vemos y escuchamos de cerca.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?