Anne Igartiburu posa con gafas. / agencias.

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Lejos y cerca

Anne Igartiburu nos cuenta la anécdota de sus gafas perdidas.

He perdido mis gafas. Ha debido ser en alguno de mis viajes y este 'no parar'. De aquí para allá, quita y pon los anteojos, posándolos en cualquier repisa para después volverlas a buscar. Así que me he quedado sin mis progresivas, con montura 'chula', que me dan la vida. Quizá por eso que lo que tengo a poquita distancia de mí, lo veo mal. Y aquello en el horizonte lo reconozco perfectamente.

Es lo que tiene cumplir años, que necesitas gafas 'de cerca', como diría mi madre. Y claro, a mí lo que me importa más es lo que tengo a mi alrededor, lo que siento cercano y rozando la piel. Pero no hay manera. Cuanto más me lo acerco a los ojos, peor veo. Así que intento alejármelo con mis brazos para tener algo más de foco y distancia, pero no son lo suficientemente largos para alejarlo y discernir lo que tengo entre manos. Es necesario llevarlo más allá.

Porque hay un momento en tu vida en el que te das cuenta de que la letra pequeña es clave. Y no me refiero a esa que está escrita en el documento la primera vez que pides un crédito al banco o firmas un seguro o contrato importante.

Hablo del día a día: ese champú que no sabes si es champú o acondicionador en la ducha, porque está escrito muy pequeño, o esos ingredientes de cualquier envase en el súper que no hay quien lea, a nos ser que tengas a una vista de lince.

Y seguiría así con casos en los que el no ver me pone algo nerviosa. Y claro, necesitamos discernir según qué cosas y verlo claro en la distancia corta. Ver más allá de nuestras narices es fundamental, pero solo cuando lo que huelo y respiro a pocos centímetros me inspira tranquilidad. Y no es el caso.

Debo tener una nueva mirada sobre las cosas

Creo que no soy la única a la que le está pasando esto. Y eso que hay muchos que no necesitan las gafas. Tienen suerte. Voy a necesitar, definitivamente, unas gafas nuevas. Eso y hacer ejercicios para que mi mala vista no vaya a más. Y ya que estoy, voy a medirme la vista y ajustar la mirada.

Debo tener una nueva mirada sobre las cosas. Sobre todo, las que me tocan de cerca, porque si no, voy a seguir preocupándome por todo. Si pongo la mirada en Nueva York, me embarga la pena. Por muy lejos que esté. Y recordé, el pasado fin de semana, mi primer maratón en la cuidad de los rascacielos. Porque así, estuvo cerca.

Epi y Blas me ayudaron de pequeña a entender lo que es lejos y lo que es cerca. Lo que no sabían estos muñecos es que, con la dichosa globalización, todo está ya muy cerca y, sobre todo, lo sentimos cerca. Yo era una niña entonces. Ahora soy una mujer madura y lo de lejos está cerca. Y lo de cerca, lo veo borroso y soy incapaz de entenderlo. Estoy perdida y muy cansada. Pero no me quiero bajar de este tren que me lleva lejos. Había unas letras claras cuando me he montado en él.

Decía: "Destino: entendimiento". No sé si lo he cogido demasiado tarde, insisto, sin gafas no veo ni el reloj. Pero yo me he montado.

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