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Nunca es tarde... ¿o sí?

La reflexión semanal de nuestra columnista.

"¿No podemos ponernos de acuerdo para algo así?", se pregunta Anne. / gtres.

Anne Igartiburu
Anne Igartiburu

No puedo dejar de pensar en ello, aunque llega a ser a ratos incomprensible e inaudito. Lo siento señores políticos, perdónenme, pero algo habrá que hacer. Nos tienen a todos entretenidos –por decirlo de alguna manera– con dimes y diretes y aquí nadie da su brazo a torcer. Y si alguien cree que el 2 de octubre las cosas van a cambiar, les aseguro que no será a gusto de nadie. Porque cuando los intereses son tan transcendentales, amparados bajo palabras como democracia o libertad, todo se carga de razones con interpretaciones muy distintas e igualmente lícitas.

Sé que los asuntos complicados requieren dedicación extrema y conocimientos poco simples, pero quizá algo de sencillez y serenidad vendrían bien a estas alturas del curso de los hechos. Tiranteces y egos demasiado elevados al cubo para una situación que se veía venir y que clama al cielo afrontarla con valentía sana y mucho sentido común.

Quizá algo de sencillez y serenidad vendrían bien a estas alturas

Las mesas de debate político de medios ocupan horas de emisión y las portadas de prensa escrita dan titulares ambiguos que no termino de descifrar. Perdónenme, pero algo me he perdido. Quizá, porque he estado ausente unos días queriendo desconectar y lo he hecho en demasía. O puede también, porque he perdido el hilo conductor por algo de hastío ante tantas declaraciones reiterativas. Parece que nada más está ocurriendo en el país. Y, en parte, es cierto. Se está hablando de un número de ciudadanos que exige una ‘catalsortida’ de España y un asunto a resolver que ambos fuerzan para su lado con los medios que tienen.

Si a mí me agota y preocupa seguirlo, imagino lo que está suponiendo a quien esté más implicado en ello. Registros y detenciones. Tensión máxima hoy, que mañana crecerá. Bastones en alto, urnas buscadas y carteles falsos que algunos ni reconocen. Mossos y Guardia Civil muy ocupados, y estamentos en el punto de mira. ¿Quién manda? ¿Quién decide? ¿Qué queremos?

Un Congreso que se topa con algo difícil de gestionar y un estado perplejo viéndolas venir. Algo habrá que hacer. O quizá no y dejar que el devenir de los acontecimientos llegue con una solución inquietante ante esta falta de entendimiento. En un país como el nuestro, con tanta capacidad de aunar opiniones y tan rico en pluralidad y cambios históricos, ¿no podemos ponernos de acuerdo para algo así? Pues parece que no.

Parece que los pilares puestos por los creadores de nuestra democracia no sirven de mucho en la era de la inmediatez y los lenguajes directos que, en principio, deberían acercar posturas. ¿Podríamos dar ejemplo de conciliación y concordia de cara al mundo y a nosotros mismos? ¿Podemos vivir sin miedos ni complejos abriendo puertas y fronteras y mirándonos desde fuera con miras amplias para permitirnos algo de respiro sin estridencias ni acusaciones?

Tengo la sensación de que si todos pudieran volver a empezar y fueran al punto de partida hablarían sin sacar tanto pecho, por el bien de todos, en vez de haber llegado –como se ha llegado– a pegar contra una pared en la que rebotan, una y otra vez, sin darse cuenta de que es un espejo en el que mirarse de igual a igual y dar ejemplo y avanzar hacia un consenso.

Señores, hay mucho que hacer. Así que empecemos por algo. Y confiemos en que no sea demasiado tarde.

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