Buenos tiempos para la lírica

La reflexión semanal de nuestra colaboradora Anne Igartiburu.

Anne Igartiburu
Anne Igartiburu

Sí, soy melomana. Lo reconozco. Consumo música desde que nací. Mi primer vinilo me lo regalaron mis padres al cumplir el año. Concierto para Cello de Haydn con mi adorada Jacqueline du Pre y dirigido por quien era entonces su marido, Daniel Barenboim. Hay cosas que marcan y este concierto sigue moviéndome por dentro en muchos sentidos que ahora no vienen al caso. Después llegaron cantautores, música de los 70 y 80, y todo era poco. Pero sí, puedo estar horas escuchando diferentes versiones de un tema, sea pop, rock, jazz o clásica, y me engancho a programas musicales en los que aprendo con comentaristas sabios de la radio. ¡Qué le vamos a hacer!

Ya puestos a reconocer, reconozco que sigo el Festival de Eurovisión desde pequeña. Nací el año que Salomé cantó en el Teatro Real de Madrid en una gala presentada por la gran Laura Valenzuela, porque España había ganado el año anterior el Festival con el La la la de Massiel y eso, señores, también marca. 'La la la' o 'La La Land' la cosa es tararear y tener ganas de vivir cantando como decía Salomé. Y Eurovisión es una de esas retransmisiones en las que o cantas y te diviertes, o mejor que apagues la tele.

Es un acontecimiento familiar o entre amigos que disfrutamos porque es entretenido y como excusa para estar juntos. Es escuchar música, nos llegue o no, y sorprendernos con una puesta en escena siempre curiosa, que solo es superada por la magnífica realización de la emisión, digna de cualquier gran evento mundial a la altura de la Super Bowl, y no exagero.

Vivía el fenómeno eurofan de primera mano contagiándome de la ilusión de que ese año sí

Así que cuando presentaba desde Sant Cugat o Estudios Buñuel de TVE la elección de nuestro representante en el festival, vivía el fenómeno eurofan de primera mano contagiándome de la ilusión de que ese año sí, esa vez llevaríamos una canción ganadora. Sean los votos entre países, la mala suerte o el tema que no convencía al público, lo cierto es que no conseguíamos meter la cabeza en el 'ranking' y así nos hemos quedado hasta el otro día que, con la ayuda del gallo de Manel, hemos caído del todo y ya solo queda retomar fuerzas.

Pero estoy tan feliz de ver cómo nuestros vecinos han demostrado que con calidad musical y sensibilidad se conquista al mundo, que me siento ya casi portuguesa. Tampoco hace falta mucho para ello, porque quien conoce el país de Pessoa, sabe que siempre brilla desde la sombra. No ha hecho falta una promoción hueca ni una puesta en escena con vestidos estrafalarios. Simplemente estar presente de corazón teniendo algo que contar con autenticidad. Y pasó lo que estábamos deseando. Cansados, sucumbimos ante la sublime sencillez de Portugal.

Ya el sábado por la mañana, mi compañero en TVE, Rufino Sánchez, eurofan entregado, me escribía emocionado un mensaje anunciándome la ventaja que mostraba Salvador Sobral –un trovador de los sueños que tiene su pasado español– sobre Italia, la gran favorita. Y no era de extrañar . En la semifinal ya nos cautivó pero no creíamos que sería tan general. Fue algo impactante. Así que en la gran final ya era cuestión de dejarse mecer por esa melodía hechicera.

Y solo hizo falta que el luso abriera la boca para que quedáramos en silencio ante la tele, emocionados por tanta dulzura. Haciendo honor a su nombre, ha llevado lo mejor de su país donde se merece. Portugal es más que un bello fado o una estrella del fútbol. Y es que el gusto no está reñido con las grandes canciones. No es necesario escuchar solo lo que te ofrecen a primer golpe de dial. Busca, explora y déjate seducir por lo que te emociona y verás que hay algo más allá y que la poesía es un lenguaje que habla de ti, de todos.

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