Mayra Gómez Kemp nos cuenta cómo es su día a días tras vencer al cáncer. / alberto bernárdez.

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Mayra Gómez Kemp: "La solidaridad se debe aprender en casa"

Sabe lo que es sufrir, porque ha tenido que hacer frente al cáncer dos veces. por eso, se pone en el lugar del otro y ayuda a quien lo necesita.

Vecinas y residentes en Madrid. Esa sería la presentación que ella haría de nosotras si fuéramos concursantes del mítico Un, dos, tres, responda otra vez. Yo añadiría el término "callejeras", porque nos encanta patear las calles del barrio en el que vivimos.

Por eso es frecuente que nos veamos cruzando un semáforo, mirando un escaparate o, simplemente, paseando. Nos paramos y siempre tenemos algo que contar, porque cualquier excusa es buena para hablar con ella. En este caso, qué mejor pretexto que la solidaridad para charlar un rato.

  • Corazón Aunque lo primero, es lo primero… ¿Cómo está? Mayra Gómez Kemp Estupendamente bien. Me hago mis chequeos, claro.

  • C. Me dijo que acababa de pasar la ITV. ¿Ha habido que cambiar alguna pieza? M.G.K. No (risas), todo en orden. Me meten una cámara por la nariz y, como dice mi otorrino, me hacen ‘perrerías’, pero, afortunadamente, está todo bien.

  • C. Mayra, ¿son buenos tiempos para la solidaridad? M.G.K. No, no lo son. Yo noto que hay un agotamiento de la caridad. La gente ve en las noticias a un señor que miente sobre la dolencia de la hija, a otro que lo hace sobre su enfermedad... Y eso, a quien de verdad lo necesita, le hace un daño tremendo. Por otro lado, no hay sitio donde vayas en el que no haya alguien pidiendo. ¿Sabes lo que yo he hecho? Como no puedo dar a todo el mundo, elegí a ‘mi pobre’ y es al que ayudo cada semana un poquito.

  • C. ¿La crisis ha afectado también a los valores? M.G.K. Por supuesto, eso ha llevado a mucho egoísmo, gente que dice: "Estamos en la jungla, o me salvo yo, o quién me va a salvar". Pero es cierto que hay personas que, aunque quieran, no pueden ayudar. El paro afectó a mucha gente que era solidaria, pero que ahora se encuentra sin trabajo y no pueda dar nada. Son tiempos duros y, sobre todo, me da pena la gente joven.

  • C. Hablando de gente joven, ¿dónde se aprende a ser solidario? O mejor, ¿dónde se debe enseñar? M.G.K. La solidaridad se debe aprender en casa. Yo creo que, precisamente por estos problemas, en las familias que tienen la suerte de tener trabajo, tanto el padre como la madre, a los hijos los cría Internet. Yo aprendí mucho en casa. Mi madre me enseñó que a mi abuela, que era muy mayor, tenía que cuidarla y estar pendiente de ella. Yo la adoraba y aquello me sirvió después, en la vida, para saber ponerme en los zapatos de otra persona. Hoy en día, nos falta familia alrededor que nos eduque.

  • C. ¿Con qué causas le gusta colaborar a usted? M.G.K. Me gusta todo aquello que tenga que ver con la gente mayor y con los niños, porque son los más desprotegidos de la sociedad. Y si eres mujer y negra, en África, eres el blanco para todas las barbaridades que te puedan ocurrir en la vida. Si logras librarte de la ablación, que tus padres no te vendan, o no te casen con 11 años… Si logras sobrevivir a eso, entonces, ojalá encuentres un marido que sea lo menos machista posible. Es terrible la situación de la mujer en ciertos países y eso también me preocupa mucho.

He intentado no perder el sentido del humor tras la enfermedad"

  • C. Además, colabora con todo lo que tiene que ver con el cáncer. M.G.K. Eso, por supuesto. Cada vez que me llaman, solo pregunto dónde hay que ir y qué hay que hacer.

  • C. Hemos coincidido en algunos actos de los que organiza la Fundación de nuestra amiga Sandra Ibarra. M.G.K. Es que Sandra, en un momento dado, me salvó de morir de hambre. Después de la radioterapia y la quimioterapia, tuve una reacción llamada mucositis, que consiste en que se te queda la boca llena de llagas y úlceras. Estaba desesperada. Sandra me llamó un día para ver qué tal estaba y, cuando le conté que ya pesaba 49 kilos, me recomendó que fuera a mi médico de cabecera y que le contara lo que me pasaba. Que buscara un paliativo para que no tuviera ese dolor. Mi médico entró en una web de un instituto oncológico y encontró una fórmula para eso. Me la copió y me fui a mi farmacéutico, que me hizo un jarabe con el que me enjuagaba 20 minutos antes de comer, que me dormía la boca y me dejaba comer sin dolor. Alguien como Sandra, que ha pasado lo suyo, que tiene esa maravillosa fundación, lo sabe. Yo intento hacer lo mismo, devolver todo lo que he recibido, hablar desde mi experiencia. No me importa contar cosas de mi enfermedad, porque sé que puedo ayudar. Una de mis mayores alegrías fue la que me dio una señora por la calle. Me paró para decirme que yo había conseguido lo que ella no había podido en diez años: que su hija dejara de fumar. Ese es el mensaje, que fumar es lo peor y se paga. Si no es con un enfisema, con un cáncer de pulmón o de boca.

  • C. ¿Qué secuelas le deja a una en el alma pasar dos veces por esta enfermedad? M.G.K. He intentado seguir siendo la misma y no perder el sentido del humor. He tenido daños colaterales, pero he intentado que no me vencieran y he aprendido a disfrutar de todo lo que podía seguir disfrutando. Yo ahora valoro a la gente que estuvo conmigo, porque hay gente que desaparece. Sin embargo, aparecieron personas que no esperaba y eso compensa mucho. Bueno, y qué decir de la gente de la calle… nunca me he sentido tan querida y apoyada.

  • C. ¿Cambia el modo de mirar la vida? M.G.K. Totalmente. Cambian las prioridades.

Mayra Gómez Kemp y Ana García Lozano en el parque del Templo de Debod, en Madrid. / alberto bernárdez.

  • C. ¿Qué ha aprendido? M.G.K. Pequeños placeres.

  • C. ¿Por ejemplo? M.G.K. Ver una película que me guste y poder llorar a moco tendido. O mira, sin ir más lejos, ayer descubrí un pan que puedo comer: pan de cerveza, blandito, riquísimo…Ese pequeño placer no sabes qué feliz me ha hecho.

  • C. No soy muy original, si digo que cuando pienso en Mayra, siempre la visualizo con una sonrisa. ¿Qué cosas le hacen reír? M.G.K. Muchísimas, tengo un gran sentido del humor. Me hace sonreír un perro gracioso por la calle, un niño haciendo una trastada...

  • C. Pero también tiene su carácter… ¿Qué le hace enfadar? M.G.K. Las injusticias. Mi mamá me enseñó que el trabajo era algo muy serio, que la única excusa para llegar tarde era estar muerto. En televisión me ponía mala que alguien del equipo no estuviera prestando atención a su labor. Chicho, cuando me presentaba a alguien nuevo, actor, azafata…, decía: «Esta es la mujer más profesional, trabajadora y encantadora del mundo, pero si se enfada, ¡a 20 kilómetros de ella!» (risas).

  • C. Han pasado 45 años desde que se estrenara el Un, dos, tres… y no se libra de que le pregunten... M.G.K. Es inevitable, pero es algo que tengo asumido.

  • C. Y, aparte de los tacones, ¿qué echa de menos de aquella época? M.G.K. (Risas) Los tacones, te digo ya que no. Fíjate, echo de menos reunirme todas las semanas con el mismo grupo de gente: actores, azafatas, maquilladoras, regidor, cámaras.

  • C. ¿Cómo es ahora su día a día? M.G.K. Estoy hecha toda una ama de casa. Me levanto, hago alguna tarea doméstica, planifico las comidas, hago la compra, me meto en Internet, que es una herramienta muy útil si la sabes dosificar, veo películas.

  • C. ¿Qué le ha faltado por hacer? Imagino que poco, porque ha trabajado hasta en el circo. M.G.K. Me hubiera gustado realizar documentales. Es un género que puede ser enriquecedor a tope. Me gustan los documentales de viajes. Creo que pueden enseñar muchísimo, pero de una manera divertida. Eso es lo que me ha quedado por hacer.

  • C. Cuando mira hacia el futuro, ¿qué vislumbra? M.G.K. Yo vivo el día. Como Escarlata O’Hara, me preocuparé mañana. Ahora estoy más centrada en ocuparme para no preocuparme y en vivir las 24 horas que me han tocado. De disfrutar del día y no irme a dormir sin haber hecho algo que me guste.

  • C. Espero que haya disfrutado, tanto como yo, de este ratito que hemos compartido hoy. M.G.K. Me ha encantado. Eso tú ya lo sabes bien.

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